El recurso de la fabulación

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Premiado en la VI Bienal de Artes Plásticas de la villa cubana de Trinidad, el joven artista Osley Ponce ha venido perfilando un corpus creativo peculiar.

Las ensoñaciones que habitan a Osley Ponce Iznaga desconciertan: galgos que entran y salen de paredes, que intentan atravesar espejos; árboles de alambre de púas, molinos de aspas sui géneris, gallos con plumas de lápices y toda suerte de seres oníricos le cruzan el imaginario mientras duerme o en medio de cualquier reunión de rutina.

De modo que al joven artista trinitario no le queda más remedio que poner a un lado las ocupaciones triviales, asir la idea al vuelo y garabatearla sobre el papel para que, tiempo después, consiga tomar cuerpo en esas esculturas peculiares con las que viene deslumbrando hace más de una década.

De semejante desvelo por la plástica puede dar fe su madre, quien debió soportar más de una queja en la escuela por la facilidad con que Osley cambiaba números y oraciones por esos mismos trazos que no ha dejado de perfeccionar desde entonces.

Graduado en 1995 de cerámica, pintura mural y ebanistería artística en la Academia Oscar Fernández Morera, Ponce Iznaga cuenta en su haber con decenas de exposiciones personales y colectivas, así como numerosos reconocimientos en salones y eventos teóricos, a los cuales se suman los agasajos que obtuviera en la VI Bienal de Artes Plásticas de Trinidad: premio del certamen y los que otorgan la Dirección Provincial de Cultura, el Fondo Cubano de Bienes Culturales y la Academia Oscar Fernández Morera.

La obra laureada, Como el Caribe, se integra al corpus creativo que el artista ha urdido mientras labora como jefe de departamento del taller de restauración de obras de arte de la Oficina del Conservador de la Ciudad de Trinidad y el Valle de los Ingenios, quehacer que le ha permitido no solo pulsar las coordenadas patrimoniales del territorio, sino, sobre todo, mantenerse apegado a técnicas tradicionales, ya casi en desuso, que confieren mayor autenticidad a sus piezas.

De ahí que resulten encomiables sus habilidades manuales, la destreza con que, por ejemplo, moldea y amarra el alambre de púas en lugar de soldarlo; da forma a la madera sin el empleo de herramientas modernas y preserva los materiales en su estado natural: “como si estuvieran en su medio”, confiesa el propio Osley.

Consciente de que la obra de arte no se consuma sino en la apreciación del otro, el joven miembro de la Asociación Hermanos Saíz se las ingenia para permitir las más disímiles lecturas, aun cuando el empleo de cada material condiciona el acto interpretativo.

Desde aquella primera camisa de fuerza confeccionada con lápices hasta la idea -todavía incorpórea- que ahora mismo lo ronda, Ponce Iznaga se ha propuesto elucubrar un discurso coherente, diverso, que traduzca en volúmenes sus preocupaciones existenciales y de índole social, ese maremágnum de temáticas que la vida le pone enfrente y él se apresura a convertir en imágenes. Se ha propuesto convencer; el espectador dirá si finalmente lo logra.