La joven artista Yelena Lorenzo, miembro de la Asociación Hermanos Saíz, sorprende por la calidad de su primera muestra personal.
Fue un acto casi irracional: ante la ingenuidad del rostro infantil, incapaz de simulación alguna, Yelena Lorenzo cerró los ojos y apretó el obturador. La imagen que acababa de apresar en los límites imaginarios del encuadre resumía el estado de gracia que la alentaba y que habría de cuajar en su primera muestra fotográfica personal.
Nostalgia en el camino de la madurez puso por título a este ejercicio de indagación pictórica en los ánimos del otro, esa suerte de álter ego que se inventa para develar sus propias obsesiones: la candidez, la pérdida inevitable de la inocencia, las antinomias de la vida que siempre, pese a todas las astucias que urdimos, termina superándonos.
En la obra de Yelena, la crítica de arte Elvia Rosa Castro alabó la “sensibilidad especial para captar lo frágil o, mejor dicho, para capturar cierta cualidad efímera que ronda a seres y objetos. Se trata de ese algo que tiene que ver con el aura. Sin embargo, ese halo fugaz ella lo convierte en metafísica, en sustrato, en fundamento y en hilo conductor”.
Ya lo advertía la propia artista cuando confesaba su intención de hurgar más allá de la foto, de trascender el sino banal y absurdo de la sociedad contemporánea y aspirar al fin ulterior: la poesía. Justamente poéticas son estas imágenes, tan polisémicas y emocionantes que parecieran desbordarse de los 16 cuadros que componen la muestra.
“Por eso -señala Elvia Rosa en las palabras del catálogo- puede apresar algo extraordinario en la cotidianidad con una sutileza depurada y fina; intercambia los estados de ánimo de personas obstinadas en imágenes alejadas de la agresividad contextual y penetra en espacios que no necesariamente son físicos sino anímicos”.
De una calidad visual impecable, las instantáneas tomadas por Yelena se regodean en el preciosismo formal; en el uso acertado de las tonalidades y el blanco y negro que, sin dudas, acentúa el patetismo de las escenas; en el énfasis conquistado a fuerza de luces y sombras; en el manejo, tan audaz como avezado, de las técnicas fotográficas.
Varios años demoró la joven artista en hilvanar su exposición; tiempo del que se valió para pulir las obras, redondear la curaduría, colocar el punto final a la que se convertiría en ópera prima y compendio inusual del alma humana.
Oda a la melancolía, dirían unos; “épica blanda”, acotaría Elvia. Lo cierto es que con estas instantáneas Yelena Lorenzo también se coloca, como la nostalgia que da título a su muestra, en el camino de la madurez.
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