Juana Ortega Ruiz rememora la estancia casual del líder de la Revolución cubana en su casa, en 1962.
La casualidad despabiló una mañana de abril de 1962 la tristeza que invadía la humilde casa de la entonces joven de 21 años Juana Ortega Ruiz, en El Colorado, un caserío situado en el kilómetro 427 de la Carretera Central, entre Jatibonico y Majagua.
“Sé que fue en el mes de abril porque era la época de la ciruela y varios de los que venían en la comitiva pasaron hasta el patio a comer de esa fruta”, rememora Juana 51 años después y su mente regresa a aquel día que caló para siempre en la vida de su familia y en la gente de toda aquella comarca.
“Sería a media mañana, cuando oigo el frenazo de un carro; cargo a mi niña y me asomo a la puerta a ver qué ocurría. Había tres máquinas paradas casi frente a la casa y todas las personas vestidas de verde olivo, y digo: ¡ay!, pero si es Fidel, y salí para allá. En la que él venía se había ponchado.
“De primer momento la escolta no me deja acercarme; él me ve y dice: ‘Déjenla pasar, que es una mujer’. Cuando llego allí, emocionada, lo saludo, él carga a la niña y le digo: Fidel, yo lo que quiero es que vaya a ver a mi hermano. ‘¿Por qué no viene él aquí?’, me pregunta; y le respondo: porque está inválido en una cama”.
EL ALQUILER DE LA CAMA
“Se quedaron dos o tres compañeros en los trajines de cambiar la goma —relata Juana— y Fidel y el médico (René) Vallejo entraron a mi casa; no pusieron ningún reparo y fueron hasta el último cuarto, donde estaba mi hermano Laureano, de 29 años, muy enfermo.
“Mi mamá los acompañó también hasta el cuarto; allí abrazó a mi hermano, se sentó en la cama, mientras Vallejo lo reconocía. Se preocupó por lo que comía, preguntó por la cama que usaba, mi mamá le dijo que era alquilada por una Farmacia, no recuerdo si de Jatibonico u otro lugar, y encontró muy mal que nos cobraran muy caro el alquiler. Mi hermano tenía un tumor maligno en la médula espinal”.
Los recuerdos avivan los ojos de Juana Ortega, hoy con 77 años, pero su memoria regresa a aquellos instantes en que tuvo a Fidel en su casa. “Estuvieron con mi hermano varios minutos, conversaron mucho y hasta tomaron café que les hizo mi mamá. Luego él y Vallejo se apartan a un lado, hablan algo entre los dos y le dice a mi mamá que va a llamar una ambulancia para que lo llevemos a La Habana, incluso le dijo: no nos vamos de aquí hasta que no llegue…’.
“Mi mamá, figúrese, en medio del impacto de la presencia de Fidel, le expresa: ‘Mire, somos pobres, tenemos que preparar ese viaje, de pronto así no podemos ir’; entonces Fidel le dice que no tiene que llevar nada, que en el hospital donde lo iban a atender no le faltaría nada y llegó hasta a decirle: ‘Si la cura de su hijo está en los Estados Unidos, viejita, lo llevamos allá’.
“De la misma casa llamaron y coordinaron lo de la ambulancia, luego se despidieron. Él le daba besos a los niños, abrazaba a mi mamá y le decía: ‘Verás que lo vamos a traer curado’. Salieron, afuera estaban muchas personas del lugar, y continuaron el viaje hacia Oriente, para donde iban antes de poncharse el carro”.
“Se corrió la voz en la zona y todos los vecinos fuimos para allá, hasta de Jatibonico vinieron carros, lo que cuando llegaron ya Fidel había partido”, recuerda Olga Pérez Acosta, lugareña de El Colorado. “Nos alegró mucho que pudieran llevar a Laureano a La Habana, imagínese, a la gente pobre, de campo no le era fácil algo así; pensábamos que era una esperanza para curarlo”.
MI HERMANO TUVO MUCHA ATENCIÓN
“En el resto del día y de la noche en mi casa y en toda la zona no se hablaba de otra cosa que no fuera de la visita de Fidel —rememora Juana—. Al amanecer del otro día llegaron dos ambulancias y mi mamá se fue con mi hermano para La Habana, yo fui después a verlo.
“Lo atendieron en el Hospital Militar, no le faltó nada y tuvo mucha atención. Allí permaneció más de un mes y Celia Sánchez fue a visitarlo en varias ocasiones. Le hicieron pruebas, chequeos, pero los médicos vieron que su enfermedad no tenía solución.
“Celia le decía a mi mamá que Fidel estaba al tanto del caso hasta que un día él fue a verlo al hospital; Fidel quería que lo dejaran allí, decía: ‘Dejen que suceda lo que suceda en el hospital’. Pero, mi mamá le explicó que ella quería traerlo para El Colorado y regresó con mi hermano.
“El día que le dieron el alta, Celia fue a verlo y le entregó a mi mamá una carta firmada por ella y Fidel para que la presentáramos en Jatibonico, y que no le faltara nada a mi hermano, que falleció después en septiembre de ese año.
“En mi familia todavía se habla de esa estancia imprevista de Fidel en la casa, cómo olvidar algo así. Con tantas ocupaciones y responsabilidades él fue capaz de ocuparse de una persona humilde y enferma. Fidel es muy humano”.
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