La destacada artista de la plástica Luisa María Serrano (Lichi) ha llevado al tapiz la obra de varios poetas espirituanos
En la mitología escandinava, las Nornas son dísir o espíritus femeninos que habitan bajo el sagrado fresno Ygdrassil. Se llaman Urdr, “lo que ha ocurrido”; Verdandi, “lo que ocurre ahora”, y Skuld, “lo que habrá de suceder”. Las tres tienen la responsabilidad de elaborar los tapices del destino, cuyas hebras simbolizaban la existencia de dioses y mortales.
A su tiempo, estas antiguas personificaciones de lo inevitable fueron absorbidas por la cosmovisión griega, donde se transformaron en las Moiras Cloto, Láquesis y Átropos, quienes posteriormente originaron las Parcas romanas, llamadas Nona, Décima y Morta. Todas cumplían la misma función: enhebrar, tejer y cortar los hilos del destino.
En la antigua India solía representarse a Brahma trenzando a partir de sí mismo la retícula de las leyes y los fenómenos, símbolo de la urdimbre cósmica, de la sustancia primordial del universo, mientras que, según los akan africanos, es el héroe cultural Anansi, el más antiguo de los seres vivos y mitad araña, mitad humano, el responsable de provocar las lluvias necesarias para apagar los incendios y regar los cultivos.
Los isleños de la micronésica Nauru aseguran que la existencia del mundo y de los seres humanos se debe al talento de la gigantesca araña Aerop-Enap, y de acuerdo con las creencias de los siux, fue el arácnido Susistinako quien definió los cuatro puntos cardinales tras dibujar una cruz en el inframundo. Aún hoy me fascina la historia de Aracne, transformada en araña por elaborar tapices más bellos que la olímpica Minerva, diosa romana de la artesanía.
Históricamente el tejido se ha asociado a las destrezas profesionales, la laboriosidad y la sabiduría. Tejer equivale a crear, de ahí que, al disfrutar la obra plástica de Luisa María Serrano (Lichi) piense automáticamente en estos antiquísimos dioses y personajes mitológicos.
Con infinita paciencia y más dolores cervicales de los que pueda imaginarse, Lichi crea tapices donde perpetúa momentos, paisajes y personajes que de otra forma desaparecerían con el tiempo. Es ella una cronista que ha trocado lápices y plumillas por hilo y agujas, fieles instrumentos en su incansable afán por tejer finas redes donde apresar la existencia.
Inclinada sobre el lienzo, su grácil figura tiene algo de mágico y terrible, y también de sagrado, pues ha escogido un camino difícil que agota los ojos y depura el alma: Lichi quiere bordar el mundo y, con él, toda su poesía.
Por eso nos ha obsequiado Confluencias, muestra pletórica de tapices imposibles, alucinantes y sobrecogedores que fueron inspirados en textos de reconocidos autores espirituanos, entre ellos Fayad Jamís, Senel Paz, Manuel González Busto, Yanetsy Pino, Ramón Luis Herrera, Pedro Mendigutía y Reinol Cruz.
Quizás estos bordados de Lichi recuerden que un hilo puede romperse con mucha facilidad, como mismo se pasa de la vida a la muerte; pero también demuestran que cientos, miles de hilos unidos entre sí resisten los avatares del ser y pueden contener toda la poesía del mundo.
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