La suspensión de las congas de los estadios ha constituido uno de los temas más controvertidos en la actual SNB.
Dicen que demoró más Higinio Vélez en firmar la Circular No. 4 de la LIII Serie Nacional que la noticia en llegar a los estadios. Se supone que el propio Higinio Vélez tardó menos en corregir la polémica ley que lo que demora El Nene en aspirar el aire para soplar la corneta china.
Tantas conjeturas son ciertas. Lo creo porque hace apenas 15 días empezó a rebotar de terreno en terreno una proscripción —en la Circular No. 4— que ha sido tan fugaz como absurda y que decretaba: “Queda prohibida la música generada por congas, orquestas y otros instrumentos musicales como trompetas durante el desarrollo del juego. (Obviamente se exonera de ello los entre innings, léase minutos de descanso por entrada y salida de los equipos al terreno). Las congas están interfiriendo en la concentración de los jugadores, molestias constantes de la música sobre los dogouts no permitiendo, incluso, las efectivas comunicaciones de las direcciones de los equipos con los atletas en el terreno, afectando también en las transmisiones de la televisión y de radio”.
Bastaron esas dos semanas para que las direcciones de deportes de cada territorio se sobregiraran en el presupuesto del año debido a gastos no planificados. ¿Las causas? Debieron contratar a orquestas de cámara local para ¿amenizar? los partidos y agenciarse la inclusión en las giras interprovinciales de la Sinfónica Nacional para garantizar los play off; debieron incluir en el aseguramiento de cada juego intérpretes de lenguas de señas capaces de traducir los amagos de estribillo de bando a bando; debieron reforzar la vigilancia por grada para que más de un pito de panadero no sonara a coro ni ante la emoción de un jonrón y, además, los jugadores empezaron a estar tan relajados que los mánagers de los equipos necesitaron el doble de sicólogos para despabilarlos.
No obstante, reportaron ganancias: varios productores de cine solicitaron los estadios para filmar películas silentes; el Noticiero de la ANSOC se fundió con el Noticiero Nacional Deportivo, lo cual supuso un considerable ahorro de recursos, y también lograron hacer anfiteatro-estadios donde lo mismo se comían rositas de maíz que se disfrutaba un acto de pantomima.
Suprimiendo los dos párrafos anteriores, que de más está confesar lo exagerado de tales ironías, el resto ha sucedido tal como lo dije. Lo que sí es cierto que en casi todos los estadios sobrevino un caos no menos pernicioso que el de ese mutismo obligatorio. Tanto se calló que más de un cencerro tuvo que aguantarse las ganas de repiquetear cuando el Yuli salió con casaca azul en el “Huelga”. Y no lo entendió nadie, acaso porque los tambores son a la pelota como las vuvuzelas al fútbol.
(Mal) entendidos que son los aficionados. Desde entonces y hasta el miércoles pasado una ola de oposiciones a tal descabellada prohibición se ha suscitado de grada en grada por gusto, si lo que no saben los congueros es que la DNB lo hizo a propósito, por su bien: para disminuir la hipertensión arterial de jugadores y fanáticos; para mantener a buen resguardo un patrimonio de la nación; para incitar a la polémica en tiempos en los que se ha puesto tan de moda el debate…
Y donde dijo digo…, la DNB ha corregido en su Circular No. 7: “Las congas se colocarán en un área de los jardines derecho o izquierdo, a una distancia de 35 metros a partir de los extremos finales de ambos dogouts en dirección al LF y RF. En esas áreas pueden tocar durante todo el juego. En los estadios que no tengan esas condiciones, habilitarán una tarima, de lo contrario tendrán que tocar entre innings. Se mantiene lo establecido en la Circular No. 4 de tocar entre innings a aquellas congas que no quieran ocupar el área de los jardines”.
Entonces, ¿las interferencias quedan resueltas con un cambio de asiento? ¿Habrá respaldo de insumos para construir plataformas de ahora para ahora? ¿Ya no se desconcentrarán los jugadores con tanto tambor?
Risa es lo menos que provoca la circular y su reciente enmienda. Preocupa —no por el yerro, que es de humanos— el bandazo, la inconsistencia de lo que se legisla como si las circunstancias pudiesen mutar de una semana a otra, como si quienes dirigen el deporte nacional pudieran darse el lujo de la inconsecuencia.
Más sorprendente aún resulta que en este inning del juego alguien venga a declarar a las congas no patrimonio nacional, sino un piquete de disturbio. Negar ese aderezo del espectáculo sería casi lo mismo que querer el helado caliente y eso, en mi país, se llama estupidez. Admitir —o prohibir otros— el silencio del toque de tambor hubiese sido tan decepcionante como estar en el noveno inning, el marcador abajo y poncharse con las bases llenas.
Nada más a alguien se le ocurrió decir que le molestaba las congas y la bulla en el estadio y ya la suspendieron, no abrá asuntos más importantes en el beisbol en que preocuparse, creo que un estadio sin ese entusiasmo que emana las congas, los grupos musicales, las trampetas, sin todo eso ya dejaría de ser una fiesta para los cubanos, a eso estábamos acostumbrados, así crecimos, así nos educaron nuestros padres, a querer y sentir el deporte insigne de Cuba.
Imagínense, a quien se le puede ocurrir confiarle parte de la cultura a la Comisión Nacional de Beisbol, si ellos, los pobres, no saben ni dirigir la pelota. Gracias por esta reflexión.