Algunos desaciertos han venido lastrando la calidad del Salón de Paisajes de la UNEAC en Sancti Spíritus.
Ibrain Pilar Zada*
Desde el 14 de septiembre y hasta finales de este mes se mantiene abierta al público en la galería Fayad Jamís, de la sede espirituana de la UNEAC, la muestra del séptimo Salón de Paisajes auspiciado por dicha organización en el territorio, certamen en el que participan 34 artistas con más de 40 obras de diferentes técnicas y estilos.
Si se tienen en cuenta únicamente las cifras, pareciera que el evento es representativo, pero otros factores demuestran lo contrario.
En primer lugar, en el catálogo y demás anuncios promocionales aparece como el quinto salón, además del hecho de que el certamen estaba programado para marzo y fue aplazado por poca participación. No sé qué explicación se le dio a los artistas que entregaron en tiempo.
Con la expectativa de que este evento es bienal -alterna con el de Pequeño Formato- uno siempre espera que el actual supere a los anteriores, y teniendo en cuenta que el concurso cita a las provincias colindantes (Villa Clara, Cienfuegos y Ciego de Ávila), pensé tomarle el pulso al género del paisaje en el centro del país. Me quedé con las ganas: los que están presentes son, en su mayoría, del municipio cabecera y resulta más desconcertante que de Trinidad, que es la localidad con más artistas en el territorio, solo participan dos.
También hay creadores como Antonio Díaz, José Perdomo y Luis García que no figuran en la competencia porque exhiben fuera de concurso, pero no hay información alguna que revele qué condición los acredita para no competir.
Por otra parte, imagino que no existió un jurado de admisión, que ha demostrado ser tan importante, porque evidentemente hay obras expuestas que no son del género. En el libro El paisaje en la plástica cubana, la particularidad espirituana, el doctor Luis Rey Yero dejó sentado el siguiente postulado conceptual: “En un primer acercamiento teórico se podría definir entonces que el paisaje es la representación mimética, imaginaria o conceptual del entorno, donde pude aparecer la impronta humana independiente de la tendencia, técnica o soporte empleado”.
Una definición bastante abierta, pero resulta que, por solo mencionar dos ejemplos, el dibujo La Siesta, de Lisyanet Rodríguez y la fotografía digital Los pies y una mano con cordel, de Yelena Lorenzo son retratos. Por este camino, se llegará a aceptar hasta una abstracción como paisaje.
En este tipo de acontecimiento se persigue lo reciente; sin embargo, en la muestra hay obras que ya son viejas para mostrarlas y están colgadas, aunque en el propio pie de firma recen las fechas del 2007 o 2008, y otras que fueron fechadas en los años 2011 y 2012, pero estoy seguro de haberlas visto en exposiciones anteriores a esos años.
No me parece, en este caso, que la exigua participación tenga que ver con el disgusto de los artistas por la eliminación de los premios en metálico, pues a este Salón lo avalan dos becas, en igualdad de condiciones, de 600 pesos mensuales por seis meses. Más bien, faltan intercambios con las provincias vecinas, visitas a los artistas en sus talleres, acciones que redunden en una mejor asimilación del conocimiento artístico. Lo que pasa es, sencillamente, que no se aprovecha el tiempo en la organización entre los salones, y las cosas hay que hacerlas con calidad o no hacerlas.
Otro asunto que se debate bastante en estos encuentros son los premios. El jurado decidió otorgar tres menciones: a la miniatura Sin título, de Nelson Wuenselao -que tiene sus valores, pero el evento de pequeño formato es el próximo año-, a la serie Guardianes, de Mario Félix Bernal -sin comentario-, y al bordado Rueda de casino, de Luisa María Serrano (Lichi), que merece la mención.
Uno de los premios se otorgó a Anatomía campesina, de Armando Portielles (Caracusey). Su estética naif siempre sorprende, pero esta pintura se exhibió el año pasado en el Salón de la Ciudad y para más estupefacción obtuvo el premio colateral de la UNEAC.
Por suerte y talento, el otro galardón lo recibió Álvaro José Brunet con el díptico Depredador y presas, fotografías artísticas que, a través de la retórica, imprimen un sello de contemporaneidad a paisajes que él ha ingeniado y que, como parte de su serie El peso de la vida, están cargadas de esa polisemia fonética del peso como valor económico o con los muchísimos sinónimos que tiene esa palabra que al conjugarla con vida se hace enigmática.
Hay dos obras que, según mi criterio, debían estar en la discusión de los premios: El tríptico Finisterra, de Hermes Entenza, que con una factura desenfadada y meticulosa se ampara en el concepto para hacernos reflexionar, de ahí que los caminos estén rasgados en variantes hacia el signo del templo o de la palma real sobre un fondo incierto; y Naturaleza muerta. Producto de la exportación, de Ángel Luis Méndez Montagne, una instalación en la que el artista ha envuelto, con ese tipo de nailon fino que se utiliza para empaquetar alimentos, una maceta plástica que tiene sembrada una planta de moringa, una suerte “paisaje otro” que fusiona el arte contemporáneo y la inmediatez del acontecer cubano.
Espero que en el próximo encuentro los factores giren más a favor de la pluralidad y el desarrollo de esta manifestación que, como el Sol, tiene manchas, pero ha brillado y brillará en los paisajes cubanos.
*Crítico de Arte
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