En los 15 años de gobierno chavista la reacción no ha cejado un instante en su guerra contra la autoridad legalmente constituida.
Un ciclo permanente de batalla política feroz y sistemática ha caracterizado a los 15 años de gestión chavista en Venezuela, donde la oligarquía reaccionaria intenta por enésima vez —en realidad nunca ha estado cruzada de brazos— barrer la institucionalidad con métodos similares a los utilizados por su homóloga chilena en la destrucción del gobierno de Salvador Allende.
Siguiendo el guión chileno, la ultraderecha morocha asesorada desde Washington —y la Florida— desarrolla un plan desestabilizador cuyo objetivo prioritario inmediato es crear inseguridad y descontento en la patria de Bolívar con vista a inclinar la balanza a su favor en las elecciones municipales que tendrán lugar el 8 de diciembre próximo para elegir a 335 alcaldes y miles de concejales.
El razonamiento de la oposición agrupada en la llamada Mesa de la Unidad Democrática (MUD), con su candidato Henrique Capriles al frente, es sencillo: si gracias a la campaña de saboteo y descrédito previa a los comicios del pasado 14 de abril se logró confundir a buena parte del electorado venezolano, reduciendo la ventaja del presidente Maduro a un exiguo 1.5 por ciento, ahora con otra arremetida lo pudieran sacar del poder.
De ahí que, ni cortos ni perezosos, se han empeñado en una campaña de sabotajes a los servicios públicos que incluye atentados al sistema eléctrico y a refinerías de petróleo, acaparamiento de alimentos con el doble objetivo de crear descontento por medio de la escasez y lucrar con el encarecimiento de los precios, especulación financiera y daños a la moneda nacional, el bolívar; entretanto utilizan los medios privados en una cruzada para tergiversar y acusar al gobierno de los males que ellos mismos provocan.
Para nadie es un secreto la peligrosidad de este actuar irresponsable de la oligarquía venezolana, que puede llevar al país —incluso— a un escenario de guerra civil.
Analistas opinan que si el bloque antisocialista triunfa en la mayoría de las alcaldías grandes donde actualmente tiene posibilidades, es casi seguro que impulse la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente con el fin de sustituir la actual Constitución.
Sucedería lo mismo si los opositores logran un total de votantes superior al del bloque bolivariano, lo que facilitaría la referida convocatoria, para lo cual solo hace falta la recolección de firmas correspondientes al 15 por ciento de los inscritos en el padrón electoral según el Artículo 348 de la actual Carta Magna.
De manera que un resultado positivo el 8 de diciembre daría a la fuerza política ganadora el impulso anímico para encabezar la siguiente aventura electoral y es precisamente la Asamblea Constituyente el instrumento capaz de forzar la renovación de los representantes del poder público nacional, incluido al primer mandatario.
Por supuesto que el presidente Nicolás Maduro y su equipo de gobierno están perfectamente conscientes de todo lo que está en juego y no han descansado un momento en su gobierno de calle, continuando con el programa de la Revolución Bolivariana que les legara el finado líder Hugo Rafael Chávez Frías.
En términos concretos, ningún régimen previo hizo tanto como el actual por el pueblo venezolano: eliminar el analfabetismo y llevar la salud y la educación a todos los ciudadanos, reducir la pobreza extrema de un 27.7 a un 6 por ciento, construir más de 500 000 viviendas en todo el territorio nacional, potenciar la cultura y el deporte, reducir el desempleo y garantizar directamente los alimentos a un 82 por ciento de la población.
Pero no basta. La vida ha demostrado que persiste mucha inmadurez e incultura política. Numerosos beneficiados por el chavismo han dado sus votos a los opositores, llevados por las campañas mediáticas y los perjuicios del sabotaje continuo, sin saber discernir entre causa y efecto.
La presente batalla electoral en la tierra del Libertador depende en mucho del factor psicológico y de la movilización de todas las fuerzas materiales y espirituales en pos de la victoria. En ese sentido las próximas seis semanas serán decisivas.
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