William Clinton pudo continuar y emular ventajosamente la incipiente relación establecida entre los EE.UU. y Cuba en la etapa de Jimmy Carter si hubiese obrado de buena fe y de acuerdo con los principios éticos que decía observar.
Por Pastor Guzmán Castro
Aunque algunos no lo crean, William Clinton pudo continuar y emular ventajosamente la incipiente relación establecida entre los EE.UU. y Cuba en la etapa de Jimmy Carter si hubiese obrado de buena fe y de acuerdo con los principios éticos que decía observar, pero prefirió una política maniobrera, sucia, en su trato hacia la isla.
Era algo que no se pensaba, sobre todo de una persona que había sido objeto de esa politiquería por parte de sus adversarios republicanos, antes y a raíz del escándalo Lewinski o “Monicagate“, cuando el Presidente se convirtió en comidilla y hazmerreír de yanquis y extranjeros, así como filón de oro para los caricaturistas de medio mundo.
Clinton estuvo en una posición muy débil y a punto del “Impeachement” o destitución a través de un juicio político en el Congreso, pero mientras la reacción conservadora lo atacaba, el Gobierno cubano mantuvo siempre una posición de distanciamiento y respeto por ser aquel un problema interno de Estados Unidos, potenciado al infinito por oscuros intereses corporativos.
Mirado en perspectiva, el pueblo y las autoridades cubanas habían observado con esperanzas el gesto de Clinton en la ONU en ocasión de inaugurarse un nuevo período de la Asamblea General, cuando el mandatario del país anfitrión del organismo mundial saludó en una larga fila de jefes de estado o gobierno allí presentes, al entonces presidente Fidel Castro, gesto inédito desde el triunfo de la Revolución cubana.
Luego vino el grave distanciamiento provocado por el incidente del derribo de las avionetas el 24 de febrero de 1996, -originado en la permisividad de Washington hacia los exiliados recalcitrantes cubanos asentados en la Florida- así como la posterior firma por Clinton de la repudiada Ley Helms-Burton.
No obstante, con posterioridad hubo ciertas manifestaciones objetivas de la Casa Blanca hacia La Habana, que revivieron las viejas esperanzas. Esos y otros indicios positivos influyeron en la disposición de Cuba a analizar la posibilidad de una mejora de las relaciones entre los dos países.
Ello ocurrió sobre todo a partir del 7 de marzo de 1998, cuando el entonces jefe de la SINA pidió ser recibido de forma urgente en el MINREX para alertar a las autoridades acerca de planes de organizaciones cubano-americanas de realizar un atentado con bombas en Cuba.
Aquel y otros intercambios confirmaron la impresión de las esferas oficiales en la isla acerca de lo que parecía una mejor disposición en Washington a la cooperación bilateral, por lo que se produce la iniciativa de Fidel de enviarle el 18 de abril de 1998 un mensaje personal a Clinton a través de un amigo común, el escritor colombiano Gabriel García Márquez, quien sostendría en fecha próxima un encuentro con el Presidente de Estados Unidos.
Y aunque el “Gabo” no le pudo entregar en persona la misiva a Clinton, se la hizo llegar a través de su consejero Thomas McLarty.
Ese punto es muy importante, porque a partir de aquel contacto, llega el 15 de junio a La Habana una delegación del FBI que sostiene varias sesiones de trabajo los días 16 y 17 con especialistas de los cuerpos de inteligencia cubanos, los cuales le entregan una amplia documentación sobre organizaciones extremistas en la Florida y sus planes contra Cuba, y ciudadanos de EE.UU. con el objetivo de provocar la guerra.
Y llegó al cenit el asunto, el parte aguas definitivo entre Cuba y la administración Clinton, cuando, en lugar de operar contra las agrupaciones terroristas y sus horribles designios, el Gobierno dio luz verde al FBI para que detuviera a los agentes cubanos de la llamada Red Avispa que monitoreaban las actividades criminales de esas mafias en Miami y Nueva Jersey.
El apresamiento violento de estos hombres el 12 de septiembre de 1998 con toda la fanfarria anticubana que le siguió, el sindicarlos de espías y los malos tratos prodigados a ellos y sus familiares, creó el llamado Caso de los Cinco, fruto exclusivo, entre otras razones, de la mala fe del presidente Clinton.
Y eso es oportuno recordarlo, sobre todo a propósito del editorial publicado el pasado 31 de diciembre por The Washington Post, donde se denuesta a nuestros Cinco Héroes presos en los Estados Unidos por luchar contra el terrorismo, tergiversando la historia y ocultando la falta de ética del Gobierno yanqui.
Si eso hizo el “demócrata” Clinton en su época de presidente, no pueden sorprender los desplantes de W. Bush, su sucesor, quien no tuvo una Mónica Lewinski con quien solazarse en la Casa Blanca, pero se acreditó tres guerras y una cantidad de fechorías a nivel mundial que alcanzaría para llenar las páginas de una enciclopedia.
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