Las letras se balancean al compás de las horas de Teresa Toyo Ramírez. Navega en un mar de historias sin fin que desembocan en el don más grande: ser mujer. Hoy Escambray despierta momentos cruciales de su afición de escritora.
(Por Ailén Martínez Morgado, estudiante de periodismo)
¿Cómo descubre Teresa esa pasión por la literatura?
Recuerdo que con motivo del cumpleaños 80 de nuestro Comandante en Jefe, el periódico Juventud Rebelde convocó a un concurso de cartas en honor a la fecha.
Inmediatamente, tomé lápiz y papel. Con pocas palabras para tanto agradecimiento escribí todo lo que sintió, y siente, mi espíritu de revolucionaria.
Resulté ganadora a nivel nacional de un viaje al Pico Turquino. Ese constituyó mi debut como amante de la escritura de cartas.
Desde ese instante, entabla un epistolario con Antonio Guerrero. ¿Qué le ha aportado esa experiencia?
La primera carta afloró todas mis emociones; nunca concebí la idea de que Tony me eligiera entre los miles de cubanos que le escriben a diario. Temblé, lloré, en un principio no tuve fuerzas para abrirla.
“Puedo decirle que todos estamos bien, con la más elevada firmeza y con la más férrea disposición de seguir adelante (…). ¡Hasta la victoria siempre!”, insistía Antonio.
Este es mi motor impulsor para enfrentar todo lo malo que se avecine. Las cartas se han convertido en mi talismán.
¿Amuleto también para versar lo que dicta el alma en materia de amor?
Hace cuatro años que participo en el concurso de Cartas de Amor, que promueve la Escribanía Dollz.
Las dedico a mi esposo y el dolor de su ausencia se refugia en cada frase.
En todos los encuentros resulté premiada. De manos de Abel Prieto recibí un premio; me sentí una personalidad en ese momento. Hoy lo recuerdo y aún se me eriza la piel. Pequeñas vanidades de la vida…
Hace unos meses me encontré en un estado crítico de salud. El estar aquí sentada se lo debo a tantas personas, que la única manera que encontré de agradecerles fue dedicándoles una carta. Te confieso que pensé que eran las últimas; pero el destino decidió que todavía me faltan muchas cosas por hacer.
Cosas, ¿así define todo esa energía que la identifica?
(Sonríe) Creo que sí. Tengo muchas ganas de vivir, de continuar mis aventuras por el país con los Amigos de la Esperanza, de la Tecla del Duende y de la Universidad del Adulto Mayor.
Los jóvenes tecleros me esperan cada año en Guaracabulla, nuestra capital, porque los sigo a todas partes. No creo en montañas; quizá eso es lo que me mantiene en pie.
¿Cuánto aporta la Tecla del Duende a su vocación de escritora?
La Tecla alivia los embates del año: por donde pasa nuestra expedición se respira felicidad, desenfado. Nos hemos reunido hasta 25 en la casa de Mileyda Menéndez, la columnista del periódico Juventud Rebelde.
Con mis historias sobre el período especial gané varios de sus concursos: de cuando mi marido me vendió la máquina de coser porque decía que era de lanzadera y tenía un diamante dentro; o cuando se iba la luz y nos daba hasta el amanecer riéndonos en el balcón, con nuestros hijos cubiertos por mosquiteros.
Nunca olvidaré esas palabras de aliento que me regalaron los tecleros durante mi enfermedad: “Teresa Toyo sabe cuánto se puede lograr con esperanza: No decaigas”.
¿Y esto de escribir es por rachas?
No tengo límite de tiempo; redacto cada vez que encuentro un motivo.
En la Universidad del Adulto Mayor escribí a la imagen de Vilma Espín, a Emilito Neira y sus famosas comparsas, y hasta al Presidente de los Estados Unidos para reclamar la libertad de los Cinco Héroes.
Una eterna luchadora por los Cinco, ¿así pudiera definirse?
¡Incondicional!
Mira, hace algunos meses, representantes de la UJC visitaron el Consejo Popular Olivos III y participaron en un trabajo voluntario gigante. Aproveché para rememorar la causa de nuestros Héroes prisioneros en el imperio: su condición de antiterroristas y, en especial, la injusta excarcelación de René González. Terminé haciendo lectura de un poema de Antonio Guerrero.
Habría que ver a los muchachos cómo me seguían… y pensar que todavía hay quienes desconfían en las nuevas generaciones. Me sentí tan orgullosa…
Otra vez rondan las musas en el hogar de Teresa. Nace una oración; se escabulle un verso; brotan ráfagas de ideas para nuevas cartas.
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