Esta mañana, en todos los municipios de la provincia se desarrolló la peregrinación por otro aniversario de la Operación Tributo. Testimonio de las huérfanas de dos de aquellos mártires
Solo las fotos. Y los recuerdos que regresan una y otra vez desde los escombros de la muerte. Amanece otro 7 de diciembre. La ausencia se cuela en el alma como los primeros claros del día por la ventana cerrada. Otra vez intenta rehacer el rostro en la memoria, pero se le escapa y vuelve la niebla, como una sombra, esa angustia que no ha conseguido esquivar en más de 30 años sin su padre.
“Era muy chiquita cuando se fue para Angola. Enseguida lo mataron en un accidente con arma de fuego. Vivíamos en el batey de Purialito, en Jatibonico. Él manejaba una alzadora y trabajaba como un mulo, hasta de madrugada en las zafras. Me gustaba que me subiera a la máquina, la tenía bonita, con adornos y eso. Siempre andaba conmigo, dicen que le gustaba chuparme una orejita.
“Mi madre me ha contado que era un hombre alegre, que hacía fiestas en la casa y a la familia le gustaba venir. En las cartas preguntaba por mí, que si había crecido. Muchas personas dicen que soy igualita a él, en los gestos, en el carácter fuerte, en que no me gusta lo mal hecho. Tengo tres hijos y el mayor se le parece bastante, le puse hasta su nombre.
“Me acuerdo cuando trajeron los restos, veía a toda la familia llorando y sentía tristeza aunque no tenía la noción clara de lo que estaba pasando. Sueño con él y he sentido su muerte todos los días, sin quitar el lugar y el mérito que se ha ganado mi padrastro. Lo más duro de ser huérfana es no tener al padre al lado cuando te hace falta, en las situaciones que he tenido con mis niños, en los problemas de la vida, para guiarme, para todo. Estoy orgullosa de él porque dio el paso al frente para ir a luchar por otro pueblo, pero siento mucho su falta”.
No solo Damaris Calderón* humedece el pañuelo este amanecer por tanta ausencia. La simiente de los héroes —de esos que hacen crecer al mundo, que cambiaron el destino de África y de otros pueblos— camina todos los días bien sencilla por esta tierra, ahora útil para pedestal y no para sepulcro. Lo grande se acomoda sereno bajo el ala del colibrí.
Yaneisy Valle** se traga las palabras. Sus recuerdos se escaparon bien lejos, de la mano de aquellos tres o cuatro años cuando vivía con sus padres en el barrio espirituano de Jesús María. Creció llena de preguntas creyendo que él demoraba porque estaba lejos, pero que un día iba a regresar.
“Mi mamá decía que era serio y hablaba poco, pero que era bueno y nos quería mucho. Cuando se montó en el avión le encargó que nos cuidara a mi hermana y a mí. Pienso bastante en él, aunque no hablo con nadie porque no me gusta. Padecía del corazón y cuando ya venía de regreso se murió. Quisiera que estuviera aquí, siempre conmigo. Estos días del acto en el cementerio me pongo mal”.
La guerra trae la espantosa herencia de la muerte. Esta mañana, como una columna donde reclinar el dolor, miles de espirituanos acompañarán a los familiares de los mártires hasta el cementerio donde se conservan celosamente sus restos en los panteones de los caídos por la defensa. Para ellos, el olvido siempre queda en solitario. Apenas nace el sol y una paloma vuelve a levantar el vuelo.
*Actualmente reside en Sancti Spíritus y trabaja en Sanidad Vegetal. Es la única hija de Argelio Calderón Carballoso, muerto en Angola en 1982 y merecedor de la Medalla de Combatiente Internacionalista de Segunda Clase.
**Joven que trabaja en la Clínica Estomatológica espirituana. Es una de las hijas de José Antonio Valle Quesada, también muerto en la misión de Angola en 1983 y acreedor de la Medalla de Trabajador Internacionalista.
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