Nacido el 28 de enero de 1853, el legado de José Martí durmió prácticamente un siglo hasta ser revivido en su centenario por Fidel Castro al frente de una generación de jóvenes patriotas.
16 de octubre de 1953. En la pequeña sala de la Escuela de Enfermeras del Hospital Civil de Santiago de Cuba se vive una tensión extraordinaria. Conminado a decir quién o quiénes han estado detrás de los cruentos sucesos del 26 de Julio de ese año, el joven abogado Fidel Castro, quien ha asumido la responsabilidad, plantea que José Martí es el autor intelectual de aquella hombrada.
La convicción y valentía de Fidel han dejado perplejos a todos los presentes, incluidos los militares que custodian el recinto. Solo quienes conocieran plenamente la vida del Apóstol, hubiesen podido recordar que, puesto ante el tribunal que lo juzgó por infidencia, el aún imberbe Martí echó sobre sí toda la culpa de la carta contra un traidor a la causa sagrada de la patria.
Resultaba demasiado temprano para conocer entonces que se estaba en presencia de otra vida en paralelo, que Cuba había tenido el privilegio inédito de parir en el período mínimo de una centuria a dos hombres excepcionales, de esos que trazan derroteros, arrastran multitudes y transforman naciones.
No debe olvidarse que con un cúmulo de limitaciones y dificultades enormes por delante, fue aquel joven sorprendente en su sencillez quien trazó las directrices fundamentales de la Guerra Necesaria a partir del estudio de toda la historia anterior de Cuba y, en especial, de las causas que condujeron al fracaso de la epopeya iniciada por Carlos Manuel de Céspedes el 10 de Octubre de 1868.
Ahora se estaba en presencia de otro profundo pensador, abogado también, aunque no literato, capaz empero de destilar poesía épica con sus actos. Fidel Castro había saltado a la palestra política en aquel domingo de julio del año en que se cumplía el centenario del natalicio de Martí para rescatar su legado y emprender la colosal empresa de materializar sus sueños.
Quienes compartieron con él los duros años del presidio, los del exilio en México y los azarosos de la lucha en la Sierra, coinciden en destacar el apego de Fidel a los textos martianos. Su amigo, el gran escritor colombiano García Márquez, ha señalado que Martí es el autor de cabecera de Fidel, quien ha plasmado el ideario del Apóstol en la revolución socialista que emprendió.
El propio Fidel lo ha definido como el más genial y el más universal de los políticos cubanos. Plantea que el Maestro “nos enseñó su ardiente patriotismo, su amor apasionado a la libertad, su repudio al despotismo y su fe ilimitada en el pueblo. En su prédica revolucionaria -dijo- están el fundamento moral y la legitimidad histórica de nuestra acción armada. Por eso es el autor intelectual del 26 de julio”.
“¡Patria es Humanidad!”, planteó Martí, y la Revolución hizo del internacionalismo una de sus más destacadas banderas. “Hombres recogerá quien siembre escuelas”, sentenció, y la Cuba de Fidel construyó millares de ellas y acabó con el analfabetismo. Y al planeamiento del Apóstol sobre la importancia de un nuevo tipo de universidad, la Revolución y Fidel respondieron llenando el país de universidades nuevas.
“Ser cultos para ser libres”, proclamó el autor de Ismaelillo, y Fidel lanzó la iniciativa de hacer de Cuba el país más culto del planeta, a la vez que señaló: “Sin cultura no hay libertad posible”. Martí, “ese Sol del mundo moral”, como lo definió Cintio Vitier, impregnó todos sus actos de un altísimo humanismo basado en la eticidad y la virtud. Fidel hizo de la moral y de la ética, pilares esenciales de la nación cubana.
Fue Martí nuestro primer y más profundo antiimperialista, y Fidel sacó a Cuba definitivamente del yugo heredado de la intervención norteamericana de 1898; demostró el autor de Nuestra América el más acendrado latinoamericanismo, y Fidel fue artífice junto a Hugo Chávez de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), y de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).
Dio el creador de Patria un valor capital a las ideas cuando señaló: “Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra”, y además afirmó: “Una idea justa defendida desde el fondo de una cueva puede más que un ejército”. Por su parte, Fidel, en un discurso pronunciado el 3 de febrero de 1999 en la Universidad Central de Venezuela, expresó: “Una Revolución solo puede ser hija de la Cultura y las ideas”.
Luego, el primero de mayo del 2003, apuntó en el acto masivo celebrado en la Plaza de la Revolución: “Nos acompaña la convicción más profunda de que las ideas pueden más que las armas por sofisticadas y poderosas que estas sean. Las ideas son el arma esencial en la lucha de la humanidad por su propia existencia».
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