El escritor fomentense continúa sorprendiendo a los lectores con la irreverencia de sus textos.
Por entre las volutas de humo con que ha saturado el cuarto, Pedro de Jesús atisba la imagen que le falta. De nada le había valido recorrer la habitación a grandes trancos, tenderse sobre la cama mirando al techo, tararear algún bolero extraviado en la memoria: el tropo parecía escabullírsele.
Solo ahora, cuando está seguro de que ha asido la historia por el cuello, se sienta frente a la computadora y teclea con la misma avidez con que aprendió a dominar la máquina de escribir, aquella primera Underwood que le fue prestada a los 10 años: “Después que Ida recibió la noticia, nunca más recobró la calma”.
Tras la primera línea, el cuento sale de un tirón: los personajes que había perfilado en la libreta de notas le dictan al oído sus secretos, los escenarios se vuelven nítidos, el conflicto se desbarranca, inexorablemente.
“No llego a la página mientras no defina lo que voy a escribir porque le tengo pánico a la página en blanco, me provoca una ansiedad enorme -confiesa-. De modo que, antes de sentarme, procuro tener en mi mente un 75 por ciento de la historia y los personajes. Eso al final se va a la mierda, pero al menos me da seguridad para empezar.
“Sin embargo, hay un momento, para mí extraordinario, en el que no domino el cuento, porque se hace una entidad con cierta independencia y no se deja conducir mansamente a mi arbitrio. Se invierten los papeles: me convierto entonces en el esclavo de mi propio cuento, tengo que obedecerlo. ¡Qué irónico!, ¿verdad? Experimentar eso me produce una felicidad indescriptible”.
Con semejante método de escritura, Pedro de Jesús López Acosta ha consolidado una obra de reconocido prestigio nacional e internacional en la que descuellan los textos de narrativa Cuentos frígidos (1998), Sibilas en Mercaderes (1999) y La sobrevida (algunos relatos) (2007), el cuaderno de poesía Granos de mudez (2009) y numerosos ensayos que han visto la luz en revistas y publicaciones periódicas.
Una torcedura de la trama -más digna de sus libros que de la vida real- lo trajo de vuelta a Fomento justo cuando figuraba como contertulio imprescindible en el panorama literario habanero; sin embargo, libre de pruritos provincianos, el escritor que obtuviera el Premio Alejo Carpentier en 2006 y, más recientemente, la primera mención en el Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar accede a dialogar con Escambray.
Una definición inicial: Pedro de Jesús, ¿narrador o poeta?
Soy un narrador que se interesa mucho por el lenguaje y que puede trabajar poéticamente con él, pero no creo que sea poeta. Si algo pudiera hacer relevante mi obra literaria será, en todo caso, la narrativa o los ensayos, géneros que cultivo con mayor asiduidad y acierto. Mi poesía es algo menor, algo muy circunstancial.
¿No corrió riesgos al aventurarse en la lírica con una carrera consolidada y prestigiosa como narrador?
Mucha gente me lo advirtió. “¿Cómo tú vas a hacer eso? -me decían-. El libro de poemas no va a tener la calidad de los cuentos”. Pero yo pensé: ¿por qué no, si hay tanta poesía pésima publicada, tanto poema que apenas se entiende? No estoy hablando contra el hermetismo per se; me refiero al falso hermetismo, el que carece de verdaderas ideas y donde el tropel de imágenes mal cosidas no consigue una cristalización artística, es simplemente un batiburrillo. Entonces dije: ¿por qué no publicar si mis poemas, al menos, tienen el don de la transparencia y van directo a lo que quieren?
Una de las constantes de su obra, tanto en la narrativa como en la lírica, es el homoerotismo. ¿Por qué un Leitmotiv tan escandaloso?
Nunca lo hice por provocar escándalo, sino porque es un tema que me atraviesa centralmente como ser humano. Yo sufrí mucho cuando, siendo adolescente, descubrí que era homosexual en una sociedad machista, y recuerdo lo que experimenté al confesar por primera vez que lo era. Fue algo que me marcó, el hecho de esa verdad que tenía escondida y debía manipular, callar, hasta el momento terrible de asumirlo públicamente, porque no bastaba con asumirte delante de otro, en singular; por desgracia, la asunción de la homosexualidad en Cuba no es delante de otro sino delante de los otros, y eso fue traumático para mí.
¿Cuánto de autobiográfico hay en sus textos?
Yo diría que mi obra no es autobiográfica sino personal. Me aburriría mucho relatar algo que ya viví. Mis cuentos son historias que imagino o que me han contado o que sé que pueden suceder. Me interesa -como ser humano y como escritor- imaginar al otro; eso para mí es una aventura sumamente seductora. Por supuesto, la imaginación no es una facultad abstracta, impersonal; uno imagina siempre a través de sus propias vivencias y saberes: imaginamos solo lo que nuestra historia de vida nos permite imaginar.
Por otra parte, no soy un autor que me diga: bueno, ahora está en el boom el tema de la emigración, tengo que hacer un cuento así para que dé duro. No, yo no funciono con esos resortes; solo puedo escribir de lo que me seduce. En ese sentido mi literatura es muy personal.
Desde la visión de quien tuvo una vida cultural plena en La Habana, ¿se gana o se pierde con el retorno a los orígenes?
Pierdes contactos, relaciones, oportunidades importantes. Pero se gana una visión diferente. Creo que a pesar de que yo escriba de los mismos asuntos que otros autores cubanos contemporáneos, estar en este sitio -que no es ni campo ni ciudad, porque los pueblos son una suerte de híbridos- imprime un matiz diferente a lo que escribo. Además, Fomento -como cualquier otro pueblo- vive en un tempo diferente, sin la agitación de las ciudades, sin la vorágine de la farándula y los eventos. Eso me permite estar más concentrado en mí mismo, serme más fiel.
Pero sobre todas las cosas, ha hecho posible que me reconcilie con mi madre, con mi contexto hogareño, con la naturaleza… Creo que los he ganado como ser humano; y si los he ganado como ser humano, de alguna manera eso tendrá un reflejo, una repercusión en lo que escribo. De hecho, antes de venir para acá mis relatos eran absolutamente citadinos, sus historias se desarrollaban en espacios urbanos, y ahora, por el contrario, el pueblo donde vivo es el fondo persistente en el que se mueven todos mis personajes.
Por otra parte, me siento muy bien aislado en mi pueblo porque escribo lo que quiero sin la presión del mercado, a mi ritmo. Yo sé que no soy un escritor de bestsellers porque no puedo escribir con alguien arriba diciéndome termina esto, apúrate con aquello, hazlo así. No. Yo quiero escribir lo que quiera. Si eso significa que sea menos conocido, un escritor menor, bueno; pues mira, no seré Carpentier, mi vida, soy Pedro de Jesús. Yo con eso no tengo ningún tipo de angustia. ¿Un escritor menor? Un escritor menor, pero el escritor que alcanzo y he decidido ser.
La reclusión voluntaria en Fomento, sin embargo, lo mantiene al margen de la vida cultural de la provincia…
Mientras maduraba como persona y como intelectual, he aprendido a menospreciar la farándula, los tejemanejes del gremio literario. Fui, de algún modo, restándole valor a ese intercambio al cobrar conciencia de que la literatura se hace verdaderamente a solas. Y si me deshice del mundillo literario habanero, en el que, amén de los cotilleos y las trifulcas, era posible encontrar conversaciones y debates estimulantes, no veo razón de peso alguna para meterme de lleno en el de aquí, donde abundan cotilleos y trifulcas, pero escasea el intercambio auténticamente intelectual, enriquecedor de la mente y la creación artística. En Sancti Spíritus los creadores están como atrincherados, esperando siempre que les lancen una granada o aguardando la ocasión propicia para lanzarla.
Como el bailarín de su poema Estreno absoluto, ¿también Pedro se pregunta “si habrá acaso mucha diferencia entre elevarse y caer”?
Hago preguntarse al bailarín algo que para mí es una certeza. Tanto el ascenso como la caída son, con frecuencia, estados relativos, que dependen de la interpretación de cada quien. Cuando más encumbrado piensas que estás, otro cree que es la sima más profunda en la que has podido caer. A veces el éxito encubre la cara de la derrota, o al revés; todo depende de la perspectiva de quien mira y del momento en que lo haga.
Con tantos premios en su haber, ¿aún debe lidiar con la “inseguridad de quien hace un viaje esencialmente solo”?
Sí, el ser humano está esencialmente solo, y un escritor, por las exigencias de su oficio, lo está más. Los premios no cambian eso; al contrario. Los premios son aterradores, porque te compelen a seguir escribiendo y haciéndolo con igual o superior calidad. En ocasiones tienes que lidiar con el fantasma de la esterilidad; hay períodos en los cuales uno no escribe, nada circundante le lanza señales, y eso es terrible si uno ha imaginado y construido su vida con la literatura como centro.
¿Le ha sucedido alguna vez?
Sí, claro, y lleno esos espacios con el trabajo en los talleres literarios, el programa que mantengo en la emisora y las clases que imparto en la universidad, que es algo que me resulta muy placentero. Yo soy un pedagogo nato, además, como leo tanto y apenas hallo espacio para ventilar esos saberes, el hecho de dar clases me ayuda a exorcizarlos: son como demonios.
En uno de sus poemas expresaba: “contra el miedo es toda mi batalla”. ¿Qué miedos lo rodean? ¿Contra qué lucha Pedro de Jesús?
Lucho contra el miedo a la esterilidad; miedo a no ser capaz de sostener una obra de la calidad que la crítica dice que tiene mi obra -y que yo sé que tiene, porque no quiero ser falsamente modesto-. Mi obra tiene una dignidad al menos lingüística, de estilo; me ocupo mucho de eso. Tengo una vocación muy acendrada en el trabajo serio con el lenguaje: conocer cada palabra de dónde viene, sus connotaciones y resonancias, la estructura de la frase… Un escritor que no atiende con rigor su lenguaje es como un albañil que no sabe preparar la mezcla, una falta de respeto a sí mismo.
Apartándome de la literatura, tengo miedo a quedar inválido; me dan pánico esos estados terminales prolongados que se vuelven agónicos para la persona que los está viviendo y para quien la está cuidando. Como soy un individuo autosuficiente, no soportaría depender de otros para vivir. También tengo miedo a perder la cordura, que mi cuerpo siga funcionando y mi mente no. La soledad o quedarme sin pareja no me da miedo; pienso que estoy preparado para vivir una vejez solo, si así me toca.
Antón Arrufat lo calificó una vez como un espíritu inquieto y deslenguado. ¿Le hace justicia esa definición?
Completamente. Todo el tiempo estoy sopesando lo que me rodea y no me callo nada de lo que pienso o siento, y aunque con el tiempo he aprendido a contenerme, frecuentemente mi sinceridad vuelve por sus fueros. Claro, trato de decir las cosas de la mejor forma, apelo mucho a los chistes, una manera tangencial de encarar las verdades espinosas, pero a veces eso resulta peor, más cáustico, más cruel. Hay quienes me dicen: ay, qué venenoso tú eres. Pero, ¿qué le voy a hacer?
Pedro es un escritor que admiro y sigo, la mejor compañía para quien prefiere una conversación inteligente y sin tono aleccionador o de superioridad, de una simpatía excepcional y una sinceridad cada vez más escasa en el mundillo literario, mis respetos y un fuerte abrazo.
Pedro es grande. Siempre lo fue, desde la Universidad de La Habana, donde comenzó como estudiante de Periodismo, y luego ingresó en Filología y letras. Nos enseñó Gramática a quienes lo necesitábamos, nos guió por los mejores senderos de la literatura…nos decía las cosas de frente en la beca, cuando lo merecíamos. La gente de la Orden 18 de mi grupo casi le debe a Pedro la carrera. Yo venía del Preuniversitario, y lo sentía mi maestro. Tenemos el privilegio de haber leído sus manuscritos, con su letra Palmer perfecta, en una libreta. Tenía decenas de libretas con sus valiosos poemas y narraciones. Siempre nos leía sus obras. Sabía de todo, de cultura y de deportes; de teatro y de la vida. Un jodedor cubano de los mejores, con una gran erudición y muy humano. Siempre lo recordaré con cariño…y respeto.
Espero que la vida me regale un encuentro con este maravilloso ser humano, en su casa, en su aula o en su programa de radio. Un abrazo enorme para Pedro.
excelente entrevista… excelente personaje…felicidades a Escambray por publicar algo así.
Tuve el privilegio de ser su alumno en la universidad y es un gran profe, asignatura que te imparta se te queda bien grabada, lo felicito.