Los resultados de las elecciones ecuatorianas confirmaron los pronósticos previos y mostraron la gratitud del pueblo al líder que en seis años de gobierno ha transformado al país del centro del mundo
Cuando aún no se habían ofrecido los guarismos finales de las elecciones del domingo en Ecuador, los reportes de la victoria de Rafael Correa Delgado con más del 57 por ciento de los votos válidos confirma su triunfo merecido y rotundo ante una lista de al menos siete contendientes cuyos votos unidos no alcanzan para desbancarlo del poder que asumió hace seis años.
Para dar una idea aunque pálida de lo que significa este éxito, baste decir que su más cercano rival, el empresario Guillermo Lasso, solo obtuvo el 23 por ciento de los sufragios, y que el expresidente Lucio Gutiérrez, a quienes muchos vinculan con el intento de golpe de estado policial del 2011, tuvo mínimos registros en la mayoría de las provincias y no alcanzó el 9 por ciento a nivel nacional.
Según demostró este proceso electoral, Correa acertó en su estrategia de delegar los poderes inherentes a su cargo en su vice, Lenín Moreno, varias semanas antes de los comicios, para irse de gira proselitista por todo Ecuador, al frente de una comitiva de su partido Movimiento Alianza País, que fue con su mensaje y su elocuencia a casi cada ciudad y plaza importante a los efectos de la campaña.
De otro lado, la oposición chocó con un escenario adverso desde el momento en que se mostró escasa de argumentos y propuestas frente a un electorado cada vez más consciente de lo mucho que han ganado los ecuatorianos con la administración del economista Rafael Correa. Su táctica predilecta de acusar al Presidente de autoritario, de abuso del poder y otras alegaciones por el estilo han fracasado ante la realidad que vive y palpa el pueblo.
Los adversarios de Correa en todos los años que detentaron el poder hicieron promesas que luego traicionaron. En la memoria colectiva están recientes los casos de Abdalá Bucáram, de Jamil Mahuad y de Lucio Gutiérrez, expulsados sucesivamente del Palacio de Carondelet por prometerles el cielo a sus con-nacionales y luego venderse al FMI y al capital extranjero, sumiendo al país en la indigencia.
En cambio, Correa ha materializado con creces todo lo que prometió, empezando por eliminar de Ecuador la presencia armada foránea, forzando la salida de los yanquis de la Base de Manta. El Presidente dijo que acabaría con la injerencia forastera en los organismos policiales y de inteligencia de Quito, y expulsó a los agentes extraños, removiendo hasta los cimientos la oficialidad en esos cuerpos de élite.
Ya en el aspecto material, para los expertos resulta impresionante lo alcanzado por la actual administración en la construcción de carreteras, puentes, ferrocarriles, hidroeléctricas y facilidades portuarias, entre otras obras de infraestructura, como parte de la Revolución Ciudadana.
Al mismo tiempo, la implementación de medidas bien pensadas en el ámbito interno ha logrado aumentar sensiblemente los niveles de empleo y la distribución de la renta por medio de una cuantiosa inversión social que ha mejorado drásticamente los servicios de educación, salud, asistencia social y otros, financiado todo en buena medida a partir de una política fiscal-impositiva estricta.
Y todo ello manteniendo bajo control esa enemiga solapada de toda economía de signo progresista: la inflación. Súmese a lo anterior una mejora notable del funcionamiento de los servicios públicos, incluido el transporte y las comunicaciones, y ya se tiene el cuadro básico para entender lo ocurrido el domingo en el país del centro de la Tierra.
Por si fuera poco, señalan analistas, incluso dentro de las burguesías mediana y pequeña Correa ha sacado votos con su política de expansión económica y de protección del mercado interno, además del mejoramiento del comercio y el transporte, todo lo cual las ha beneficiado.
Pero hay más: en Ecuador todos están conscientes de que el país está en plena efervescencia constructiva de una realidad nueva, y de que eso lleva tiempo, recursos y una voluntad férrea como solo Correa y su círculo íntimo han demostrado poseer; por tanto, el sufragio netamente mayoritario de las y los ecuatorianos el domingo 17 de febrero constituye un voto de confianza para el Presidente y su equipo de gobierno, hasta el 2017, por lo menos.
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