El largo camino que recorrió Nelson Mandela para llevar la libertad plena a su gente mereció una ovación unánime del planeta.
Aprendió que el valor no es la ausencia de miedo; sino el triunfo sobre este. Descubrió —como también confesaría en su autobiografía El largo camino hacia la libertad— que tras escalar una montaña solo se encontrarán más cumbres por vencer.
Quiso la muerte, la empecinada muerte, que Nelson Mandela no siguiera de andariego por la vida prodigando justicia y sonrisa, las que ni siquiera 27 años de prisión le pudieron encarcelar al “viejo y prestigioso amigo”, como lo calificaría Fidel.
Quien fuera el primer presidente negro de Sudáfrica reposará definitivamente desde mañana en Qunu, donde perdió a su padre, jefe tribal, y transcurrió parte de su infancia silvestre. “Solo cuando empecé a comprender que mi libertad infantil era una ilusión, cuando descubrí, siendo joven, que mi libertad ya me había sido arrebatada, fue cuando empecé a añorarla”.
Desde entonces no la imploró, luchó. Nada lo ocuparía más que dinamitar el apartheid, que hizo célebre, lamentablemente, a Sudáfrica. Cuando vio que la palabra no bastaba, puso a un lado su silla de abogado y creó el comando Lanza de la Nación, brazo armado del Congreso Nacional Africano.
Persecución, clandestinaje. Tribunal en Pretoria, 1962: es encausado ante un juez blanco y un fiscal blanco, escoltado por ujieres blancos. Dos años más tarde, otro juicio. Y pensó en Shakespeare: “Estad preparados para la muerte, pues así, tanto la muerte como la vida os resultarán más dulces”.
“(…) éramos realistas”, diría quien sería confinado a la prisión de la isla Robben por 18 años. Una carta (censurada) y una visita anual de 30 minutos eran las migajas de libertad que le permitían recibir del resto del mundo; al amanecer se abría el camino hacia las canteras.
Sin embargo, en tales circunstancias “Cuba fue una inspiración y Fidel Castro una torre de fuerza”. En cada prisión donde luego estuvo recluido tampoco faltó ese horcón solidario; ya en libertad en 1990 —gracias a la presión internacional que cortó la cadena perpetua— lo reconoció. Más de una vez ponderó la batalla de Cuito Cuanavale que cambió la historia de buena parte de África.
El Premio Nobel de la Paz, el hombre que gustaba del boxeo porque el color de la piel y la riqueza son insignificantes en el ring; el estadista que fue convertido por la ley en un criminal debido a sus ideas; ese ser humano que dijo no ser un santo y que nunca se había sentido tan orgulloso de ningún traje como de aquellos pantalones de su padre se despedirá este domingo de los suyos.
El largo camino de Madiba quedó trunco el pasado 5 de diciembre a los 95 años de edad, debido a lesiones pulmonares. ¿Quién sabe si otra cumbre la logre también vencer algún día?
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