La muestra personal Primera comunión, del cabaiguanense José Manuel Nápoles Puerto (El Chino) fue presentada en el Instituto de Cultura Juan de Dios Martínez, de Zulia.
El Instituto de Cultura Juan de Dios Martínez del estado de Zulia, Venezuela, acogió en sus salas la muestra personal Primera comunión, del cabaiguanense José Manuel Nápoles Puerto (El Chino), joven egresado en el año 2007 de la Academia de Artes Plásticas Leopoldo Romañach de Villa Clara, que actualmente cumple misión internacionalista en la hermana república suramericana.
Organizada con apoyo de la Alcaldía Bolivariana de San Francisco, el Proyecto Corazón Adentro y el mencionado instituto, Primera comunión incluye un amplio número de óleos sobre lienzo que mucho deben al imaginario infantil, lleno de criaturas ingenuas y bonachonas, prestas al retozo y la peripecia.
El particular estilo pictórico de José Manuel, a veces informalista o rayano en lo gestual, le permiten construir figuras sencillas, de tonos planos y vibrantes: coloridos protagonistas de un exorcismo emocional, resultado de un proceso purificatorio marcado por la fe, que nos convidan a una especie de regresión psicodélica a nuestra primera niñez, a esos gloriosos años infantiles perdidos en las brumas del pasado, donde el mundo se manifestaba con absoluta simplicidad, sin los temores, conflictos y frustraciones propios de la madurez.
Paquidérmicos, militantes y sinfónicos, primero llegan los elefantes, emblemas universales de la resistencia al olvido. Desfilan uno tras otro, como buenos hermanos, trayendo consigo pasiones muertas, esperas inútiles, anhelos perdidos. Por momentos parecen entablar un diálogo con la historia mientras cruzan un puente que, en teoría, conduce al futuro.
Luego, más héroes de fábula, dibujados con habilidad caricaturesca, prestos a hacer de las suyas sin miedos ni reservas frente a los divertidos ojos del espectador, pues lo narratológico en la obra de José Manuel es un elemento fundamental, ya que podemos construir historias utilizando sus personajes y los contextos donde aparecen.
Sin embargo, cuando nos enfrentamos a dos inocentes patitos cargando una zanahoria, o a un elefante, un conejo y otro pato viajando en automóvil, es posible que experimentemos un contradictorio desasosiego, como si los cinco aventureros prepararan un golpe mortal contra sus enemigos, o anduvieran en “malos pasos” por los caminos de la vida.
Tanta alegría nos hace dudar, y es que la aparente puerilidad de Primera comunión deviene táctica de camuflaje: bajo el cromático festín que despliegan estas piezas, se ocultan la ironía, el escarnio y la mordacidad, prestos a susurrar en nuestros oídos que las cosas no son lo que parecen. Si entrecerramos los ojos y “escuchamos” en silencio, los personajes de José Manuel acusan por omisión toda la violencia, las coerciones y el sectarismo que caracterizan al mundo contemporáneo, desecho en gritos y humo, al borde del cataclismo.
En esta exposición comulgan la tristeza y la alevosía, una pizca de dolor y magras partículas de regocijo con que nutrimos el íntimo arsenal que nos permite sobrevivir. Y como telón de fondo, tras los globos y muñecos inflables, quizás asome la nariz un poco de esperanza. A fin de cuentas, no hay mal que dure 100 años, y menos para un elefante.
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