Cultivador empírico de la décima escrita, Luis Martínez Ruiz resultó ganador en un certamen dedicado a promover los valores de China.
Trinidad descubre a un hombre sentado en una carretilla. Sobre sus piernas tiene una hoja de papel donde hace rimar palabras. Alza la vista, busca en el vuelo la definición exacta para el verso, cuenta las sílabas con los dedos y las aprehende en tinta.
En ese limbo de poesía vive atrapado Luis Martínez Ruiz desde su juventud, cuando convertía su mochila en un almacén de libros para leer a toda hora, como lo hacía su padre. Mas, al encontrarse con Wampampiro Timbereta, de Samuel Feijóo, supo que la décima le estaba predestinada.
Este hombre de 66 años, oriundo de la comunidad cienfueguera de Guaos, no conoce de academias. Al terminar el sexto grado no volvió a la escuela por preocupaciones familiares; sin embargo, el roce con la literatura le dio las armas para aventurarse a la composición de espinelas.
Años más tarde llegó a Trinidad y se incorporó al Taller Literario, donde pulió su don. Hoy resulta uno de los personajes más pintorescos de la villa colonial.
A simple vista parece uno de los tantos carretilleros que transporta equipajes a visitantes foráneos. Lo que nadie sospecha es que en su mochila remendada atesora alrededor de 2 500 décimas dedicadas al rincón más insospechado del planeta: “una geografía poética”, como él mismo la califica.
El deslumbramiento por esa ciencia lo hizo merecedor del primer lugar en el concurso ¿Qué sabes de China?, encaminado a difundir la herencia histórico-cultural del gigante asiático, auspiciado por el Instituto Confucio en Cuba y la Universidad de La Habana.
“Ya había ganado un concurso en el programa La otra geografía, con una obra dedicada al Mediterráneo, pero nada se compara con esta experiencia. Es lo más grande que me ha sucedido en la vida”, comenta.
En décimas el poeta sintetizó la historia del país, sus principales dinastías, líderes, tradiciones, leyendas, características geográficas… desde tiempos inmemoriales hasta la actualidad.
“No fue fácil. Fui escribiendo poco a poco. Tenía algunos datos y otros los fui recopilando hasta relacionarlo todo. La lectura y el intercambio con la gente fue esencial”, confiesa.
¿No le pesa el anonimato?
“Honestamente, no. Yo cultivo la décima para mí y para todo el que quiera escucharme. Converso con todo el mundo y de eso también me nutro. Muchos extranjeros se asombran cuando les pregunto de dónde son y enseguida les hago una décima con los principales lugares de su país. Un turista fue quien me bautizó como el poeta carretillero. Eso me identifica con la gente”.
Usted escribe en la calle. ¿Cómo consigue hilvanar las ideas con la vorágine cotidiana?
“La práctica ha venido poco a poco. Tantos años haciendo lo mismo me han permitido dominar el lenguaje. Para eso he tenido que leer mucho, cultivarme en todo momento. Parece sencillo, pero construir una décima no se aprende de ahora para ahorita, como se dice: hay que estudiar. Ahora resulta fácil, me nace. Solo necesito la idea”.
Entonces, ¿sería capaz de componer unas décimas para este semanario ahora mismo?, le pone a prueba Escambray.
Toma el lapicero del bolsillo, frunce el entrecejo, abre su arsenal de palabras. Escribe e inmediatamente lee: Se hace eco el periodista/ del semanario Escambray/ de cuanta noticia hay,/ con gran profesionalismo./ Desde un taller, a un campismo;/ a pie, ómnibus, o moto/ lugar cercano o remoto/ no es óbice al periodista/ para apuntar en su lista/ el suceso obvio e ignoto.
Comentario
Pingback: Décimas a bordo de una carretilla | Isla nuestra de cada dia
Escambray se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social, así como los que no guarden relación con el tema en cuestión.