La Revolución bolivariana pugna por desarrollar el país en medio de la fuerte crisis mundial capitalista y el saboteo constante de la oposición.
Durante la reciente campaña electoral que dio una victoria mínima, pero estratégica, al candidato del chavismo Nicolás Maduro fueron dos los caballos de batalla de la campaña propagandística de la oposición contra el oficialismo: la inseguridad ciudadana y el estado de la economía.
En relación con el auge de la delincuencia y la criminalidad, le faltó decir al candidato derechista Henrique Capriles y comparsa que fue precisamente en los estados, municipalidades y parroquias gobernadas por opositores, donde esos flagelos se constituyeron en verdaderos azotes para la comunidad.
En el estado Miranda, por ejemplo, hace meses que falta el gobernador Capriles porque, en lugar de dedicarse a gobernar y preocuparse por sus conciudadanos, ha estado de lleno dedicado a tratar de subvertir la estabilidad del país después de la derrota electoral que sufrió el 14 de abril y que él se niega a reconocer.
Pero veamos la economía. Muchos se preguntan por qué un país petrolero como Venezuela puede afrontar dificultades económicas, cuando el barril de crudo lleva años con precios que rondan los 100 dólares y la patria de Bolívar extrae cerca de 3 millones de toneles diarios. Para Capriles y sus secuaces ello da el pretexto maestro para atacar al Gobierno, al cual acusan de regalar esa riqueza nacional a países del área, suscritos al acuerdo de Petrocaribe.
Lo que no dicen ni reconocen esos reaccionarios es que los términos en que opera la citada entidad grannacional, si bien benefician con tasas preferenciales y facilidades de pago a los socios que reciben el hidrocarburo, constituyen también parte de un engranaje político y económico integrador que está en función de los intereses de Venezuela y de la América Nuestra.
No quieren reconocer el comercio de doble sentido que empieza a desarrollarse entre naciones como Nicaragua, Cuba, República Dominicana y otras del área, con la tierra del Libertador, y que abarca indistintamente desde el aporte de capital humano y bienes de consumo, hasta remolcadores, barcos de pesca, tecnología, medicinas, carne bovina y de cerdo, entre otros renglones.
Los representantes de la IV República -incluida la familia Capriles- regalaban a las transnacionales entre el 83 y el 87 por ciento de las ganancias obtenidas por la exportación de petróleo y gas hasta 1999, cuando emergió el chavismo, y por si esto fuera poco, la entidad supuestamente estatal PDVSA tenía entre sus 36 000 trabajadores, una crápula privilegiada de cerca de 9 000 sujetos con salarios que en algunos casos llegaban a un cuarto de millón de dólares anuales.
En lo que toca a la inflación, casi resulta una generalidad que esta pérdida de valor del circulante se produzca en naciones con alto crecimiento económico, como por dejemplo Corea del Sur en los años 90, cuando alcanzó y superó el 20 por ciento, y en otras que emprenden medidas profundas de beneficio social, como Venezuela a partir del 99.
Es una regularidad que el aumento sustantivo del gasto social produzca una depreciación del dinero, como ha ocurrido en Venezuela, donde a fuerza de invertir en el mejoramiento de la salud, la educación, la creación de fuentes de empleo, la alimentación pública y otros acápites, la tasa de pobreza se redujo en un 37.6 por ciento y la de pobreza absoluta en un 57.8 desde 1999.
Pero, en lugar de reconocer esos avances, la oposición culpa al Gobierno de perjudicar la salud de la economía por mejorar a esa gente que solo le interesa en tiempo de elecciones. Genio y figura: a la oligarquía solo le importan los guarismos macroeconómicos que disfrazan su injusta distribución de la riqueza, no las personas en sí.
Entre los problemas artificialmente creados al oficialismo por la oposición figura el desabastecimiento de alimentos, utilizado profusamente por esta para desacreditar a las autoridades. Ahora bien, en parte ello ha obedecido al afán de lucro de ciertos comerciantes, y en parte a consignas orientadas por el equipo de Capriles para acaparar y encarecer productos y crear así descontento en el pueblo.
La administración central ha venido paliando esas carencias por medio de importaciones de artículos de la canasta básica desde Argentina, Uruguay y Brasil, principalmente, llegando a establecer reservas para tres meses, creando una entidad fiscalizadora y reguladora de precios y abastos, como INDEPABIS, y adoptando medidas para estimular la producción autóctona con vista a lograr la soberanía alimentaria.
Desde la asunción de Nicolás Maduro hace algo más de un mes, el ejecutivo se ha lanzado a una activa política de “gobierno de calle” para detectar y resolver de forma expedita los problemas más acuciantes y las necesidades de las comunidades en cada lugar, empezando por Zulia, que sufrió el desgobierno del opositor Rosales, y Miranda, que aún padece el de Capriles. A ese último estado se enviaron 3 000 soldados y policías para combatir la violencia.
Digan lo que digan la oposición interna y los detractores externos de la Revolución bolivariana, ese país figura en la novena posición entre las naciones cuyos ciudadanos poseen mayor suma de felicidad en el mundo. El Gran Programa Vivienda Venezuela ha dado más de 352 000 casas a otras tantas familias y se propone terminar otros 2 millones de apartamentos en cinco años.
En el 2012, la economía creció 5 por ciento y la inflación prevista, que llegó al 27.6 en el 2011, caerá este año a entre el 14 y el 16 por ciento. Según el Instituto Nacional de Estadísticas, el salario medio es de alrededor de 600 dólares, unos 3 000 bolívares, mientras el sueldo mínimo resulta uno de los más elevados del mundo.
Capriles dice y repite que falta comida, mientras los venezolanos enfrentan la obesidad como uno de sus problemas básicos de salud. Sería oportuno preguntarle a ese político ambicioso cómo concilia ese planteamiento con la información de que Venezuela ha tenido que importar 50 millones de rollos de papel higiénico ante la demanda compulsiva generada por la ofensiva mediática de la oposición que él lidera. ¿Para que los quieren, pues?
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