El cantautor Eduardo Sosa no cree ni en la tradicional ni en la nueva y novísima trovas: “Para mí la trova es una sola, lo que todo el mundo ha cantado con los mismos signos y aspiraciones de cada época. Eso lo hicieron los historiadores para dividir las etapas, pero a mí me da igual”.
Los escenarios del mundo mantienen un trato benévolo con este santiaguero de Segundo Frente. Lejos de la propuesta fácil, ha compartido sus acordes con músicos de la talla de Ana Belén, Fito Páez y Silvio Rodríguez. Sin embargo, la expresión campechana y calurosa distingue al artista. Abordarlo despeja de un golpe la distancia que impone el televisor o la tribuna. Allí, frente a usted, tendrá un ser sencillo, cotidiano, encantador.
“No soy un hombre complicado, compay. Me molesta tanto no entender una canción, como saber la letra con que termina. Cuando compongo no lo hago para el público, lo hago para matarme los fantasmas. Es como un peso que tengo encima y al lograrlas respiro”.
Así se define Eduardo Sosa, un músico forjado en las descargas de Compay Segundo, Eliades Ochoa y muchos otros grandes que escuchó en la Casa de la Trova santiaguera durante sus escapadas de la vocacional. Y, aunque lamenta no poseer la formación de una escuela de arte, se llena de orgullo al recordar la guitarra fingida donde aprendió sus primeras tonadas.
“Mi casa no es que fuera muy musical. Pero mi abuela afinaba bien y mi abuelo punteaba el tres. Yo crecí escuchando la música mexicana que es la que gusta en los espacios rurales. Luego, participé en todos los festivales desde la Secundaria hasta la Universidad”.
Por ese camino, en el año 1997, inicia su carrera profesional con la formación del dúo Postrova, proyecto que en cinco años lo llevó a incluirse en el diccionario enciclopédico de la música cubana y ganar el Premio Abril en 1998.
“Postrova fue una excelente novia que sigue siendo mi amante. Ernesto y yo creamos un estilo y, por suerte, fue visible. Resultaron años muy bonitos. Luego, él se casó en Venezuela y yo tuve que seguir camino solo. Entonces, me pasé un año sin cantar. Todas nuestras composiciones estaban pensadas para dos. Pero debía ser yo, coger mis canciones, mi guitarra y ser yo”.
Presidente del Festival de la Trova Pepe Sánchez, Eduardo Sosa alude sin remilgos a la poca difusión en los medios masivos de la música trovadoresca: “Incultura. Mi generación estuvo influenciada por una serie de valores que se perdieron en los años 90. Hoy los programas se hacen con los intereses de quienes dirigen y a bolina lo artístico”.
Eduardo todavía huele a cafetal y algarrobo de Tumba siete, un pueblecito más allá de Segundo Frente, donde vivió hasta los 21 años: “Es que como buen santiaguero que soy, vivo en La Habana”, comenta este hombre bonachón que disfruta reírse de sus propios chistes.
Sin embargo, cuando habla de la trova su rostro adquiere otra expresión; no cree ni en la tradicional ni en la nueva y novísima trovas: “Para mí la trova es una sola, lo que todo el mundo ha cantado con los mismos signos y aspiraciones de cada época. Eso lo hicieron los historiadores para dividir las etapas, pero a mí me da igual”.
Una historia definió la vocación de Eduardo cuando todavía no imaginaba el vuelco de su vida ni tenía premeditada su carrera como trovador. Allá, en Tumba siete, a este chico le cayó en sus manos el libro Que levante la mano la guitarra: “Yo no entendía nada, pero aquello era maravilloso. Después me dijeron que Silvio Rodríguez se inspiraba en Vallejo, pero tampoco podía entenderlo, y me resultó tan fabuloso, que hoy soy trovador por culpa de Silvio”.
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