La última edición de la jornada El cinco por los cinco, clausurada este miércoles en la capital estadounidense es solo un comienzo.
La clausura este miércoles en Washington de las actividades e iniciativas a favor de la liberación de los cuatro antiterroristas cubanos que aún permanecen encarcelados en prisiones norteamericanas, servirá para valorar cuánto se ha alcanzado en el esfuerzo de concienciar al pueblo de Estados Unidos acerca de la realidad de esos luchadores y las injusticias cometidas contra ellos.
Luego de casi tres lustros de denodada batalla pública y legal por que se haga justicia, y agotada etapa tras etapa y procedimiento tras procedimiento en tribunales y cortes de apelación, ha saltado a la palestra la evidencia incontrastable de que ya que no se trata propiamente de una batalla jurídico-legal, sino política -por voluntad de las autoridades corporativas de la superpotencia-; entonces la acometida decisiva hay que darla precisamente allí, en el corazón de la Unión americana, para ganar las mentes de los ciudadanos.
Mediocre, comparada con otras grandes urbes del planeta e, incluso, de los propios Estados Unidos, la ciudad de Washington, capital del Imperio Norteamericano -como lo llamaron los politólogos Robert Perlo y Claude Julián- no tiene la historia, ni el prestigio, ni el encanto de ciudades de igual o menor rango, como las rusas Petrogrado o San Petersburgo, la austriaca Viena o la itálica Roma, ni siquiera el de la basta y trepidante Nueva York; sin embargo, allí están los resortes del poder.
Un poder ciego y sordo hasta que las presiones populares alcanzan un punto tal que irrumpen en la agenda política y fuerzan una decisión a las altas esferas, independientemente de lo que expresen esas leyes estadounidenses, tan dúctiles y maleables cuando se trata de manipularlas a voluntad de los jerarcas imperiales.
Un pueblo, el estadounidense, que forzó la salida de Vietnam a mediados de los años 70 del pasado siglo contra los deseos de la Casa Blanca y el Pentágono; que poco a poco fue obteniendo avances en la lucha por la igualdad racial hasta tener a un afroamericano al frente del Estado, que ha logrado victorias parciales en la brega por sus derechos civiles, tan mermados desde la era de W. Bush; en fin, que en los EE.UU., como en la mayor parte del planeta, no se puede identificar pueblo y gobierno.
Y a los corazones y las mentes de ese pueblo están encaminadas las acciones de estos días primaverales en Washington, donde no han faltado, junto a intelectuales y personalidades estadounidenses como el actor Dany Glover y la luchadora por los derechos civiles Ángela Davis, otras prestigiosas figuras de al menos 25 naciones, incluidos congresistas del propio país del norte.
El esfuerzo mayúsculo se apoya en decenas de Comités Internacionales por la Libertad de los Cinco, que han logrado hasta la fecha la aprobación de mociones de apoyo al grupo por parte de parlamentos y gobiernos, lo que no deja de desempeñar su papel en lo que a influencias cosmopolitas y presiones se refiere.
En este sentido, hay que cambiar el patrón establecido por los medios tras años de desinformación en los Estados Unidos, al tratar de espías a los cinco cubanos, algo totalmente falso, pues no existen antecedentes jurídicos en el mundo, de que un individuo o grupo que siga las actividades de organizaciones terroristas -nunca estatales- merezca ese calificativo.
La lógica de Washington, además de innatural e ilegal, resulta absurda, pero en esa piedra de aparente solidez a toda prueba, la solidaridad mundial con los Cinco y su influjo en el pueblo norteamericano puede, con su persistente golpeo, obrar como la clásica gota de agua que con el tiempo perfora la roca.
La presencia en Cuba de René González Sehwerert, quien ha sido liberado al cabo de 15 años de injusto encierro, es desde ya una grieta en el muro, como lo será pronto la salida de su compañero Fernando González Llort.
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