Vendaval en Potrerillo (+fotos)

El 22 de mayo, un tornado de considerable magnitud causó estragos en el poblado de Potrerillo, perteneciente al municipio de Cabaiguán. El día antes de cumplir dos meses en aquel lugar, Celia Pérez García estuvo a punto de arrepentirse de haber dejado Placetas para irse al fin del mundo. Cuando

Los habitantes de Potrerillo narran cómo enfrentaron aquel rabo de nube del pasado 22 de mayo. (foto: Oscar Alfonso)El 22 de mayo, un tornado de considerable magnitud causó estragos en el poblado de Potrerillo, perteneciente al municipio de Cabaiguán.

El día antes de cumplir dos meses en aquel lugar, Celia Pérez García estuvo a punto de arrepentirse de haber dejado Placetas para irse al fin del mundo. Cuando desde su puerta percibió la negrura y vio venir la enorme columna giratoria, como de un humo blanco, decidió cerrar el frente y precipitarse a la cama.

“Era como una humasera grandísima; vine corriendo y eso fue na’ ma’ tirarme cuando siento: ¡Bumbaaaa!”. El agujero en una de las planchas de fibrocemento del techo muestra el impacto. Celia anduvo con suerte, la que no tuvo su vecino, cuyo portal de tejas quedó totalmente devastado, o la tienda de enfrente, que a la hora exacta en que una decena de clientes adquirían sus víveres tronó desde la cubierta, como apedreada por un fuego enemigo.

Las versiones se superponen, se entrecruzan y confunden. No hay coincidencia en cuanto a la dirección de los vientos, que, según testigos, retorcía árboles, arrancaba cables, clavaba incertidumbres. Aunque hasta los relojes se trastocan a la hora del recuento, son más quienes afirman que entre las 3:30 y las 3:45 p.m. del pasado miércoles Potrerrillo, a unos 17 kilómetros de Cabaiguán, fue víctima del mayor desastre natural de que se tenga memoria por aquellos parajes, donde al menos 40 hogares, ubicados a decenas de metros y hasta a kilómetros entre sí, resultaron dañados por la furia del torbellino.

“Las matas bajaban al suelo y volvían a subir, como si fuera un cachumbambé. Eso fue cuestión de segundos, si llega a durar más aquí no queda nada”, describe Marvelis Domínguez, administradora de la unidad comercial donde lo principal, la comida, fue puesto a buen recaudo en el propio momento del desastre, gracias al concurso de quienes allí se hallaban.

Mientras a la mañana siguiente Radio Sancti Spíritus difunde pormenores recogidos la propia tarde-noche del suceso, Escambray llama a puertas, graba testimonios y constata in situ la magnitud de los daños en viviendas, entre ellas al menos dos con derrumbe total en sus cubiertas; la escuela, el sector de la Policía Nacional Revolucionaria, la panadería, el Centro Porcionador de Alimentos, la tienda. Al propio tiempo, autoridades locales cuantificaban pérdidas y registraban afectaciones.

Cuesta hilvanar una historia con otra sin recorrer largos tramos, sorteando charcos y pantanos. Como si se tratase de un juego al azar: una casa allí, un árbol acá, un poste acullá, las huellas del tornado van arrojando luz sobre su trayectoria. En forma de caracol golpeó, de modo que resulta difícil percibir la catástrofe.

Junto a un bohío de mala muerte, ileso como por obra de un sortilegio, la vivienda de Dailín Rodríguez luce sin una sola plancha del zinc recién clavado. “Un vecino me dio la noticia cuando ya todo había pasado y yo venía en camino. Lo que no acabo de entender son esos palos, con puntillas y todo, sobre la copa de los árboles”, relata al día siguiente, mientras su esposo rescataba los restos de cubierta allá atrás, en el patio.

“A mí me cogió arrecosta’o a la puerta. Las tejas supuestas volaron, y no me mataron porque Dios fue grande” recalca Fidelio Sánchez Espinosa, con todos sus bártulos sacados al sol en el hogar vecino.

Pero ningún relato le gana en suspenso al de Élsida Armenteros, una anciana minusválida a quien la cerrazón, la ventisca y los truenos sorprendieron sola. “Cerré con un palo la puerta de la calle. Las tejas empezaron a caer sobre mí. Sentía que me llamaban: ¡Abre la puerta!, pero el suelo estaba mojado y no podía andar. Entonces alguien rompió dos tablas y me sacaron a cuestas. Lo que iba conmigo encima era un zepelín. En casa de un vecino pasé lo que faltaba, pero estoy viva, hija”.

“El tornado vino por el suroeste”, sostiene Dionisio Valdés Pérez, presidente del Consejo Popular, y dibuja la espiral en el aire. Su alma poeta no le ha servido ahora como aquella vez, en que armó al vuelo unas décimas memorables sobre un fenómeno similar en Santa Lucía. “La gente no me perdonaría andar cantando o recitando mientras hay tanto por hacer. Yo estoy en un curso de preparación para la defensa que hoy tendrá que esperar, mañana ya veremos”.

Mientras Leyanet, con un par de gemelos en el vientre, llora la angustia de su madre, Potrerillo respira, aguarda, cree. Vencido el pánico en que lo sumió aquel rabo de nube del pasado 22 de mayo, confía en que otro no menos potente borre de una vez sus penas de antaño: casas endebles y viales misérrimos, sin apenas tránsito, por sobre los cuales voló la tragedia.

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Delia Proenza y y Adriana Alfonso

Texto de Delia Proenza y y Adriana Alfonso
Máster en Ciencias de la comunicación. Especializada en temas sociales. Responsable de la sección Cartas de los lectores.

Comentario

  1. Es la mejor cronica que he leido en el Escambray desde que se fundo,sin teque y reflejando la realidad..Conozco a Potrerillo..Ojala que que estar en la noticia ayude al pueblo a tener una carretera decente y llamar la atencion de quienes gobiernan para la recosnstruccion

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