Confiesa Ileana Román, médico formada por la Revolución Bolivariana
La conocí mucho antes, cuando yo aún estudiaba Periodismo y me fui a La Habana en un arresto educacional. Aquella misión capitalina, la cual compartimos varios de mis compañeros de aula, se convirtió, más que en un repunte de pedagogía, en un aprendizaje recíproco.
Debíamos impartir clases de Español a estudiantes venezolanos que llegaban a Cuba para estudiar Medicina como parte del Nuevo Programa de Formación de Médicos Latinoamericanos. Fueron solo unos meses; pocos para enseñar y para aprender a llamarle caraotas a los frijoles; a obviar palabras comunes que pudiesen significar otras en tierras foráneas y para entender un apasionamiento casi genético que lo mismo los hacía discutir por la política como por las cosas más insulsas.
Entonces Ileana Román era una alumna más en aquel concierto de jóvenes, a los cuales debía enseñar. Le perdí un poco el rastro cuando cruzó el mar hasta la Isla de la Juventud para estudiar Medicina. Luego, por esa suerte de cercanía tecnológica, nos reencontramos en Facebook: “Profe, ya soy médico”, dijo sin desprenderse aún del vocativo.
Y el martes pasado volví a pensar en ella, como en otros tantos alumnos-amigos, no solo por la angustia de la noticia; sino porque meses atrás el propio cáncer, que se ensañó con su Presidente, le arrebataba a su madre. Justo ayer a vuelta de correo electrónico me llegaban sus líneas: “Profe, ni se imagina el dolor que siento. Chávez fue para nosotros como un padre atento, que se preocupaba por todo, que nos alegraba mucho la vida con sus canciones, sus bailes, con su risa y sus ideas de inventar siempre algo para solucionar algún problema. Pienso que es un hombre que dio la vida por todos nosotros. Al enterarnos de la noticia, mis hermanas, mi papá y yo rompimos en llanto, porque nunca en los años que tengo un presidente había interactuado tanto con su pueblo; gracias a Dios tuve la dicha de acompañarlo en sus actos tanto aquí en Venezuela como en Cuba”.
Con el Comandante-Presidente tenía Ileana, como otros coterráneos suyos, muchas deudas: la oportunidad de estudiar Medicina; la beca de su hermana en la Escuela Internacional del Deporte, en Cuba, y su posterior graduación como profesora de Educación Física… y otras tantas que la vida no dio tiempo de saldar.
“Chávez es para nosotros todo -me recalca-. Gracias a él muchas personas aprendieron de política, otras fueron alfabetizadas y pudieron entrar al sistema de educación y muchos recibieron atención médica”.
Por eso, aun cuando las imágenes de la muerte no sean embuste, cuando asiste al sepelio, como otros que se agolpan en las calles para ofrecer un último adiós; nada le puede calmar tanto dolor: “Así lo siento ahorita, como que en algún momento vendrá y despertaremos de esta noticia tan mala, como sucedió cuando el golpe de estado que todos sufrimos mucho y después quedamos muy felices con su regreso. Pienso que en cualquier momento despertaremos y él estará con nosotros cantando su música llanera”.
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