Sesionó en Sancti Spíritus conferencia sobre el Apóstol y el movimiento obrero en la sede provincial de la Sociedad Cultural José Martí.
“No se debe leer a Martí como una consigna o como una obligación; a la lectura de los textos del Apóstol hay que llegar por convencimiento y debemos leerlo con los ojos del corazón”, expresó el poeta y ensayista Juan Lázaro Besada en el debate que siguió a una conferencia sobre Martí y el movimiento obrero impartida a dirigentes y cuadros sindicales en la sede espirituana de la Sociedad Cultural que lleva el nombre del más ilustre de los cubanos.
Besada significó que las ideas del artífice de la Guerra Necesaria -como se le llamó a la iniciada el 24 de febrero de 1895 contra la metrópoli española- tienen tres puntos de contacto fundamentales en lo que atañe a los trabajadores; en primer lugar cuando escribió al enterarse de la muerte de Carlos Marx: “Porque se puso del lado de los trabajadores, merece honor”.
En segundo término, cuando aventuró: “Se nos viene encima, amasado por los trabajadores, un universo nuevo”; y, por último, en las críticas de Spencer acerca de la obra martiana, según las cuales el mártir de Dos Ríos vio las virtudes de la idea socialista y a la vez señaló los peligros que podía traer aparejados, los que luego se vieron confirmados con las interpretaciones unilaterales que la entonces novísima doctrina sufriría en la Europa de posguerra.
El rico debate fue motivado por la conferencia de Juan Eduardo Bernal Echemendía (Juanelo) basada en los vínculos de Martí con los trabajadores en general, que tuvieron su manifestación en Cuba y en los Estados Unidos, donde permaneció en la etapa más fecunda de su existencia y pudo ahondar en los orígenes y desarrollo de las primeras organizaciones sindicales en el gran país del norte.
Juanelo habló de la fase de deslumbramiento inicial que sufre el Maestro -como también le decimos los cubanos- al llegar a la potencia emergente, donde se radica en Nueva York, que ya era una gran metrópoli, y luego como, una vez que fue conociendo mejor al país y a sus habitantes, adopta una posición distinta al descubrir la entraña monstruosa de una nación que surgía a la palestra internacional con insaciable apetito imperialista.
En contraste, Martí, quien desde su destierro en plena juventud apenas había vivido en la isla, se muestra deslumbrado desde su desembarco -el 11 de abril de 1895- con la patria añorada, y describe cada detalle o sensación en su Diario de Campaña, cada día más impresionado por la realidad que vive, cuando ya está todos los días en peligro de dar su vida por la idea suprema de la independencia de Cuba, premisa sine qua non del equilibrio americano y del mundo. Su idea más avanzada y profunda y a la cual dedicó todas sus energías.
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