El último discurso del Presidente Raúl Castro puso en blanco y negro los criterios compartidos por no pocos compatriotas.
Por fin los cubanos de bien escuchamos lo que necesitábamos oír desde hace un buen rato: en unos cuantos asuntos, el país anda patas arriba, una verdad dolorosa que solo los habitantes de esta isla podríamos remediar y, por cierto, no de un día para otro.
El último discurso del Presidente Raúl Castro puso en blanco y negro los criterios compartidos por no pocos compatriotas, aquellos que aún conservan la capacidad de pensar y cuestionar, a pesar de los vendavales de diversa naturaleza vividos en la nación desde hace más de 20 años.
Acostumbrados a oír durante los últimos tiempos desde las tribunas oficiales reflexiones fundamentalmente dirigidas a las imprescindibles urgencias de la economía y la política, las palabras del General de Ejército llegaron como un despertador y una evidencia imprescindible: las tantas inquietudes que desvelan a la mayoría de los cubanos también preocupan y ocupan a las máximas autoridades del país; quienes mandan en Cuba no andan por las ramas ni de espaldas a la realidad; el discurso político camina de la mano de la cotidianidad.
Al principio de su intervención Raúl volvió a rozar el tema económico con un catalejo realista: El Producto Interno Bruto sigue creciendo, pero esa prosperidad aún no se percibe en el día a día de la familia cubana promedio y todavía faltan largos y complicados senderos por transitar en la actualización del modelo socioeconómico nacional.
Y, según puntualizó el Presidente, uno de tantos complejos caminos solo quedará despejado cuando se elimine la dualidad monetaria -es decir, que dejen de circular a la vez el peso y el chavito-, pues únicamente entonces podrían transformarse esos salarios y pensiones que apenas alcanzan para subsistir; únicamente entonces podrían modificarse unos precios que hoy ponen de rodillas a muchos de quienes viven del trabajo honrado; únicamente entonces podrían revisarse los montos de subsidios y tributos.
Con esa perspectiva se buscaría además reivindicar la motivación por el trabajo legal y poner punto final a esa humillante pirámide invertida que tanto desmotiva porque quienes más se afanan perciben iguales o menores ingresos que los perezosos e incluso aquellos que viven del invento o de castrar las arcas estatales.
Pero la esencia del discurso de Raúl abordó otra realidad incluso más incómoda: las grietas abiertas en la moral, el decoro y el espíritu mismo de la nación. Nada de otra galaxia; se trata de esas tantas manifestaciones de lo desagradable, lo ácido, las pestilencias, las frutas podridas con que nos hemos acostumbrado a convivir.
Según el levantamiento preliminar de las autoridades, casi 200 manifestaciones de indisciplina e ilegalidad amargan y oscurecen el oxígeno nacional, desde la doble moral, la falta de honestidad, honradez y decencia, hasta la impunidad para cometer las más disímiles ilegalidades, comercializar lo humano y lo divino o sobornar al más pinto del palomar.
Otras dolencias también debilitan el esqueleto de la sociedad: esa marginalidad que echa ramas múltiples y aparece admitida ya como lo más natural del mundo, la impuntualidad laboral, el peligroso fraude académico, los juegos ilegales, el irrespeto al vecino, la cría de cerdos al borde de una céntrica calzada, el vandalismo contra la propiedad pública…
La lista pica y se extiende ante la más absoluta resignación y tolerancia del resto de los ciudadanos y, lo que es peor, de las autoridades estatales, que no pocas veces dejan de exigir por que se cumpla con lo establecido, dan la espalda a la institucionalidad y predican la moral en calzones, por lo que su autoridad naufraga irremediablemente.
Ya desde el 2005, con su hálito visionario, Fidel lanzaba al ruedo una premonición cardinal: a la Revolución no podría destruirla el enemigo, pero sí nosotros mismos; una advertencia que se recicla perfectamente ante el nuevo reconocimiento de peligrosas amenazas.
El primer paso para resolver este catauro de impudicias, corrupciones y lo demás ya camina de boca en boca. Pero no basta el discurso de Raúl como catarsis colectiva. No bastará siquiera potenciar el Código Penal, fortalecer el desempeño de la Policía, la Contraloría, la Fiscalía y los Tribunales. Una sola aspa no mueve el molino.
Habrá que redimir los valores primigenios de la escuela y la familia cubanas, echar mano a la audacia de la juventud, a la sabiduría de los trabajadores, los campesinos y la religión; atizar la conciencia social en aras de retomar las virtudes más auténticas de la cultura, de la identidad nacional para rescatar entre todos las normas cívicas de la nación; y en particular exigir a las autoridades una moral a la altura del Turquino, que les permita poder caminar de frente hacia los problemas, sin temores ni medias tintas.
Además, pasar por alto las posibles murmuraciones y cuestionamientos que vengan desde fuera porque en otros países estas realidades suelen ser incluso peores y los mandamientos de un hogar se deciden puertas adentro.
Pero también, y sobre todo, poner mano dura a la anarquía y el desgobierno. Al socialismo no le basta con ser próspero y sostenible. El socialismo también necesita orden y decencia para que los cubanos de bien no sean los que queden increíblemente marginados en la otra orilla de la isla.
Mary Luz, es fácil ver la paja en el ojo ajeno, empiecen por uds. mismos, qué papel ha jugado el periodismo en todas esas «pestilencias». ¿?