La zona espirituana de Tunas de Zaza vivió jornadas únicas a inicios de julio de 1898.
A Tunas de Zaza, El Médano, Tayabacoa, entonces míseros puntos en el mapa del sur espirituano había llegado en abril de 1898 el murmullo lejano de la guerra, cuando una nota telegráfica por aquí, un periódico estrujado por allá, daba cuenta de que Estados Unidos había roto las hostilidades con España y se comentaba que los efectos de la contienda “pronto” se harían visibles en esta parte de la isla.
Mas, aquel vocablo indefinido del español cubanizado tendría casi el mismo significado semántico del “ahorita” de nuestros hermanos latinoamericanos, con urgencias cercanas al “ahora mismo”, cuando buques de la flota norteamericana del Caribe empezaron a rondar aquellas costas bajas matizadas de mangle y de salitre.
Sin embargo, el avistamiento lejano y repetido de las naves yanquis no tardó en ser visto como algo cotidiano: ¿Por qué pensar que esos buques van a gastar metralla y tiempo precisamente aquí, un lugar tan inhóspito y olvidado del mundo?
Pero el 30 de junio la guerra tocó por segunda vez estos lares cuando una expedición venida del norte intentó emular en Tayabacoa a la que en julio de 1895 desembarcaran con tanta fortuna por Punta Caney los generales Sánchez y Roloff. No obstante, aquellos pretendidos invasores entre los que venían no pocos yanquis, fueron arrojados de allí a tiro limpio y tuvieron que retirarse a Palo Alto, situado más al sur.
El primero de julio, mientras se comentaban en Tunas los últimos detalles del enfrentamiento de la víspera, de nuevo barcos yanquis se hicieron visibles en el horizonte. Al día siguiente, sábado 2 de julio, volvieron a acercarse los navíos acechantes, solo que esta vez venían con intenciones ostensiblemente agresivas, al situarse a escasos 1 000 metros de la costa con los cañones enfilados a tierra.
En su mayor parte la exigua población civil recogió lo que pudo y empezó el éxodo a otros puntos con el fin de ponerse a salvo. De pronto se oyó un sonido como de petardos en serie o de planchas de zinc cayendo con violencia una sobre la otra y empezaron a levantarse surtidores de tierra en las maltrechas calles, mientras la metralla arrancaba pedazos y agujereaba inmuebles casi todos de tablas en el humildísimo enclave de pescadores.
Como consignan las Actas Capitulares, el fuego duró una hora, y causó algunos “desperfectos” en el poblado. La defensa de Tunas fue un hecho heroico, particularmente por la respuesta artillera del fuerte hispano ubicado en las cercanías, que con sus certeros tiros ripostó los de los barcos atacantes.
Empero, los “desperfectos” no fueron tan inocuos como sugiere el lenguaje anquilosado de aquellas apolilladas Actas, pues a resultas del bombardeo y ametrallamiento murió el tunero Ruperto López y resultaron heridos otros siete residentes del lugar. Se dañaron o quedaron totalmente destruidos varios hogares y el paradero del Ferrocarril fue prácticamente demolido por la explosión.
Entretanto, por orden del general Estruch, jefe de aquella plaza, el largo muelle de madera de la localidad, fue incendiado para impedir que fuese útil a los atacantes en caso de un desembarco.
Todavía sufriría Tunas de Zaza el embate de la artillería enemiga los días 18 y 26 de julio de 1898 cuando dispararon entre 300 y 400 obuses de gran calibre contra el poblado, que volvió a sufrir la pérdida o avería de más viviendas, mientras quedó inoperante la modesta estación ferroviaria y volaron por los aires tramos completos de raíles y traviesas.
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