José Rolando Hernández fue a Cangamba como auxiliar de enfermería y allí tuvo que curar y disparar para salvaguardar las vidas de sus compañeros y la suya.
Cuando el espirituano José Rolando Hernández Hernández llegó a Cangamba en agosto de 1982, ya venía curtido de su experiencia combativa con el Batallón 35 de la 44 Brigada de Destino Especial, procedente del sur de la patria de Agostinho Neto, donde contendía activamente contra los bandidos de la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (UNITA).
Tan pronto José Rolando puso pie como sanitario en aquel campamento, aledaño a un pequeño poblado, el jefe, teniente coronel Fidencio González Peraza, a punto estuvo de hacérsele enojoso por su obsesión de tener al personal todo el tiempo cavando trincheras y refugios. No sabía que luego se lo agradecería tanto.
A fines de julio de 1983, José Rolando tuvo que ir a Luena, capital de Moxico, a llevar a un compañero enfermo y allí estaba cuando se desató el 2 de agosto la ofensiva simultánea de la UNITA contra Cangamba, Cangumbe, Calapo, Munhango, Tempué y Luena, con el objetivo estratégico de dominar la provincia de Moxico y territorios vecinos y fundar allí una llamada República Negra.
Pero el epicentro del plan tenía precisamente a Cangamba como prioridad, pues se proponían capturar o aniquilar a los 82 cubanos destacados allí y a la 32 Brigada de Infantería Ligera (BIL) de las Fuerzas Armadas para la Liberación de Angola (FAPLA), para dar un gran show con la prensa extranjera y, de ser posible, presentar a los prisioneros de la isla para humillar a su gobierno y dedicar esta victoria a su jefe Savimbi con motivo de su cumpleaños el 3 de agosto. Sin embargo, solo ocuparían Cangumbe.
DE REGRESO A… El INFIERNO
El general William Gálvez, jefe de la Región Militar con asiento en Luena, le dice al sanitario que como él conocía la zona tenía que desembarcar con el primer refuerzo que se enviaría a los defensores de Cangamba. Fue así que el 3 de agosto descendieron 57 hombres, aproximadamente a las nueve de la mañana, a un kilómetro de las posiciones de los cercados, y solo pudieron unirse a los suyos a eso de las cinco de la tarde.
“Habíamos llegado en los helicópteros bajo el fuego, tirándonos desde 2 o 3 metros de altura y en el trayecto perdimos parte de las medicinas y de las municiones que transportábamos”.
José Rolando recordó por primera vez a Fidencio cuando, ya llegados al perímetro del campamento, tuvieron que ocupar las propias trincheras que habían construido, y luego abrirse paso a fuego limpio, pues la UNITA había desalojado a los soldados de las FAPLA que defendían por esa parte el anillo externo.
“Para colmo -recuerda- nuestra propia aviación, al no tener un apuntador aéreo en el terreno, se equivoca y nos dispara haciendo impacto dos cohetes, uno a la izquierda y el otro a la derecha de nosotros. Un compañero nuestro dice una palabrota: ‘C… los mismos cubanos nos van a enterrar aquí,’ pero los pilotos se percatan y dejan de tirarnos. Nos salvamos por un pelo, metidos en los huecos.
“Al llegar, nuestro jefe da instrucciones de ubicarnos en diferentes posiciones. A mí me dice: ‘Tu estabas aquí, así que ve para el hospital y repórtate’. Me dediqué a ayudar a los heridos en las trincheras y a llevarlos para el refugio. Había momentos que traíamos un herido arrastrándolo entre otro compañero y yo, pues no podías cargarlo, ya que te hacían blanco, y teníamos que soltarlo, disparar contra gente de la UNITA, y luego seguir con él.
“En siete días deben haber pasado por mis manos no menos de 80 heridos. Y tengo la satisfacción de que no se me murió ninguno”.
La pena y el dolor latentes nublan el rostro de este hombre próximo a la cincuentena cuando recuerda al sierpense Alfredo Tomás Calzada García, el primer cubano muerto entre los 18 caídos en Cangamba: “Era compañero mío y juntos habíamos llegado en el destacamento de refuerzo. Recuerdo que en Luena, si uno iba al baño, el otro se paraba en la puerta con el fusil preparado, pues había gente de la UNITA donde quiera”.
EL RUIDO DEL SILENCIO
El silencio, ¿suena?, se ha preguntado José Rolando alguna vez, recordando aquella rara calma que se hizo en la alborada del 10 de agosto de 1983 en torno a las posiciones cubanas en Cangamba. Entonces le pareció rara la ausencia de ruidos, del estrépito de las explosiones y el crepitar sin tregua de fusiles y ametralladoras.
Una patrulla de exploración enviada a los atrincheramientos enemigos los encontró desiertos y percibió a lo lejos los motores de vehículos que se alejaban. Luego llegaron los combatientes que desde hacía varios días luchaban en la retaguardia de los sitiadores, lo cual provocó escenas de emoción y júbilo indescriptibles.
Al joven espirituano de solo 20 años lo evacuaron junto con los suyos el 11 de agosto, el 13 fue condecorado en Luena con la orden Ernesto Che Guevara, y el 18 ya estaba de regreso en la patria con su primera misión cumplida y un sobresalto tan grande que requirió 45 días de tratamiento intensivo especializado.
“Me restablecí, y tanto fue así que en 1987 fui a cumplir mi segunda misión en Angola, en Luanda. Un día me enviaron a Cuito y ya cerca de ese lugar me vio el general ‘Polo’ Cintra y me preguntó: ‘¿Qué c… tu haces aquí? Ya tú hiciste más de la cuenta, así que regresas a Luanda o te mando preso para Cuba’. No le guardo rencor, porque sé que lo hizo para cuidarme”.
Por azares de la vida, más bien de trabajo, conocí José Rolando hace más de 8 años y desde esa fecha mantenemos una buena amistad. Él siempre hablaba de Cangamba, pero mi ignorancia tiempos atrás de ese hecho me impedía valorar en su verdadera magnitud lo que hoy considero una epopeya histórica. A raíz del estreno de la película en mi centro de trabajo (Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología) hicimos una modesta actividad, que consistió fundamentalmente en la proyección de la película juntos a José Rolando “El plomerito” y Gilberto, ambos protagonista del hecho, y después un brindis y conversatorio con ellos de sus vivencias personales en esos interminables días. De Cangamba hay libros, películas, artículos periodísticos, etc., pero creo que en los testimonios de los protagonistas de este hecho hay aún suficiente material para continuar escribiendo de estos héroes, cubanos comunes y corrientes que andan por nuestras calles. Mi amigo ha contando, a su circulo más estrecho de amistades y familiares, anécdotas que van desde cómo llego a Angola, sus vivencias allí y sus días posteriores a la batalla, su recibimiento en Cuba por Fidel y Raúl, que no revelo en este forum sin su autorización, pero que merecen estar escritas o grabadas, pues muestran cuan grande es el significado del internacionalismo que práctica Cuba.
Es emocionante la historia sobre esa batalla, solo ellos pueden describirla como fue real, estoy en Angola y poco se habla de ella, solo aquellos que la sufrieron hoy la recuerdan, cuan emocionante escuchar esa historia que vive y vivira para siempre en el corazon de ellos, de su familia y del pueblo cubano. Gloria eterna a los heroes de Cangamba.