Julio Morales Padrón arrimó su vida agraria y de combatiente de la clandestinidad a las tierras de Santa Lucía.
Ni los 77 años ni el tabaco que siempre lo acompaña han podido restarle ligereza al andar de Julio Morales Padrón, un guajiro con raíces en los linderos de Santa Lucía, Cabaiguán. La misma ligereza que le permitía atravesar fincas y potreros para trasladar mensajes, armas y cuantos víveres le solicitara el Movimiento 26 de Julio que llevara hasta las montañas de Fomento, donde se guarecían las tropas rebeldes al mando del Che.
“A través de la Radio, en un programa que tenía Eduardo Chivás, oímos en mi casa por primera vez hablar de Fidel; yo tenía unos 16 años”. Así empezó Julio Morales a desgajar las páginas de su vida y hurgar en una historia que ha preferido llevarla dentro hasta hoy, cuando Escambray ara en sus recuerdos y lo regresa a aquellos años de la lucha clandestina.
“Después de los sucesos del Moncada me incorporé al Movimiento 26 de Julio y vino la etapa de comprar y vender bonos, de colocar la bandera cubana en el lugar que se indicara, de trasladar de mano en mano el periódico que se editaba en la Sierra Maestra para que el pueblo lo leyera, de apoyar a la guerrilla, de colaborar en todo”.
¿Cuáles fueron sus primeros vínculos con los rebeldes?
Desde que el Che llegó a las lomas el Movimiento se dio a la tarea de apoyarlo; una de las primeras ayudas fue enviarle tabaco. Recogimos entre los campesinos 22 manojos y también le pedí a un tío mío un revólver 45 con ocho balas que tenía; todo eso lo entregamos a un guerrillero que bajó a recoger la mercancía. Otro día saqué de Cabaiguán 10 cajas de balas de pistola y las llevé, atravesando el campo, hasta un lugar cerca de El Pedrero.
¿Tuvo contactos personales con el Che?
Mientras los rebeldes no bajaron a la ofensiva, lo vi una sola vez en que llevé un mensaje y se lo entregué personalmente, pero solo eso, entregárselo. Luego cuando la toma de Santa Lucía él hizo el puesto de dirección en el bar Azul, ahí lo saludé como colaborador del Movimiento 26 de Julio. Hasta El Pedrero subí en dos ocasiones, otras veces se entregaban las mercancías más abajo.
Cuando se libera Santa Lucía un pelotón de la Columna Invasora se aposta en un cañaveral, cerca de la casa, para detener cualquier apoyo del ejército. Ahí estuvieron tres días el capitán San Luis (Eliseo Reyes) y otros combatientes, pero los casquitos no salieron de Cabaiguán. Al tercer día llegó el Che, en un yipe; preguntó por el pelotón y le indiqué el lugar.
¿Guarda alguna anécdota del Che?
Ese día había mucho ajetreo en mi casa porque mi papá tenía un cólico de riñón. El Che se da cuenta de aquel alboroto, pregunta qué pasaba, se le explicó y me dijo: “No tengo ahora con qué observarlo ni medicamento, ni nada”; se lamentó mucho por esa situación. No se quedó conforme y le indicó al chofer del yipe y al escolta que llevaran a mi papá al hospital de Cabaiguán; yo me preguntaba cómo iban a entrar al pueblo con los guardias allí.
El Che volvió para donde estaba el pelotón y al poco rato regresó el yipe. Llegando a Cabaiguán se toparon con una máquina y montaron a mi papá para que lo llevaran al médico.
¿Como colaborador cuál fue el momento de más peligro?
En aquellos días en que el pelotón guerrillero estuvo emboscado cerca de mi casa. El viejo me manda a Cabaiguán a buscar mandados y arranco a caballo para allá. A la entrada una patrulla de guardias me para y le pido permiso al jefe del grupo para ir a comprar víveres; me deja pasar. Compré azúcar, café y otras cosas; llené dos alforjas. Cuando voy de regreso, en el pueblo un pareja de soldados me para, me pregunta qué llevaba, le expliqué.
Me desmontan y uno con un cuchillo pincha las alforjas y bota parte de esa mercancía; ahí empiezan a empujarme con el fusil, a decir que eso era para los rebeldes, y yo que no, y ellos me presionaban duro. Hasta llegaron a decirme que en una guásima, que había por allí, me vería muy bien. En eso se apareció un capitán del ejército, se informa de que lo que pasaba; le dice a los guardias que si tenían pruebas de que la mercancía era para los guerrilleros. Como era una suposición de ellos, el capitán me dejó seguir.
¿Qué hizo Julio Morales después del Primero de Enero?
Como al mes de la liberación vino a verme el capitán San Luis para que fuera a La Cabaña, a pasar un curso, y después me incorporara al Ejército Rebelde. No acepté, si ya la guerra había terminado, pensaba que ya todo estaba hecho. La vida me demostró que lo grande estaba por hacerse. Pero me incorporé de inmediato a la Revolución: patrullas campesinas, Campaña de Alfabetización, Limpia del Escambray y otras tareas que surgieron.
Mi otra lucha ha sido cultivar la tierra; también llevo 19 años de presidente de la cooperativa Julio Piñeiro. No me gustan los alardes ni usar las medallas que me han otorgado, vivo feliz en esta casita de tablas, porque la Revolución es una obra de sacrificio, nunca debe cogerse para aprovecharse o vivir bien; me inserté en ella para servirla y si de algo me lamento es de no haber aportado más.
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