La joven trinitaria Yudith Vidal Faife, Embajadora por la Paz, se erige como uno de los pinceles femeninos más virtuosos de las artes plásticas cubanas.
Muy cerca del corazón de la tercera villa de Cuba: la Plaza Mayor, se erige una casona colonial convertida hoy en galería taller. Desde las grandes ventanas, todos los visitantes quedan seducidos por las obras que convidan a adentrarse en un mundo íntimo, propio, único.
No son cuadros místicos, ni nacidos de poderes divinos. Son las creaciones de una joven trinitaria que forma parte de las artes plásticas cubanas: Yudith Vidal Faife.
«Yo pienso que nací con el don o como quiera que se le llame. En mí estuvo siempre la necesidad de transformar la visión del entorno. Fue una vocación, que me provocó la necesidad de cursar estudios en la otrora Academia de Artes Plásticas Oscar Fernández Morera, de Trinidad, y luego en el Instituto Superior de Arte, donde me gradué como Licenciada en Artes Plásticas en el perfil de Restauración y Conservación de Bienes Muebles».
—En su obra se desliza una magistral gama de colores y su talento es único. ¿Cuáles son las principales musas?
—Al principio de mi carrera una de mis mayores inquietudes fue mi mundo interior. Comencé entonces a exorcizar mis demonios a través de unos dibujos que resultaron ser mi primera serie: Identidades míticas. Era como una crítica al yo interno, con esas máscaras que le anteponemos a la sociedad. Luego continué en Dicotomía temporal: mujeres de diferentes épocas, con diversas preocupaciones en distintos estilos o técnicas. Eso dio sucesión a lo que se llamó Esparcimiento anímico, donde formas y manchas de color aparecen y se convierten en cosas con sentido. Ahora me concentro en Detalle colonial, dedicada a mi musa más grande: mi ciudad de Trinidad, a través de paisajes, retratos y figuras humanas.
—¿Se considera Yudith una restauradora que pinta o una pintora que restaura?
—Soy ante todo una artista. El restaurador se queda en el anonimato y debe subordinarse a la forma de hacer técnicamente de alguien que con anterioridad creó la obra que restaura. Actualmente, tengo todo un discurso plástico que todavía está incipiente y me queda mucho por decir. «Aunque en mis últimos cuadros he puesto en práctica lo aprendido durante los años de estudio, porque plasmo unos llamados «espíritus» de la ciudad que renacen para rescatar las tradiciones perdidas o tratar de restaurar esos edificios que están en peligro de desfallecer. En mi pintura revive la ciudad con la ayuda de esos seres que resarcen lo malo y de esa forma le brindo un sincero homenaje a esta ciudad que nos lo ha dado todo».
—Yudith Vidal Faife ha incentivado el acto creativo de los niños y los ha ayudado a crear habilidades plásticas y artísticas, que redundan en su formación como seres humanos. ¿Cómo surgió la idea?
—Eso es el proyecto Seres de la diminuta inmensidad. En Luxemburgo, en el año 2007, la directora de la Créche Pikasso me propuso trabajar con los niños de su institución. Tras mi regreso a Trinidad lo puse en práctica en el Círculo Infantil Clodomira Acosta. Me tracé entonces como objetivo formar en los primeros años de vida la sensibilidad y el gusto estético para poder vivir positivamente en tiempos en que la pérdida de valores afecta a la humanidad. Me despertó una nueva visión de la vida. Me desdoblé completamente. Pinté para los que saben querer.
—Como resultado de ese proyecto obtuviste quizá el mayor de tus premios…
—Es cierto. Gracias a él, el Círculo Universal de Embajadores por la Paz, radicado en Suiza y Francia me confirió el título de Embajadora por la Paz.
—¿Orgullo? ¿Fama? ¿Compromiso?
—No trabajo para premios. Las cosas vienen solas. Trato de ser arte para mí misma y para transformar este mundo. Creo que mi obra tiene que ser mejor cada día y tratar, a partir de mi discurso plástico, de aportar algo novedoso o diferente.
Yudith Vidal Faife no se detiene. La encuentras siempre enfrascada en un nuevo cuadro. Cada movimiento está caracterizado por el cuidado excesivo de los detalles, logra la concentración gracias a su diverso gusto musical: Chucho Valdés, James Blunt, Buena fe… que logran aislarla de todo el bullicio de los intrusos que detienen su paso para admirar a la joven, que es referente en su villa.
—De Trinidad a diferentes latitudes como Holanda, Francia, Luxemburgo, Italia, España ¿Algún secreto?
—Trinidad se merece que los artistas que decidimos quedarnos aquí luchemos por ella y tratemos de realzar su nombre, hacerla conocida internacionalmente. Participo en cuanta convocatoria encuentro. No creo que tenga algún secreto en particular.
—Trinidad está a las puertas del medio milenio, ¿qué transpira esta ciudad que te has vuelto adicta a ella?
—Esta, mi ciudad, significa, en un principio, mi fuente de inspiración, es un pequeño conjunto arquitectónico que nos brinda cada día nuevos matices, desde una puesta de sol hasta un amanecer. Cada uno de sus rincones es nuevo porque puedes mirarlo con ojos diferentes. Pestañeas y surgen diferentes esquinas o recodos que te llaman la atención y que es hermoso llevar al lienzo. Es buscar la belleza detrás de ese envejecimiento propio del tiempo.
«Yo nací por accidente en Santa Clara, pero me considero trinitaria de pura cepa. Es un compromiso moral y artístico tratar de mostrarla tal cuál ha sido y es. Mi mejor regalo en su aniversario 500 es brindarle ese esplendor que transpira».
—¿Como joven no te has sentido tentada por ese comercio artístico que ronda las producciones de las nuevas generaciones?
—No todos somos iguales. Hay mucho talento joven diciendo muchas cosas y con ganas de expresar los tiempos convulsos en que vivimos. Reflejamos con fuerza, artísticamente, todo lo que nos rodea con discursos arraigados. Debemos luchar por desterrar aquellos que se han quedado varados en el arte comercial. Pero creo que predominamos los que defendemos el arte ante ese mercado que nos ahoga muchas veces.
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