El primer sol del curso escolar tiene exclusividad entre los 365 amaneceres del año. Al menos así me llega el astro rey desde que tenía talla de bonsái y mamá me entonaba en la cabecera de la cama la misma letra ancestral solfeada por abuela cada día inaugural de clases: Arriba, arriba, compañerita, llegó la hora de levantarse…
Este lunes comienza el curso escolar en Sancti Spíritus
Aquella melodía familiar era el ábrete sésamo a mis párpados. Ya separados, medias y zapatos encapuchaban mis dedos. “Ese fue el duende de la escuela, porque hay que llegar puntual”, susurraba aquella voz que no precisa canciones para ser música.
Luego, el estreno uniformado, ensayado tantas veces frente al espejo, papá y María, mi vecina. El cabello era lo más complicado, mi pelo y el nuevo curso nunca se pusieron de acuerdo, y después de tantear los más insospechados moldes, se ratificaba la cola de caballo como la mejor opción.
Tras el vaso de leche, mochila a cuestas, ¡perdón!, el cepillado. Ese mismo fue el error corregido por “la duende de la escuela” hace 18 años atrás. Hoy, cuando solo restan 72 horas para mis 25 septiembres, me descubro en la plaza, detrás de Katia en la fila, con el Himno Nacional en mis labios y la reverencia gestual que lo saluda solemnemente, pupila fija en la insignia tricolor y en el blanco Martí.
Me sorprendo en los más de 28 000 niños espirituanos que aprenderán el ABC primario y en los 1 657 que necesitan de clases tan especiales como ellos; también en los 14 813 adolescentes que enfrentarán lecciones de Secundaria Básica y de la vida; en los 5 328 que corren su tiempo azul del preuniversitario y hasta en los 6 818 que cursan la Enseñanza Técnica y Profesional.
Marta, Nolvis, Estela, Rosa María, Teresita, Julia Magalis, Ramón, Mailín, Félix, Jorge, Margarita Otero… mis maestros que suelo recordar en estas jornadas de inauguración docente.
Hoy también habrá un nombre frente a cada pizarrón; puede encarnar pedagogo consagrado o recién titulado, profesor en formación, profesional contratado o directivo del sector, pero garantes de enseñanza en las aulas cubanas, ese regalo de cada septiembre para los niños y las niñas de esta isla. Libros, cuadernos de trabajo, libretas, lápices… conforman ese gigante obsequio de la educación.
Tecnología audiovisual y computacional para el desarrollo de los programas docentes recibirá a los alumnos que comienzan otro período académico, tal vez el primero, el cuarto, el noveno o el onceno de sus vidas, cada uno con sus respectivas metas a vencer.
Ya arranca el cronómetro escolar y con él la carrera de resistencia, más que de velocidad, en una lid que no solo incluye el aprendizaje de Español, Matemática, Historia, Geografía, Biología o Física, sino de valores humanos, obra ética, respeto ciudadano y compostura social.
Cultura económica y tributaria, educación sexual, sanitaria y medioambiental igualmente extienden ese otro plan de estudio, necesario para nuestra supervivencia en sociedad. Mas, la familia ha de ser el complemento educativo, esos fascinantes “duendes de la escuela” imprescindibles para crecer.
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Ah, Tamara, bella crónica. Tu abuela te despertaba con una versión muy suya de una canción que también yo escuchaba en mi niñez y que decía: «Arriba, arriba, compañeritos, llegó la hora del cuentecito… y al final se completaba con esta estrofa: …la Tía Tata se va, se va…pero mañana regresará (con un énfasis especia). Se trataba del programa radial Tía Tata cuenta cuentos.
Buena forma de evocar los comienzos de curso que marcan cada inicio de septiembre en la inmensa mayoría de los hogares cubanos.
Gracias Delia, he aprendido de ti. Tus trabajos constituyen un sólido antecedente y de obligada consulta para esta aprendiz.