La total supeditación a intereses políticos inmediatos por parte del régimen castrense sobre cualquier otra consideración de tipo militar o geopolítica determinó la derrota argentina en el Atlántico Sur.
Bastante ha llovido desde aquel 15 de junio de 1982 cuando los 10 000 hombres del general Mario Benjamín Menéndez capitularon ante los soldados de su majestad británica en los archipiélagos del Atlántico Sur, después de escasas semanas de enfrentamiento. Como otras en la historia universal, la derrota argentina distó mucho de ser huérfana.
Aquella debacle tuvo su origen en un grupo de factores de índole diversa, entre los cuales, en primerísimo término, figura el de lo inoportuno del momento escogido por la junta castrense en Buenos Aires para la recuperación de las islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur.
Como resultaba evidente para los observadores y luego confirmó la práctica, el régimen encabezado por el general Leopoldo Fortunato Galtieri, llevado por consideraciones políticas inmediatas,
no tuvo en cuenta en lo absoluto la situación militar de los dos países en conflicto y la imagen política adversa proyectada por su dictadura a nivel regional e internacional.
Con total falta de previsión y análisis, Galtieri solo consideró imprescindible dar al pueblo argentino la inmensa satisfacción que le produciría la recuperación de las islas, ocupadas por Inglaterra en 1833, para ganar el apoyo popular en medio de la crisis económica que atenazaba a la Argentina. El 2 de abril de aquel año se concretaría el proyecto, codificado Operación Rosario, el cual fue elaborado por el almirante Jorge Anaya, jefe de la Armada.
A inicios de la década de los años 80 del pasado siglo, la situación económica de la patria de San Martín resultaba precaria por el agotamiento del modelo neoliberal impuesto a sangre y fuego por los militares en medio de lo que llamaron Proceso de Reorganización Nacional, que vio suceder en el poder a los generales Jorge Rafael Videla, Roberto Viola y el propio Galtieri.
Debido a lo anterior, incluso entre las clases privilegiadas el apoyo al régimen descendía a ojos vista y empezaban a notarse síntomas de inquietud en sectores de las Fuerzas Armadas. Ante esa encrucijada era obvio que el militar-presidente tenía que hacer algo, pero optó por una decisión equivocada que hundió en la desgracia y el abatimiento a su pueblo y decretó su salida del poder.
FACTORES ADVERSOS DE TIPO POLÍTICO
Entre los factores adversos en el plano político, susceptibles de variar a favor del país austral, figuraban la presencia al frente del Gobierno británico de la primera ministra Margaret Thatcher, notoria por su fama de inflexible, quien no había titubeado en aplastar las huelgas mineras en su país y en reprimir con toda crueldad el movimiento independentista en Irlanda del Norte.
Su administración estaba tan desgastada que todo hacía presumir un triunfo del candidato de la oposición en las ya próximas elecciones en el Reino Unido. Otro elemento en contra era la presencia en la Casa Blanca, en Washington, de otro ultra-conservador: el presidente Ronald Reagan, quien, puesto en la disyuntiva de apoyar al país austral o a su aliado anglosajón, era de esperar que se decidiera por este último.
Por último, la pésima imagen de la dictadura porteña en el entorno latinoamericano y caribeño establecía una reacción impredecible de pueblos y gobiernos[1]. Un líder moderado en Londres, junto con un estrechamiento de las relaciones de Buenos Aires con sus vecinos, habría significado mayores oportunidades en caso de un conflicto como el que se produjo.
FACTORES ADVERSOS DE TIPO MILITAR
Resulta incuestionable la superioridad del aparato bélico de Inglaterra, una de las más fuertes potencias mundiales, perteneciente al selecto club de poseedores de armas nucleares, frente al de la Argentina, nación tercermundista cuyas Fuerzas Armadas dejaban mucho que desear en cuanto a su organización y equipamiento.
Considerada hasta el fin de la II Guerra Mundial como la Reina de los Mares, Albión estaba mejor preparada que el país suramericano para una guerra aeronaval, aun cuando esta se desarrollara a miles de millas de sus costas y a escasos 480 kilómetros del litoral gaucho. Sin embargo, expertos militares señalan un grupo de elementos que, de haber sido tenidos en cuenta por Galtieri y compañía, podrían haber dado un giro distinto al enfrentamiento.
En un plano concreto, aparte de la jefatura militar, la oficialidad y un grupo reducido de unidades especializadas, sobre todo de la Armada y la aviación, el Ejército argentino estaba formado por conscriptos deficientemente armados y entrenados, reclutados contra su voluntad por un régimen cada día más repudiado.
El entrenamiento de las Fuerzas Armadas las capacitaba más para la represión y la tortura en el ámbito interno que para defender al país contra un agresor externo. La oficialidad, notoria por sus abusos contra la ciudadanía, especializada en el crimen, la tortura y las desapariciones, se mostró luego palmariamente incapaz en el teatro de operaciones militares.
Desde el punto de vista geoestratégico, la junta militar escogió pésimamente el momento de poner en práctica la Operación Rosario, de reconquista de las islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur, atendiendo a que la correlación de fuerzas entre la Royal Navy y la Armada nacional argentina, le era todavía desfavorable.
Ya era un hecho sabido la decisión británica de deshacerse, debido a recortes presupuestales, de sus dos portaviones: Hermes e Invincible, de sus dos buques de desembarco de tropas: HMS Fearless y HMS Intrepid, y del patrullero antártico HMS Endurance, que operaba en torno a las Malvinas. Con esas unidades desactivadas, una campaña en el Atlántico Sur le resultaba a Inglaterra sencillamente imposible.
Por su parte, la marina de guerra argentina, que contaba con el portaviones 25 de Mayo, el crucero pesado General Belgrano, seis destructores, varias corbetas, seis submarinos y otros medios, estaba a punto de empezar a recibir corbetas y fragatas portamisiles ya contratadas; entre uno y tres modernos submarinos y nuevos aparatos para la aviación naval, además de tanques y equipamiento adicional para el Ejército.
OTRAS CONSIDERACIONES
Expertos militares cubanos y de otras nacionalidades han cuestionado el desempeño del mando argentino en la campaña de las Malvinas, llegando a calificar de totalmente desacertada e inepta la defensa de las islas, aun con los medios de que disponía la patria de Sarmiento en aquellos instantes cruciales.
¿Por qué -se preguntan- no destacaron en las islas unidades especiales de comandos, paracaidistas, fusileros navales y otras especializadas, en lugar de reclutas novatos? ¿Por qué un país de casi 40 millones de habitantes no llevó a Malvinas el doble de tropas con medios artilleros, antiaéreos y antitanques suficientes?
¿Qué hacía el portaviones 25 de Mayo en el estuario del Río de la Plata en lugar de haberlo ubicado oportunamente en el teatro de operaciones, al igual que el crucero General Belgrano[2] y las escoltas respectivas de corbetas y destructores? Si buena parte de los medios navales argentinos disponían de cohetes dirigidos antibuque AM- 39 Exocet, ¿por qué no los usaron?
Esas y muchas otras interrogantes acuden a la mente de los entendidos, pero se suele dar una respuesta: La junta militar no pensó en ningún momento que el Gobierno inglés decidiría reconquistar las islas por la fuerza, ni que los Estados Unidos lo apoyaría. Se tomó una decisión capital basada en conjeturas e hipótesis que pronto demostraron ser falsas. Luego, ante el hecho consumado, no se adoptaron las medidas adecuadas.
A propósito de la guerra, el líder histórico de la Revolución cubana, Fidel Castro, ha dicho que se debe evitar al máximo; pero cuando resulta ineludible, hay que estar listos para ganarla. La campaña cubana en el sur africano, a más de 9 000 millas de sus costas, resulta un magnífico ejemplo.
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