Hace 25 años circuló por vez primera el suplemento cultural de Escambray, publicación que ha venido ganándose desde entonces un sitio de preeminencia entre los intelectuales espirituanos.
Aún no terminaba la época de gloria de los 80 cuando Vitrales salió al ruedo por primera vez. La idea había surgido en el entonces Departamento de Orientación Revolucionaria del Comité Central: allí donde el potencial artístico lo propiciara, debía existir un suplemento que diera voz a los intelectuales.
Voz y alma vino a ser Vitrales, oasis a la creación en medio de un panorama que no era precisamente pródigo en espacios editoriales. Tal vez por ello no pocos suspiraron aliviados cuando en aquella primera plana del 19 de abril de 1987 el Consejo de Redacción refrendó un Pórtico a manera de declaración de principios en el que expuso su credo: no sería este un suplemento para la nostalgia por las glorias de antaño, sino que devendría promotor de la más pujante actividad contemporánea, de la cultura en ebullición.
A Antonio Díaz, el Pintor de la Ciudad, le debe el nombre, y a los casi cuatro siglos de arquitectura colonial. Más allá de los cambios en el diseño y el formato, típicos de toda publicación en ciernes y de las veleidades con los recursos, Vitrales se ha mantenido fiel a sus orígenes, a la cruzada que ha lanzado desde siempre en defensa de la cultura espirituana, a su presunción de universalidad, aunque algunos le hayan descubierto rasgos de cierta discursividad provinciana.
Con apenas hojear las memorias de los últimos años basta para evocar resonancias: el contrapunteo alrededor de la narrativa gestada en estos predios, los peliagudos debates en torno a la relación patrimonio-turismo en Trinidad, las disquisiciones a propósito de los valores culturales que se promueven, el dedo sobre la llaga de las tradiciones marchitas e, invariablemente, las páginas dedicadas a la obra de nuestros escritores y artistas.
Amén de ausencias e insatisfacciones, entre ellas la espaciada frecuencia cuatrimestral y sus apenas 6 000 ejemplares, Vitrales continúa tomándole el pulso hoy, como hace un cuarto de siglo, a la identidad cultural espirituana. De ahí que haya sido reconocido con varios premios y menciones durante los -ya por desgracia extintos- Festivales Nacionales de la Prensa Escrita.
Sin embargo, no se cree por ello el non plus ultra de la alta cultura que preconizó Jorge Mañach. Se sabe deudor de una región cuya raigambre popular va de Teofilito a los coros de clave, de la trova tradicional a las fiestas santiagueras, y que le agradece el don de la permanencia.
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