La conmemoración del décimo aniversario del inicio de la invasión de Estados Unidos contra Irak tuvo un bajo perfil en Washington, pero reavivó el debate sobre uno de los mayores fracasos de la política exterior norteamericana.
Según una encuesta de la cadena ABC y el diario The Washington Post, 58 por ciento de los estadounidenses consideran un error la agresión, y apenas 40 por ciento apoyan esa intervención militar, concluida en diciembre de 2011.
La Casa Blanca, con la complicidad casi absoluta de los principales medios de difusión, realizó una campaña en torno a la supuesta presencia de armas de destrucción en masa (ADM) en territorio iraquí, cuyo punto culminante fue la intervención en Naciones Unidas del secretario de Estado, Colin Powell.
Resulta a veces difícil creer que este exgeneral, con una alta preparación en temas de seguridad nacional y la dinámica de los servicios de inteligencia, pudiera en realidad considerar como ciertos los elementos que componían esta farsa de grandes proporciones.
El entonces jefe de la diplomacia estadounidense puso en juego lo que quedaba de su credibilidad de antaño y juró ante la opinión pública internacional que Saddam Hussein estaba en capacidad de utilizar las ADM, y para ello mostró supuestas evidencias en la organización mundial.
Un artículo reciente del diario Los Angeles Times afirmó con certeza que este pretexto fue una ficción de consecuencias bíblicas, la cual se tornó en una realidad humillante para Powell y Estados Unidos, y fue uno de los momentos más vergonzosos en la historia norteamericana.
El 19 de marzo de 2003, al anunciar el inicio de la Operación Libertad Iraquí, el presidente George W. Bush dijo que sus objetivos serían liberar a Irak y defender al mundo del supuesto peligro de los armamentos en poder de Bagdad.
Las principales cadenas televisivas transmitían las imágenes del avance sin obstáculos de las unidades mecanizadas y de infantería de las fuerzas armadas norteamericanas, lo cual hizo pensar que toda la operación sería rápida y sin mayores dificultades.
Sin embargo, varios meses más tarde, la práctica demostró que los militares estadounidenses están más adaptados a las operaciones convencionales, pero tienen serias dificultades para enfrentar las acciones irregulares de una insurgencia armada, lo que provocó un cambio de estrategia.
El enemigo no tenía una posición fija contra la cual la aviación podía lanzar sus más modernos artefactos de destrucción, ni tampoco las condiciones permitían realizar el fuego con la artillería y los morteros contra grandes agrupaciones, como había ocurrido en las primeras etapas de la guerra.
Tras varias oleadas de refuerzos y frente al aumento de la violencia interna, en 2007 Bush ordenó una escalada sustancial de las unidades en el país árabe, que alcanzaron la cifra de 170 mil militares, 100 mil por encima de la agrupación inicial en 2003.
La euforia inicial contrasta con el pesimismo prevaleciente en Washington en estos últimos días, en ocasión del décimo aniversario de aquella aventura en suelo iraquí, que tuvo un saldo de cuatro mil 488 militares norteamericanos muertos, 32 mil heridos, y un gasto de 767 mil millones de dólares.
Medios de prensa resaltaron que el Inspector General Especial para la Reconstrucción de Irak, Stuart Bowen, reconoció ante el Congreso que Estados Unidos gastó demasiados recursos en Irak desde la invasión en marzo de 2003 pero obtuvo muy pocos resultados.
El funcionario señaló que el esfuerzo financiero alcanzó un nivel mucho mayor de lo previsto, a un ritmo de casi 15 millones de dólares diarios.
Washington hizo una inversión inicial de más de 60 mil millones de dólares para la reconstrucción del país, y según Bowen al menos ocho mil millones de esos fondos fueron malgastados por funcionarios iraquíes y los jefes militares estadounidenses que estaban al frente de las operaciones.
La senadora republicana por el estado de Maine, Susan Collins, señaló que ha sido un esfuerzo extraordinariamente frustrante, pues el dinero se gastó de forma irresponsable y con alto nivel de corrupción.
El director de Inteligencia Nacional, James Clapper, afirmó el 12 de marzo pasado en una audiencia del Senado, que los grupos armados en Irak realizaron más atentados con bombas en 2012 que en 2011.
El aniversario del desastre en Irak es ahora un recordatorio de la necesidad de que los líderes políticos escuchen de forma honesta antes realizar una operación militar de este tipo, y no dejarse llevar por impulsos políticos e ideológicos, señaló un editorial reciente del diario The New York Times.
En esa línea de pensamiento y para solo tomar dos ejemplos, la lección iraquí debiera tenerse en cuenta en la toma de decisiones en el conflicto con Irán, país al que Washington acusa de tener un programa nuclear con fines bélicos, pero sus autoridades reiteran es con objetivos pacíficos.
Algo similar sucede en el caso de Siria, donde Washington y sus aliados se empeñan en ayudar por todas las vías posibles a las bandas armadas que intentan derrocar al presidente Bashar Al Assad.
Legisladores demócratas y republicanos en Estados Unidos discuten por estos días si se oficializa la asistencia bélica a esos grupos subversivos, pero hasta ahora no han llegado a un acuerdo, porque incluso no saben ni a quién entregar las armas y la asistencia financiera y logística.
La mayoría de los miembros del Comité de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes rechazaron el 20 de marzo un proyecto del congresista demócrata por el estado de Nueva York Eliot Engel para otorgar 150 millones de dólares en asistencia militar a los sublevados sirios.
Algunos legisladores señalaron que las armas que se entregarían a los insurgentes pueden caer en manos de entidades hostiles a los intereses estadounidenses, en especial al grupo Al-Nusra, clasificado por Washington como organización terrorista.
La polémica en este nuevo aniversario del desastre alcanzó también al interminable conflicto en Afganistán, donde especialistas temen vuelva a repetirse una historia similar a la iraquí, pues allí hasta ahora Washington gastó más de 90 mil millones de dólares, en una campaña que culminará en diciembre de 2014.
A juzgar por lo que señalan medios de prensa y especialistas estadounidenses en el tema, las lecciones aprendidas en la llamada Operación Libertad Iraquí no resultaron suficientes como para que los políticos más conservadores en Washington cesen de convocar a nuevas intervenciones militares en Medio Oriente y otras regiones.
Vuelven a escucharse hoy, una década después los llamados de los halcones que claman por el uso de la fuerza en regiones donde consideran amenazados los intereses estadounidenses de seguridad nacional y esgrimen una vez más el fantasma del peligro de las armas químicas y nucleares.
*Periodista de la redacción Norteamérica de Prensa Latina.
Escambray se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social, así como los que no guarden relación con el tema en cuestión.