En torno a Conversando con García Márquez sobre su amigo Fidel, un filme de Estela Bravo.
Muchos años después de que en uno naciera su vocación revolucionaria y justiciera y en otro la de contumaz fabulador, este último, ante el escrutinio de una cámara de cine, contó de dónde vino la amistad entre ambos y las razones de una lealtad a toda prueba.
Era 1996 y Estela Bravo, la reconocida documentalista norteamericana largamente afincada en Cuba, comenzaba a acopiar materiales para lo que sería uno de sus más arduos proyectos: una película sobre Fidel Castro, la cual finalmente tuvo su premiere en el 2001. Lo que pudiera aportar Gabriel García Márquez se le presentaba como una pieza imprescindible.
Al cabo del tiempo, el testimonio del novelista colombiano ha cobrado vida propia en una obra que Estela tituló Conversando con García Márquez sobre su amigo Fidel, estrenada por la Televisión Cubana en la fecha del cumpleaños 88 del líder de la Revolución cubana.
Las palabras dichas entonces por el autor de Cien años de soledad cobran una nueva dimensión a estas alturas, en tanto no solo ofrecen un perfil singular del Comandante, sino confirman la vigencia de la percepción de García Márquez sobre una de las personalidades universalmente más extraordinarias de la contemporaneidad. Esa connotación alcanza también el rango de un doble homenaje, a Fidel y al formidable escritor, fallecido este año.
Algunos pasajes del testimonio de García Márquez habían trascendido: la complicidad del escritor y su esposa Mercedes en el sorpresivo cambio de vestimenta de Fidel al asistir a una reunión de jefes de Estado en Cartagena de Indias enfundado en una guayabera y la anécdota de la larga pesquería nocturna que solo culminó cuando el Comandante pasó a liderar el número de piezas capturadas.
Un Fidel íntimo y familiar —ese Fidel “no especial” que prefería García Márquez para sí mismo— recorre la conversación y se integra de modo coherente a ese otro “muy especial”, el de la épica y el pensamiento revolucionarios. El líder político es el ser humano que se desvela una noche para dar fin a la lectura del Drácula, de Bram Stoker, se interesa por una receta de cocina, conversa en la madrugada sobre mil temas diferentes, descubre en los originales del escritor las fallas de algún detalle sobre distancias náuticas, y bromea desde el más absoluto respeto. Es un Fidel, que según García Márquez, ha hecho un tenaz ejercicio para vencer la timidez y conoce como pocos el peso de cada palabra.
El documental de Estela se enriquece mediante la inclusión de fotografías inéditas o poco conocidas y secuencias que ilustran momentos compartidos por Fidel y García Márquez, como la inauguración de la Escuela Internacional de Cine y TV de San Antonio de los Baños y un encuentro con realizadores e intelectuales asistentes al Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, y recuerdan aquella memorable ocasión en que durante un vuelo hacia la sede de la ONU se descubrió el pecho ante un periodista norteamericano para desmentir el mito del uso permanente de un chaleco antibalas y afirmar que su protección estaba en “el chaleco moral” al que nunca renunciaría.
Como anteriormente se ha dicho, en el filme Fidel se halla la génesis de la entrega que comentamos. Fue tan abundante la cosecha para llegar a la película, que en el 2009 Estela editó Anécdotas de Fidel, que ella misma consideró que el mediometraje resultante no era un nuevo documental propiamente dicho, sino parte del material que no pudo incluir en el proyecto mayor. El año pasado regaló al público otro filme excepcional, Fidel y Mandela.
Ahora al rescatar de sus originales de archivo la conversación de García Márquez sobre el Comandante, Estela Bravo vuelve a hacer una importante contribución a la memoria fílmica de quien, al decir del Nobel colombiano en una crónica titulada El Fidel Castro que yo conozco, es “un hombre de costumbres austeras e ilusiones insaciables, con una educación formal a la antigua, de palabras cautelosas y modales tenues e incapaz de concebir ninguna idea que no sea descomunal”.
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