La situación en el país levantino y lo que se juega en torno al conflicto que allí tiene lugar presenta analogías con la Guerra Civil española y el solapado enfrentamiento entre potencias
¿Quién lo duda?, el escarceo que hoy tiene lugar en torno a Siria por parte de las grandes potencias rebasa con mucho la importancia intrínseca de ese país árabe musulmán ubicado en la estratégica región del Medio Oriente y se inserta en una puja geopolítica entre las principales naciones sucesoras del antiguo campo socialista, y el Occidente de siempre, sustentado por los Estados Unidos y la OTAN.
Para la Federación de Rusia y la República Popular China la suerte de Siria alcanza visos estratégicos, por cuanto de lo que suceda allí depende en mucho su propio futuro y la suerte del mundo. En Moscú y Pekín están perfectamente conscientes de que el tema de los derechos humanos supuestamente pisoteados por Damasco es solo un burdo pretexto de Washington y sus acólitos con el fin de cambiar el régimen sirio por la fuerza como ayer hicieron con el de Libia.
Solo que la caída y asesinato de Gaddafi poco ha influido en el citado juego geoestratégico, pero de lograrse la del Presidente Bachar Al Assad pudiera representar quitarle una columna principal al actual orden en que vive el planeta en su lucha constante por una multipolaridad que haría más equitativas y democráticas las relaciones internacionales.
Para Rusia y China -y para muchos otros- está claro que la hipotética caída de Siria sería seguida a breve plazo por una arremetida estadounidense-israelí contra la resistencia palestina y contra el movimiento libanés de resistencia liderado por la organización musulmana nacionalista Hizbollah. Y todo ello antes o después de la tan anunciada agresión a la República Islámica de Irán, con la excusa de su programa nuclear con fines pacíficos, al que Occidente atribuye propósitos militares.
Ante el cerco que Washington y la OTAN intentan levantar en torno a Rusia y China, a esas dos grandes potencias nucleares no les queda más remedio que detenerlos hoy en Siria, antes que mañana en el borde de sus propias fronteras.
De ahí que Moscú, por medio de su canciller Serguei Lavrov, se haya referido a una simbólica “línea roja” que los enemigos de Siria no deben cruzar, y ese planteamiento ha sido asumido como propio por China, cuyos intereses convergen cada vez más con los de Rusia en esta y en otras partes del mundo.
Llegados a tal punto del análisis, este redactor se permite la libertad de retrotraerse en el tiempo a los días de la Guerra Civil en España para recordar que, si se mira desde el punto de vista de los intereses en juego -y de los que arman a reaccionarios y terroristas- hoy día Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Turquía, Arabia Saudita y Qatar han asumido en Siria el triste rol que en aquella contienda desempeñaron la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini.
Cierto que en los años inmediatamente anteriores a la II Guerra Mundial hubo diversas manifestaciones de la agresividad de las potencias fascistas, como el ataque japonés a China (1931) y el de Italia a Abisinia (1935), que dieron lugar a guerras, pero fue la de España (1936-1939) donde se manifestó un choque definido entre el mundo progresista y las oscuras fuerzas imperiales de la reacción y el fascismo.
Entonces, la antigua Unión Soviética remitió a la España Republicana cientos de asesores militares, tanques, aviones, cañones y armamento de infantería, pero la crueldad y mala fe de gobiernos de Occidente como los de EE.UU. e Inglaterra, que impulsaron el llamado frente de No Intervención, les negaron ayuda a los republicanos españoles e hicieron todo para impedir que les llegara auxilio desde otras latitudes.
Así, mientras Alemania e Italia convertían a España en polígono de experimentación para su nuevo armamento y tácticas militares, enviándoles escuadrillas enteras de aviones y pilotos, tanques y formaciones de combate, que en el caso de la segunda llegó a incluir a más de 100 000 hombres, los buques de la armada real británica no detenían a las naves germanas e itálicas en el Canal de la Mancha ni en el Mediterráneo, pero obstruían por todos los medios a los mercantes procedentes de la URSS.
A ello se sumaba que en el lado francés de la frontera con Iberia se amontonaban grandes cantidades de pertrechos bélicos y alimentos enviados por Moscú, que el gobierno “socialista” de Leon Blum, en cumplimiento de sus “compromisos” de No Intervención, se negaba a dejar pasar en socorro del país vecino.
La URSS entonces no disponía de un aliado poderoso como China ni el sólido argumento de miles de vectores y cabezas nucleares, por lo que no le fue posible establecer una línea roja ante los desmanes de Hitler y Mussolini, en su apoyo desembozado al cabecilla español Francisco Franco.
El primero de abril de 1939 murió la República Española, devorada por el fascismo. La Alemania hitleriana y la Italia mussolineana, fortalecidas y envalentonadas por su victoria, se dispusieron a dar nuevos pasos en su descabellada cruzada hacia el dominio mundial. Solo una derrota del fascismo en España y la actitud firme del Occidente capitalista las hubiera detenido en sus negros designios.
Pero en Washington, Londres y París, se albergaba la secreta esperanza de lanzar a Hitler contra Stalin y que ambos se aniquilaran para emerger ellos como amos indiscutibles del mundo. Aquella aventura se saldó con más de 50 millones de muertos, cientos de millones de heridos y mutilados y colosales pérdidas materiales.
De cierta forma, Siria pudiera ser hoy la España de ayer, con ese Occidente hipócrita armando a criminales terroristas para, una vez derribado el gobierno de Damasco, lanzarse sobre nuevos objetivos en su sueño insaciable de dominio mundial.
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