Rara avis son los cultivadores de arte erótico en la plástica espirituana.
En la época contemporánea se ha generalizado entre los creadores acudir al arsenal de la pornografía en tanto imagen desacralizada para modelar obras de arte. Se parte del criterio dentro de la comunidad intelectual de que no existen barreras visuales o verbales para asimilar modos de comportamiento humano más íntimos, sin la moralina victoriana proveniente del pensamiento medieval cristiano. Tal aserto se aprecia en la época anterior al cristianismo cuando prevalecía el paganismo.
Por supuesto, hay diferencias conceptuales entre lo pornográfico y lo erótico. En uno se busca la simple exacerbación de los sentidos, sin mediar la reflexión crítica o humanista que sí contiene lo erótico cuando está bien utilizado artísticamente. Pero ambos conceptos tienen en común la posibilidad de mostrar el disfrute de los cuerpos desnudos sin limitación alguna. La pornografía describe exclusivamente los placeres carnales; el erotismo, su descripción revalorizada a través de la capacidad amatoria expuesta en su contexto social. Lo erótico tiende por lo general a lo pornográfico.
En ese sentido habría que acudir a las definiciones que ofrecen al lector dos diccionarios de diferentes épocas sobre la pornografía para percatarse de que en la actualidad se es mucho más tolerante con ella. El diccionario Uthea de 1952 define la pornografía como “tratado acerca de la prostitución, obscenidad de obras artísticas o literarias”, mientras que el Pequeño Diccionario Larousse de 1996 comenta que se trata de una “representación complaciente de actos sexuales en obras literarias, artísticas o cinematográficas”.
Esta última definición constituye la razón de ser del porqué hoy día pornografía y erotismo funden sus presupuestos cuando se trata de la creación artística y literaria. Se vuelve a los orígenes del arte de la antigua Grecia, donde no existía el concepto peyorativo de pornografía para definir una obra de arte. La razón estriba en que la religión pagana no estaba viciada con el dogma del pecado original de Adán y Eva y mucho menos con la posterior condena de la Iglesia católica a las relaciones de la pareja como posibilidad del goce de los cuerpos. Numerosas propuestas artísticas y literarias de diversas épocas poseen el encanto antidogmático del desnudo.
El séptimo arte ha registrado en su corta existencia numerosas expresiones que podrían considerarse porno, como las que se aprecian en las últimas décadas. En el inventario de los filmes “porno” se encuentran El último tango en París (1972), del director italiano Bernardo Bertolucci, donde un hombre de mediana edad sostiene una intensa y fortuita relación sexual con una joven; El imperio de los sentidos (1976), del japonés Najisa Oshima, de óptica sadomasoquista al estilo de las prédicas eróticas del marqués de Sade; Calígula, del italiano Giovanni Tinto Brass, quien aborda una historia sobre la orgía del poder mediante lo incestuoso, lésbico y homosexual; El anticristo (2009), del danés Lars von Trier, visión trágica del sexo como generador de culpabilidad en una pareja; Tatuaje (2012), del brasileño Hilton Lacerda, diseñada como acto de liberación ante la opresión social; o La vida de Adèle (2012), del francés Abdellatif Kechiche, patética relación lésbica de amores imposibles. En todos ellos el sexo se ofrece explícito, con cuerpos desnudos en pleno acto sexual.
Los ejemplos de películas donde se combina lo porno con lo erótico serían interminables, al igual que sucede con las artes plásticas, donde artistas de diversas épocas han creado pintura erótica con tintes pornográficos, como el francés Gustave Courbet, quien creó en 1886 dos cuadros escandalosos para su época׃ El origen del mundo, en el que aparece una mujer desnuda con las piernas abiertas de frente al espectador, y El sueño, con dos jóvenes mujeres desnudas en el lecho durmiendo abrazadas plácidamente. Otras obras, menos agresivas, se rastrean a lo largo de la historia universal del arte, lo que demuestra que el artista está en pleno derecho a emplear lo que se conoce como pornográfico para crear obras eróticas, muy alejadas de su función original de provocar únicamente la excitación sexual del receptor.
De igual modo, el erotismo y el sexo han estado presentes en la historia de la literatura universal, aunque se ha visto igualmente sometida a la censura por considerarse un tema reprobable o pecaminoso. Ya en el Antiguo Egipto se redactaron tratados acerca del sexo, en ocasiones meras recopilaciones de posturas sexuales, por ejemplo en el papiro de Turín, donde se detallan las variantes del acto amatorio.
La Antigua Roma también es rica en este género literario, cultivado entre el siglo II a.n.e. y principios del siglo I. Caben destacarse El arte de amar, de Ovidio, y El Satiricón, de Petronio.
En la Antigua China, durante el período Han (alrededor del año 200 a.n.e.) circularon diversos manuales didácticos sobre la práctica sexual, siguiendo la fórmula literaria del diálogo entre un emperador y sus profesores sexuales.
En el siglo IV, apareció en la India el Kamasutra, el más universal de los manuales de sexualidad. Escrito por Mal-la Naga Vatsiaiana como un texto religioso dirigido al pueblo, la obra es un compendio de técnicas y consejos en las artes amatorias, que van desde el erotismo y la sensualidad más sutiles hasta una descripción detallada y gráfica de posturas sexuales para el acto de la cópula.
La literatura erótica cobró importancia en Italia con la llegada del Renacimiento. Giovanni Boccaccio con su Decamerón (1353) narraba las hazañas de los monjes seduciendo monjas en los conventos. Tal osadía estaba sustentada por la corriente humanista que bebía de las fuentes nutricias de la antigua cultura grecorromana antropocéntrica, alejada de las preceptivas medievalistas que predicaban el sufrimiento de la carne y la devoción cristiana.
En la época de la Revolución francesa de 1789 se imprimieron las famosas obras del Marqués de Sade, que a menudo fueron acompañadas por ilustraciones y sirvieron de comentario político o filosófico. Durante su encarcelamiento en La Bastilla, comenzó a escribir una de sus obras más importantes, Los 120 días de Sodoma, donde narra cómo cuatro personas pudientes encerradas en un castillo deciden poner en práctica historias depravadas de violencia exacerbada, para crear así el modelo sadista, en honor a sus aportes prácticos sobre la sexualidad atípica a partir de una praxis filosófica de la vida.
En Sancti Spíritus no abundan los artistas que hayan abordado el tema erótico con sistematicidad. Podrían citarse a la artista Luisa María Serrano (Lichi), con su serie de dibujos con cuerpos de mujeres desnudas desde una óptica de socarrona ironía visual; también el fotógrafo Álvaro José, quien se adentra en el mundo de las parejas gays al igual que lo hiciera el espirituano residente en la capital Jorge López Pardo. Los hay desde una perspectiva de evocación al sexo, como Vladimir Osés, que acude a determinados símbolos eróticos para adentrarse en las complejidades de la pareja.
Una cualidad generalizada en la historia del arte universal descansa en el carácter falocentrista de sus propuestas. La mujer, por lo general, ha sido objeto del deseo emocional limitando su capacidad como ser social. En estas relaciones de poder las féminas tienden a ser subordinadas o manipuladas por su condición biológica, sometidas a la violencia física o simbólica, aunque con el advenimiento del movimiento feminista y el pensamiento posmoderno se ha ido fraguando una nueva visión de sexualidad participativa a partir de la aceptación de la diversidad porno-erótica de la pareja.
La saga podría ser extensísima, solo he levantado la manta que oculta un tema tan reconfortante y escabroso, para algunos, como es la visualidad carnal desde posturas desinhibidas y pletóricas de vitalidad humana. Definitivamente resulta demasiado pedestre establecer barreras ideológicas entre lo porno y lo erótico en un mundo de complejas relaciones humanas. Cine, artes plásticas y literatura constituyen reservorios de una misma causa común: la liberación de los sentimientos amatorios sin moralinas preconcebidas.
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