Pasajes de la vida familiar del líder bolivariano Hugo Chávez, quien todavía recibe el tributo de su pueblo en Caracas.
“Nunca olvidaré, como padre, la noche del 3 de febrero de 1992: dejar la casa, dejar los hijos dormidos, echarles la bendición, darles un beso, dejar la mujer y salir con un fusil en la oscuridad. ¡Eso es terrible!, porque uno deja un pedazo del alma”, recordaría el Presidente Hugo Chávez al intentar componer las horas anunciadoras del levantamiento armado del día 4.
“Usted se va a meter en un lío”, le había pronosticado antes la abuela Rosa Inés apenas lo veía entrar, llegado de la Academia Militar. “Usted sálgase de ahí”, insistía ella. “¿Por qué no sirvo para eso, abuela?”. “Usted es muy ‘disposicionero’, usted inventa mucho”.
Chávez la llamaba Mamá Rosa; ella fue la primera en hablarle de la guerra federal. “Abuela, échanos los cuentos”, la animaba él en las noches de Sabaneta, Barinas, después que don Mauricio apagaba la planta eléctrica. Así conoció, junto a Adán, el mayor de sus cinco hermanos, los relatos sobre el abuelo de Rosa Inés, que partió a la lucha bajo el mando del general Cara de Cuchillo, decía ella.
Por la abuela también supo que su papá, Hugo de los Reyes, se enamoró de doña Elena cuando vendía carne en un burro negro allá por el caserío Los Rastrojos, y luego la montó sobre las ancas. “Este Huguito sí que las inventa”, comentaría su madre, quien al saber por una vecina de la rebelión militar de febrero salió de la casa, con las chancletas a medio poner: “¡Que no me lo maten!”, rogaba a Dios.
En cambio, el padre no lo creía envuelto en el alzamiento. “(Papá) estaba criando cochinos y gallinas ponedoras desde hacía varios años, hasta el 4 de febrero en la mañana -relataría el hijo-. Dejó cuatro vacas flacas, dejó un fundito que le costó toda su vida de maestro y se fue a la batalla. Él andaba fundando comités bolivarianos por los pueblos y buscando firmas para la libertad, no de su hijo; sino de los soldados”.
Por tanta veneración creciente alrededor del joven en el cuartel de San Carlos, Caracas, lo envían a la cárcel de Yare; a partir de entonces su hermano mayor le serviría de mensajero. Con Hugo en libertad en 1994, juntos recorrerían parte de Venezuela en una “camioneta vieja” que le robaron en medio del andar proselitista.
Cuando se fue “a los caminos a cumplir con lo que tenía que cumplir”, no faltó la amenaza de secuestro de uno de tres hijos que vivían en Barinas. Atrás aguardaba Rosa Virginia, la primogénita, por cuyo nacimiento el joven perdió una apuesta al desear que fuera varón; pero nada disminuyó su devoción hacia la “negrita Rosa”.
Atrás aguardaba, también, María Gabriela, quien una vez se cayó de un guayabo y se le “zafó” el brazo. “Tuve que traérmela en un camión, en pleno invierno, hasta Barinas. Yo con aquella niña por aquellos caminos intransitables”, narraría. Atrás aguardaba el hijo menor en esa fecha. “Recuerdo cuando nació mi hijo Huguito, que es Hugote ya (…) Lo vine a conocer a los tres días. Por allá, en medio de un tierrero, de unos tanques de guerra y unos soldados, me llegó el mensaje: ‘Parió macho’”. Luego nacería, de otro matrimonio, Rosinés, quien le llegó a confesar su sueño de ser paracaidista.
“El que tiene un hijo tiene todos los miedos del mundo”, leyó el padre en una de las miles de páginas extraviadas en su memoria. Por ello, nunca olvidó aquella cerrada noche de febrero, cuando salió de casa, con fusil rebelde a la espalda, en busca de la luz.
(Fuentes: Cuentos del arañero y Chávez nuestro.)
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