Desde pequeña oía hablar a mi abuela sobre Camilo Cienfuegos, no sabía quién era pero estaba segura que ella lo quería mucho. “Un hombre como ninguno”, decía, y yo, tan dada a la fabulación, pensé que se trataba de un enamorado.
Después conocí a esta figura legendaria. Tuve encuentros con él desde que entré al preescolar y me fijé en una foto que colgaba de la pared. La observé repetidas veces. La mirada pícara y segura de sus ojos, el gran sombrero y su amplia sonrisa me hacían preguntarme cada vez más quién era ese gigante de la paloma en el hombro.
Luego supe, por medio de mi maestra, que su nombre era Camilo y yo sin titubear le dije: “¡Ah, si es el novio de mi abuela!”.
Pero al igual que mi abuela, tenía muchas novias y muchos amigos. Una sonrisa que enamoraba a todos y un cariño especial por su gente lo hicieron ganarse el respeto y la admiración del pueblo. Su energía, su espíritu combativo y el deseo de ver a una Cuba libre lo consagraron en la historia de nuestro país como uno de esos grandes héroes de los que leemos en los libros de combates.
Solo que este muchacho no fue únicamente un hombre de guerra, sino también un apasionado por el deporte y las artes.
Imagino cómo fueron sus primeros pasos, siempre decididos y firmes al igual que el resto de su vida. Desde joven fueron proverbiales sus ansias libertarias y su consagración por el destino de su tierra
Varios fueron los combates que liberó tanto en el llano como en la sierra. Recibir el grado de Comandante del Ejército Rebelde con solo 25 años significaba para él una responsabilidad no solo con sus compañeros, sino también con el pueblo y con su Patria.
A Sancti Spíritus llegó en octubre de 1958 junto a sus hombres Fueron varias las calamidades y sacrificios que el muchacho de 26 años tuvo que enfrentar para cumplir con el deseo de ver a una Cuba libre de males y corrupciones, pero nunca sus piernas tambalearon.
Poner en pie de guerra al norte como mismo lo hacía el Che en el sur, llamar al pueblo a luchar y fundar un frente revolucionario para tomar las regiones que aún quedaban atadas al régimen batistiano, eran objetivos presentes y así lo hizo.
Desde siempre supo que el apoyo de las masas era esencial pero él ya tenía el cariño del pueblo. La defensa de la Revolución no era posible sin el sustento de los cubanos: “Porque para detener esta Revolución cubanísima tiene que morir un pueblo entero, y si esto llegara a pasar serían una realidad los versos de Bonifacio Byrne: Si desecha en menudos pedazos, / se llega a ver mi bandera algún día… / ¡nuestros muertos alzando los brazos / la sabrán defender todavía!
De rodillas nos pondremos una vez, y una vez inclinaremos nuestras frentes, y será el día que lleguemos a la tierra cubana, que guarda 20 000 cubanos para decirles: ¡Hermanos, la Revolución está hecha, vuestra sangre no cayó en vano!”
Serían 82 los febreros que cumpliría el Señor de la Vanguardia si aquel 28 de octubre no hubiese desaparecido. La imagen del pueblo, el señor de las mil anécdotas, el héroe de Yaguajay o el señor de la Vanguardia, no importa cómo lo llamemos, siempre será Camilo, el novio de todas las abuelas.
La autora es estudiante de Periodismo en la Universidad Central de Las Villas
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