Doscientos ancianos en la provincia asisten a las casas de abuelos. Reparación de los locales y adquisición de nuevos equipos elevan el confort de las instalaciones.
Una casa de abuelos no es un recodo del desamparo. Una casa de abuelos es, por el contrario, un sitio encanecido de pies a cabeza a fuerza de tantas añoranzas y de algunas soledades. Es el único lugar, quizás, donde no estorban los bastones ni los desvaríos, donde tampoco se mira de reojo a quien sueña en un sillón, donde la sordera es tan lícita y común como las arrugas. Una casa de abuelos es también, para muchos, un hogar.
“Si yo tuviera que irme de aquí me moría —confiesa María Gil Rodríguez, una cabaiguanense que al borde de sus 88 años comenzó a formar parte de esa nueva familia que es la casa de abuelos Alegre Vejez, en ese municipio—. Todas las tardes cuando me voy estoy loca porque se haga de mañana para volver para acá”.
No es la única historia, otras muchas se tejen con similares hilos. Y es que desde que surgieron en la isla en la década del 70, según reza en algunos archivos, más allá de la mera atención a las necesidades de los ancianos, las casas de abuelos se han convertido en una cobija para los afectos.
DÍAS DE UNA CASA
En la provincia hace más de una década que estas instituciones, destinadas a la atención diurna de los adultos mayores, se extienden por todos los municipios. Desde entonces y hasta hoy no han variado sus esencias: rehabilitar el cuerpo y el alma de quienes tocan a sus puertas.
Mas, traspasar el umbral precisa de una serie de requisitos a cumplir y de una evaluación previa por parte de un equipo multidisciplinario del área de salud correspondiente. Al decir de la doctora Teresa Odalis Pérez Cañizares, jefa del Programa de Adulto Mayor, Asistencia Social y Salud Mental adscrito a la Dirección Provincial de Salud, “allí acuden los ancianos a los que se les dificulta la realización de las actividades de la vida instrumentada como contar dinero y escoger arroz, entre otras; pero que mantienen las capacidades funcionales para realizar actividades de la vida básica.
“Las casas de abuelos —apunta la también especialista en Medicina General Integral— están diseñadas para brindar atención social a los ancianos carentes de amparo filial o a quienes sus familiares no pueden atenderlos durante el día”.
Lejos están de ser un hogar para permanecer durante lo que resta de vida, pues, según se establece en su regalamento los adultos mayores atendidos allí, deben egresar al cabo de un año, lapso en el que deben haber recuperado sus capacidades para reinsertarse en la sociedad o también se les puede tramitar su institucionalización en los hogares de ancianos.
Ante una vejez que avanza cada día en la provincia —Sancti Spíritus se inscribe como el tercer territorio más envejecido del país—, varias acciones intentan mejorar las condiciones para enfrentar esa situación, entre ellas el mejoramiento constructivo de los hogares de ancianos y las casas de abuelos, a lo que se añade la renovación del mobiliario y la entrada de novel equipamiento para elevar el confort de dichas instalaciones.
Pero, amén de las garantías materiales que se ofrecen en las casas de abuelos —desayuno, almuerzo, comida y meriendas— lo que más les llena a quienes llegan trastabillando bastones o arrastrando los pies es esa mano en el hombro que cura todas las pesadumbres.
“Yo me encontraba solo, deprimido —revela Julio Elías Baéz Menéndez—, pero desde que llegué aquí me siento tan bien. Mi vida ya es diferente, fui el presidente del consejo de abuelos de aquí de la casa, apoyo en todo y siempre estamos haciendo actividades distintas; pero lo mejor es el trato del personal”.
Ejercicios físicos matutinos; ayuda en las labores de la cocina; peñas de décimas; intercambios intergeneracionales con escuelas y círculos infantiles; tablas gimnásticas; visitas a casas de culturas, museos… son algunos de los proyectos que intentan devolverles la rutina “habitual” a quienes aún, pese a las limitaciones propias de los años, no han dejado de ser útiles.
EN FAMILIA
Soy poeta soñador/ y haciendo un pequeño aparte/ le saco versos al arte/ para el adulto mayor… La cuarteta le nace silvestre a Eliseo Martín Rojas como solía sucederle en aquellos días de machete a la cintura. Ya no es el mismo: la compañera de toda la vida falleció, las hijas se casaron pero lo atienden, vive solo, tiene 90 años.
Otros como él también han apostado por esa casa común donde se comparten hasta los resabios y caminan todo el pueblo, a veces, por tal de llegar hasta el centro. Mas, la lejanía se torna impedimento.
Al menos así sucede en Alegre vejez. Manuel Machado, quien durante más de una década ha fungido como administrador de esta instalación, lo corrobora: “De las 60 plazas que tenemos disponibles hoy solo están cubiertas 34 y eso se debe, fundamentalmente, a la ubicación de la casa de abuelos, que está alejada del centro del pueblo. Los ancianos que viven en las afueras de la ciudad deben tomar coches si quieren venir y pagar 4 pesos diarios. Antes Salud pagaba un coche que los llevaba y los traía, pero los cocheros decían que no les era rentable y dejaron de prestar el servicio. En una ocasión se habló de poner una guagua, pero eso nunca se ha materializado”.
No es una situación singular. En la provincia alrededor de 200 ancianos se benefician con este programa, pero aún 90 plazas faltan por cubrirse. Sucede no solo porque las nueve casas de abuelos se encuentran enclavadas en las cabeceras municipales, sino también porque puede que falle la labor asistencial para identificar a quienes podrían ingresar en estas instalaciones.
Pero quienes llegan a poner un pie dentro de esos nuevos hogares se resisten a abandonarlos, quizás porque los desasosiegos suelen atenuarse; quizás porque una vez allí quedan atrás todas las orfandades.
“Es un trabajo difícil —confiesa María Elena López Cabrera, terapueta ocupacional—, porque requiere conocerlos bien e intencionar las acciones de acuerdo con las necesidades de cada cual. Llegamos a ser su familia, tanto que hemos estado con ellos en el hospital hasta que llegan los hijos, pues lo que les suceda durante el día es nuestra responsabilidad. Nuestra razón de ser son los ancianos, por eso los atendemos de forma tal que se sientan como en su hogar”.
Una casa de abuelos no parece esa dama con tantos surcos en el rostro —como en verdad lo es—. Acaso porque con los años uno vuelve a necesitar el mismo arrullo de la niñez, una casa de abuelos semeja más la algarabía de los pequeños y ese ímpetu casi infantil que se exaspera con el único propósito de reclamar, solapadamente, un beso. Una casa de abuelos no es el último reducto de la vida. Una casa de abuelos viene ser ese sitio imprescindible donde suele asilarse la ternura.
Reconozco que en SS se hace un buen trabajo en cuanto a na protección de los ancianos,a diferencia de otras provincias como Villaclara, no vi ni un anciano mendigo en las calles,triste espectáculo que es frecuente en las calles de Santa Clara