Hermes Gregorio Saroza Mailero fue capturado junto con su tío Rafael Saroza Benítez el 17 de junio de 1962 por una banda armada en el Escambray, pero logró escapar
Han transcurrido 50 años de los hechos que narra, pero a Hermes Gregorio Saroza Mailero, hoy con 69 almanaques bien “deshojados”, se le evidencia en gestos y expresiones el trauma de los terribles momentos vividos en medio del Escambray espirituano por culpa de gente a la que un día consideró amiga.
Campesino junto con su padre, dueño de la finca Las Delicias, cerca de Limones Cantero, Hermes y su viejo pasaron del Ejército Rebelde a las Milicias, al reintegrarse a los afanes productivos en el lomerío de Guamuhaya.
El joven de apenas 19 años sirvió de guía a las huestes verde azules durante la Limpia del Escambray y la Operación Jaula. Cuando ambas terminaron y creyendo que “la guerra ya había sido ganada” se presentó ante Orlando Lorenzo Castro (Pineo) y le dijo que quería regresar a la heredad familiar a cultivar la tierra, pero este le replicó: “No, tú no te puedes desmovilizar, tú te tienes que quedar en Limones Cantero al frente de las Milicias Campesinas”.
Y ahí se quedó Hermes al frente de esa zona compleja, entre sus hombres estaba su tío Rafael Saroza Benítez, a quien le entregó un fusil checo M-52 y las 120 balas del módulo de combate.
“Los moradores que formaban la milicia campesina en la zona, laboraban al servicio de la Granja Limones Cantero. Yo había puesto a trabajar del lado de allá del río Ay a unos compañeros que tenía allí, y una tarde me dijo mi tío: ‘Tite, hace falta que mañana me vayas a recibir el trabajo, que ya termino’ ”.
Al día siguiente, temprano en la mañana, Hermes y Rafael dejaron las armas en la unidad y salieron a caballo al lugar de faena del segundo. Allí el primero verificó lo hecho y emprendieron el regreso.
Cuando tío y sobrino cruzaban el río Ay por un paso al que llaman Ojo de Agua, Hermes se adelantó y al enfilar por un canjilón le saltó un hombre a la zanca de la bestia y, acto seguido, le dobló los brazos hacia atrás.
“Y -recuerda Hermes- vi a uno arriba del barranco que
me apuntó con una Thompson, entonces, el jefe que venía al frente del grupo, Quiche Jaime, que yo lo conocía, porque incluso se crió junto conmigo, me dijo: ‘¡Ah negro comunista vendido por tres onzas de arroz!, ¡Carajo!’.
“Bueno, ahí me tumbaron de la bestia, derribaron a mi tío también y nos metieron para un campito de café al lado del barranquito. Y ellos con hicos de hamaca, amarraron a Rafael por la cintura y las manos y por último lo ataron a un árbol. El Quiche dijo: ‘Ahora el negro de mierda este, nos va a entregar el arma que le dio a su tío’.
“Seguimos enseguida para la casa de mi tía. Al llegar por el potrero, brincamos la cerca del batey, y díjole Quiche al Cordovés: ‘Tu respondes por el negro este’. Cuando ellos entraron a la casa, que las mujeres los vieron, gritaron, y en ese momento el Cordovés viró la cara y yo le di un trompón que lo ‘maté’ redondo.
“Yo pude eliminarlo y quitarle la Thompson, pero me dio por salir corriendo, brincar la cerca del batey y las dos cercas del callejón y bajar más o menos a un kilómetro y medio de donde me capturaron, porque allí tenía a seis milicianos trabajando, y quería avisarles, pues los bandidos podían ir para allá y matarlos también a ellos.
“Cuando por fin llegué a la unidad, le dije a mi padre: ‘Papá, corre, que a Rafael y a mí nos cogieron los alzados y yo me pude escapar, pero a él creo que lo matan’. Y ya ahí perdí el conocimiento. Cuando mi papá y los milicianos llegaron allá, encontraron a mi tío Rafael Saroza Benítez acabado de guindar…”
Si muy duro resultó todo esto para Hermes Gregorio, doblemente traumático fue para su padre ver al hermano mayor en esas condiciones por no poder llegar a tiempo, pues los bandidos lo ahorcaron, pero antes le sacaron los ojos, le cortaron la lengua, le seccionaron el miembro y se lo pusieron en la boca, y también le arrancaron los testículos. No consideraron para nada que dejaba ocho niños huérfanos, algunos muy pequeños.
Y todavía hoy, a pesar del medio siglo transcurrido, con una montaña de vivencias y trabajo arduo gravitando sobre sus espaldas, Hermes no puede comprender que el Quiche y Ramón del Sol, gente pobre como él, a quienes conocía desde niño, pudieran devenir tamaños criminales. Pero eso estaba oculto en su naturaleza… y en la del sistema al cual le vendieron el alma.
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