Héctor Estupiñán Batista, todo un referente en el mundo de la abogacía en Sancti Spíritus, no presume de erudito ni cree hacer milagros en el estrado.
En el espaldar de la silla descansa la toga que siempre le concede un hálito ceremonial a los letrados; sobre el buró, papelería diversa y… “¿dónde están mis espejuelos? Cuando más me hacen falta, no aparecen”, se lamenta Héctor Estupiñán Batista, todo un referente en el mundo de la abogacía en la provincia de Sancti Spíritus.
Lejos del estrado, tampoco presume de erudito; de hecho, no lo es. “Ninguna causa judicial se parece a otra”, añade quien para defender a algún presunto autor de cierto delito se ha visto estudiando materias de Ingeniería Civil, Medicina, Economía… a horas insospechadas.
Si este abogado penalista del Bufete Colectivo de Cabaiguán “culpara” a alguien por sus 28 años de ejercicio, el primer nombre que encontraría a mano sería el de Fausto, su abuelo paterno, quien le recitaba las historias de Santaló, aquel letrado peninsular asentado en el pueblo en años de la seudorrepública.
Sin la armadura broncínea del príncipe troyano Héctor; pero con la pasión del guerrero en ciernes, Estupiñán Batista apostó definitivamente por el Derecho y se fue a la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas, acompañado, incluso, de su trasnochada guitarra de adolescente.
“Mi primer juicio fue de mucho nervio; estudié como nunca -recuerda sobre aquella experiencia de finales de 1984. Recibí una clase de Derecho por parte de Valdivia, que presidía la Sala Primera en ese entonces, y del fiscal José Luis, hoy decano de esa facultad en la Universidad de La Habana. Me trataron con mucho respeto porque se percataron que era un recién egresado. Los acusados fueron absueltos, y ese resultado aumentó mis expectativas como abogado”.
¿De cuánta sangre fría usted debe armarse al defender a alguien que ha cometido un asesinato, una violación o malversado los bienes del Estado?
Defender no es compartir los criterios, los principios de la persona que uno representa; es buscar recursos técnicos para que, sí es responsable, pueda cumplir con la pena que le corresponda con la menor carga de sanción posible, y si no es responsable, tratar de demostrar su inocencia.
Más que abogado, soy un ser humano; cuando me pongo la toga, no me desvisto de mis sentimientos, quedan penosamente. Lo que tenemos que hacer en estos casos, no con frialdad; sino con mucho respeto, es intentar conducir el debate por el cauce más responsable posible.
¿Qué le promete al defendido?
Al defendido le prometemos representarlo adecuadamente. Ningún abogado creo que pueda decirle el resultado a su cliente. Hacemos un contrato, y le decimos al usuario cuáles son nuestras obligaciones y las de él. Después que uno se responsabiliza con un asunto, ya duermes con él hasta que se termine.
En este mundo donde para no pocas personas el dinero siempre abre y cierra puertas, ¿no han intentado sobornarlo, darle alguna prebenda para que usted las represente?
Hay personas muy humildes que acopian esfuerzos para poder designar el abogado; algunas no logran hacerlo y el bufete los representa por oficio. Otras tienen mejores condiciones económicas y quieren alcanzar sus fines a toda costa. Sí, a nosotros nos han tratado de ofrecer; pero el abogado que acepte una prebenda, además de las cuestiones éticas, corre el riesgo de que el resultado del proceso le sea adverso a su representado. Existe una realidad: por más que quiera, el abogado nunca decide el proceso.
Aseguran que usted no es de lo que busca impresionar con verborrea a los asistentes a la vista oral. ¿Qué le importa más en ese momento frente al tribunal?
Me importa mucho que el tribunal, primero, sienta mi respeto hacia este; segundo, que no crea que pretendo engañarlo, y tercero: no busco la duda como un cómodo refugio para perjudicar su imagen. El abogado no va al estrado a complacer a quien representa; sino a exponer el contenido técnico de manera objetiva. Me gusta mucho circunscribirme al tema exacto que voy a debatir. A veces un acusado quiere a ultranza que yo diga que es una buena persona, que no es responsable. No soy un abogado complaciente con los acusados; pero aún así otros me siguen contratando.
Cuando informo, miro mucho al juez; hay abogados que miran al techo… Así me doy cuenta si le interesa o no lo que digo. De acuerdo con sus expresiones -por mucho que el juez trate de ocultarlas le resulta muy difícil-, intento o no remodelar o encauzar mi tesis de defensa por otra vía.
¿Qué causas judiciales a usted le resultan más difíciles?
Las malversaciones; no te diría que a mí, sino a la gran mayoría de los abogados. El contenido de la causa es muy grande en la generalidad de los casos. Es muy difícil prepararse porque no tenemos casi ningún conocimiento específico de la materia económica; además, los acusados que representamos tampoco dominan el contenido de esa información documental que está en ese proceso, incluso, no dominan los elementos técnicos que hacen falta para defenderse.
Un abogado que se haga respetar tiene que haber defendido bien un delito de malversación. La causa que más preparación requiere es esta; algunos piensan que es el asesinato. El asesinato resulta un juicio muy conflictivo por los sentimientos naturales que hay de por medio: una persona perdió su vida; pero el delito de asesinato generalmente tiene sentado en el banquillo a la persona que mató; se trata de una defensa técnica: si es asesinato, si es homicidio.
Por su profesionalidad, a usted le solicitan también su servicio lo mismo en Villa Clara que en Ciego de Ávila… ¿Qué casos escoge o cuáles rechaza?
Casi siempre, cuando alguno de nosotros se mueve a otra provincia a hacer un juicio se debe a que constituye un caso de mucho interés técnico. Al abogado que trabaja esta materia no le gusta trasladarse a otro lugar a defender un asunto de pocas posibilidades, al menos desde el punto de vista técnico.
A veces hay personas que tienen mucha cercanía a un abogado, y este un poco se siente comprometido en prestarles el servicio. Cuando en su municipio existe poco contenido de trabajo, se mueve a otro…
Usted ha representado a personas de todo tipo: ladrones, corruptos… ¿de quiénes ha sentido repulsa antes o después de la vista oral? ¿No lo miran de soslayo?
Hay delitos que no traen consigo repulsa social; por ejemplo, el juego al prohibido. El robo con violencia, los delitos contra la libertad sexual son rechazados por la población en general. No solo sentimos la repulsa en la mirada de los familiares de las víctimas; sino en las frases despectivas hacia nosotros. Ese rechazo es un sentimiento natural; también depende de la preparación cultural de la gente, de saber cuál es nuestra función.
En ocasiones el rechazo viene de autoridades más cercanas a nuestro trabajo. A veces un abogado acude a determinado sitio, y por la animadversión que trae consigo la acción del acusado, dicen: “¿Cómo te atreves a defender a esa persona?”. Pero ese ciudadano tiene un derecho, y mientras más involucrado esté en el hecho, con más razón necesita que alguien lo represente, porque más posibilidades tiene el juez de equivocarse.
En un juicio, ¿de parte de quién está usted?
Cien por ciento de parte de mi representado y de la verdad. Mi obligación formal es representarlo, y la individual, el compromiso con la verdad.
¿Usted le pide a su defendido que le confiese toda la verdad?
No le impongo al representado que me diga la verdad. Hay personas que son sinceras; otras, en cambio, no. Eso se lo dejo a su decisión. En Derecho no hay reglas matemáticas. Existen usuarios que adornan el suceso con mentiras, y resulta difícil imponerles regla alguna. Después de estudiar el proceso, le pregunto a la persona por los hechos, y le explico si su versión tiene posibilidades de ser objetiva, convincente.
¿Nunca ha mentido ante a un tribunal a favor del defendido?
Sí, sí he mentido ante a un tribunal a favor de un defendido, en el sentido de que he conocido verdades que no se las puedo decir. Pero decirle intencionalmente una mentira al tribunal, buscar un subterfugio para tratar de confundir a los jueces, eso yo no lo hago; eso es irrespetarme, es buscarme el irrespeto del representado.
¿Ocultar la verdad no es antiético?
No; antiético sería que yo le elaborara una mentira al tribunal, que le fabricara una prueba; eso constituye un acto de corrupción. Omitir verdades es una obligación por razón de mi trabajo; como al cura, el acusado que me confiesa su verdad, estoy en la obligación de respetársela.
¿Héctor Estupiñán hace milagros?
Yo no hago milagros. En Sancti Spíritus existen muy buenos abogados civilistas, penalistas, abogados de mucho decoro, que desde el punto de vista técnico aportan bastante.
Usted parece ser muy metódico.
No soy en extremo metódico; aunque esta profesión requiere que haya métodos. La libertad es el segundo bien más preciado del ser humano; generalmente quien viene a nosotros está arriesgando años de su libertad, años de su vida, y velar por eso demanda de mucho cuidado, de trabajo. Trabajar sin planificación da la impresión de irresponsabilidad. Si no tengo horas para atender al público, si en mi casa no tengo horas de tranquilidad para poder estudiar, no puedo prestar un buen servicio. Por ello, ser un poco ortodoxo en este sistema de trabajo, más que quitar, me aporta.
¿Ha pensado que usted pudiera estar alguna vez sentado en el banquillo de los acusados? ¿Se considera infalible?
No me considero infalible. No estoy exento de ser juzgado un día: yo manejo, puedo tener un accidente de tránsito; soy un ser humano y puedo cometer errores, tengo pasiones, conflictos como todos los demás; pero si algún día me procesan, puedes estar seguro que yo no me voy a defender.
Coincido con Luis Francisco Jacomino y además agrego que me ha resultado muy grato leer las opiniones de Héctor Estupiñan, quien fuera alumno nuestro en las aulas universitarias por los años 80 de quien fui profesor de Derecho Penal Especial, donde ya Estupiñán despuntaba como un magnífico profesional, además de ser excelente compañero no solo de sus condiscípulos, sino también de quienes fuimos sus profesores.
Éxitos, Estupiñán, a nombre de todos los que te dimos clases; Pascual, Graciela, Jaime y en el mío propio.
A. Madruga López.
Muy buen trabajo,Ojito como siempre con ese olfato que te distingue.Hace unos dìas recordaba al entrevistado que goza de gran prestigio en el mundo jurìdico espirituano.me parece muy atinada esta entrevista.