Testimonios dan fe de las realidades de entonces, cuando los días en nada recordaban el paraíso que intentan reinventar hoy.
La nostalgia se ha puesto de moda. Inyectada desde fuera y no pocas veces también inoculada por los de adentro, se presenta con el referente del paraíso de los años 50 en Cuba y aquellas máquinas americanas, los casinos, clubes de pelota, las sociedades de recreo, la elegancia con guayaberas de hilo y taconeo de doña. La desmemoria también anda en boga.
El espejismo no comenzó ayer, pues ya en el 2010 un cubano americano escribió para la web desde el mismo Miami una crónica que recrea, con lazos muy cercanos, ese edén artificial nacido quizás en esa propia “ciudad pacotillera”, donde ahora intentan revivir la isla del pasado.
EL FREGADOR Y LA LOMA DE LOS LÓPEZ
El cibernauta, que se dice espirituano y puede contar su verdadera historia o la de un clon, recrea como en fotografía perfecta el ayer de la villa a partir de una exposición abierta en Hialeah para ponderar el pasado, una exposición donde -escribe- “no veo un cuadro, una foto del desalojo, el tiempo muerto, el niño barrigón de lombrices, el piso de tierra, la leña, la patada en el c… del teniente rural Arencibia, el analfabeto (…) y el cadáver putrefacto en la guardarraya el lunes al amanecer de Dios”.
Luego recuerda a “Aníbal Buche Aura, el negrito cabeza de puntilla” que fregaba el Chevrolet 55 de su padre, y a cambio recibía una peseta tirada al aire; y a “Carlos el mulo”, el parqueador de 14 años, que apenas merecía un medio o una Coca-Cola a cambio de su trabajo.
El guajirito Carlos el Mulo también preparaba los pescados y lavaba los tres barcos de la familia, cuando regresaban con los amigos de sus paseos el fin de semana, para cobrar un plato de arroz amarillo con pescado, una cerveza y una caja de cigarrillos.
El padre de ese muchacho vivía recogiendo sancocho para criar puercos y la madre les lavaba a todas las ricas del barrio. Cuando algún día le brindaban almuerzo, el joven siempre decía: “Me acabo de comer una rubia con ojos verdes”, acertijo que traducido al buen cubano significa un plato de harina de maíz con aguacate.
El cronista del más allá, pero con los pies bien puestos en la tierra del más acá, describe entonces su regreso a la Cuba de los años 2000, cuando reencontró a Carlos el mulo -ahora trabajaba como cuentapropista, vendedor de carne de puerco en la Plaza del Mercado y le llevó dos guanajos para celebrar-; y supo de Aníbal Buche Aura, quien en ese momento se desempeñaba como militar y colaboraba con Venezuela.
Sus recuerdos pueden anclar en la realidad o la fantasía. No importa, quienes en Cuba hoy peinan canas y conocieron el ayer saben de sobra cuántas historias semejantes se cruzaban en esta isla allá por los años 50.
Una abuela que todavía vive en el campo de Yaguajay escogió quedarse allí mismo para contar una y otra vez la realidad de aquella comarca a sus hijos y nietos. Esa familia, isleña, vivía medianamente con algunas tierras y partidarios que la trabajaban, pero aun así el padre austero apenas les compraba a las muchachas un vestido barato para la Navidad y la única muñeca de trapo se la componía una tía cercana.
Pero lo peor, asegura, se encontraba allá. Y señala la vecindad, que hace rato casi todos permutaron por el asfalto de los pueblos. Ahora solo permanecen algunas casas muy limpias, con paredes de tabla y techos de teja o zinc, con buen piso y corriente eléctrica.
“En esa loma vivía la familia de los López, en bajareques de yagua y piso de tierra. Los muchachos no iban a la escuela y tenían tantos parásitos que las lombrices les salían por la nariz. Los hijos se morían de cualquier cosa sin ir a un médico y nadie encontraba trabajo. Andaban descalzos, dormían en el piso y cuando algún día conseguían un poco de arroz los chiquillos pegaban saltos de contentura hasta el techo”.
EN BLANCO Y NEGRO
Esos recuerdos, que muchos tapiaron en el olvido y que ahora aparecen apenas como documentales en blanco y negro, también encontraban reflejo en la prensa más respetable de la época. La revista Carteles, por ejemplo, publicó varios reportajes durante esos años donde relataba la aniquilación forestal de Cuba por el control latifundista de las llanuras, la expansión azucarera, pero sobre todo por el aprovechamiento indiscriminado de las compañías madereras, al margen de toda ley y con la complicidad de la administración pública. Con sugestivos titulares como “El destino de Cuba, ¿convertirse en un desierto?” también abordaban la realidad del Valle del Agabama y la devastación de la región Trinidad-Sancti Spíritus.
Pero la denuncia de Carteles caminó más allá y se detuvo en el escándalo del juego: “El cubano está dedicando actualmente cerca de 100 millones de pesos anuales a jugar billetes de Lotería y números de la Charada y la Bolita. Esto arroja un per cápita de unos dieciséis pesos al año, posiblemente el más alto del mundo”.
Y la investigación, realizada en 1958, aseguraba que ese dinero representa nada más y nada menos que la quinta parte del valor de una producción azucarera de 5 millones de toneladas, a precios regulares; el doble de la cosecha nacional de café; casi tanto como lo que se importaba anualmente en productos alimenticios; más del duplo de la exportaciones de tabaco. “Jamás en la historia se vio un auspicio estatal al juego como el que se ve en Cuba ahora”, apuntaban los reporteros.
No pocos cubanos, muchos de buen vivir y con la decencia en medio del pecho se levantaron sin preámbulos contra aquella realidad. La espirituana Mérida Chacón, hija de estomatólogo y nieta de terrateniente, a pesar de su ancianidad, recuerda clarito aquellos tiempos malos cuando “muchos tocaban en la puerta de mi casa para pedir un plato de comida o dinero para las medicinas porque todo había que pagarlo, la escuela, las consultas del médico. Eso le partía el alma a uno. Hoy se vive distinto y algunos no están conformes”.
Ella y su hermana no lo pensaron dos veces para entrar a la clandestinidad por eso y más: “La gente pedía limosna, trabajaba por comida. Pero peor era que asesinaban al que estuviera en contra, se cometían muchos crímenes, jóvenes que aparecían ahogados en el río. Recuerdo Ángel Montejo, Ismael Saure Conde y Gilberto Zequeira. La Policía, la Guardia Rural, eran unos asesinos. A mi jefe, Juan José Álvarez, que combatió vinculado al alzamiento del 5 de Septiembre, lo cogieron preso y lo desgraciaron para siempre, se quedó cojo, con un bastón y platino en la cabeza por la golpiza que le dieron, hasta aire le inyectaron en los riñones”.
Las verdades no pasan de moda, aunque en Cuba hoy muchas realidades duelan y precisen reacomodos. Toda fotografía carga con su reverso. Las verdades no pasan de moda, a pesar de que algunos se empecinen ahora en vender la imagen paradisíaca de una isla que solo existe en la desmemoria, en el olvido de aquellos a quienes les conviene regresar a los marines con sus borracheras en busca de prostitutas, a los magnates del juego y a los millonarios del barrio alto.
Saludos MARY Luz Borrego!!
Buen articulo y recordatorio …para los que quieren volver al pasado, EL PLAN DE MACHETE lo conocimos personalmente en varios pueblos y aldeas…EL PILAR GARCIA y los Manferreristas…ESO NUNCA DEBE VOLVER A NUESTRA QUERIDA TIERRA..
El guajiro de MACAGUABO