Contra todos los pronósticos, el equipo centroamericano avanzó este domingo a los cuartos de final de Brasil 2014
Frente a su portería, no me apena pedir mil perdones. Más bien le rindo culto a Costa Rica, ese gigante que burló las leyendas, la geopolítica, los pronósticos.
Antes de Brasil 2014 me alié a quienes le consideraron un objeto decorativo en el grupo más fuerte de los ocho que se disputarían la cita carioca.
No lo hice por desprecio a los pequeños. Me dejé arrastrar, lo confieso, por el abolengo, las fanfarrias y la historia de sus tres rivales de llave. ¿Quién imaginaría que con tres campeones mundiales, uno de ellos en cuatro ocasiones, la diminuta nación centroamericana —con un lugar 13, el de Italia 90 como mejor ubicación— podría siquiera soñar con ganar un partido?
Mas los ticos, que sí se lo creyeron y con eso bastaba, apostaron a su fútbol, un fútbol esculpido por la magia de sus chicos pero, sobre todo, por el sentido colectivo de su juego; un fútbol que, sin llegar a ser hermoso, cautiva y lleva efecto fundamentalmente de la mano de un Keylor Navas, quien ya viste camiseta de héroe.
Así le entraron por el centro a Uruguay, que cuando vino a reaccionar tenía tres goles y se transfiguró en la primera de las víctimas. Así comenzó a construir la sorpresa que remató este domingo.
El mundo no podía quedar crédito a lo que luego sucedió. Italia, la vedette, caía en las redes de Taylor, el hombre-símbolo que redujo a la obediencia a todo el Mundial, y se iba a casa temprano.
¡Apoteosis universal! ¿Estarían dopados los ticos? Así lo pensó la FIFA y ordenó varios exámenes más allá de los habituales, pero el coraje, la humildad y la fuerza de carácter aún no pueden medirse en laboratorios.
No había terminado el suspenso. Con un boleto impensado en el llamado grupo de la muerte, Costa Rica remataba al último moribundo. La regia Inglaterra de Gerard y Rooney cedía en un 0-0 que recordarán mientras existan.
Para todos, menos para los propios costarricenses, ya el equipo había cumplido al pasar por segunda vez a unos octavos de final. Pero aún David no había terminado sus pleitos contra Goliat. Si se lo había propuesto, nadie lo sabe. Mas a Costa Rica, que bien pudiera llamarse el destripador de Europa (antes del Mundial le había ganado a tres selecciones del Viejo Continente), le quedaba por escribir una leyenda.
Y lo hizo este domingo, cuando en el más adverso de los partidos contra Grecia le dio al mundo una lección de dignidad futbolística y de humildad patriótica.
Cuando las piernas fallaron, emergió el corazón, que hacía falta tenerlo en el medio del pecho para aguantar estoicamente casi una hora de partido con un hombre de menos y reponerse al gol del empate, justo a los 90 minutos de partido.
Sus muchachos lucharon contra el reloj y la baja se multiplicó entre 10 o por los miles que le auparon con sus rezos, sus gritos, su mente, desde su nación de apenas 4 800 000 habitantes.
No hubo desespero sobre la grama de Brasil. Tras 120 minutos de carreras ininterrumpidas, quedaría aún la tanda penales, que por premonición o por cautela, Jorge Luis Pinto había entrenado en la previa ante los griegos.
Cinco penaltis hermosos, certeros, categóricos, espectaculares en una tanda de cobros pocas veces vista en estos Mundiales. Nadie sabe aún de dónde sacaron fuerzas estos niños para no fallar en medio de una guerra de nervios y presión. Nadie sabe aún de dónde salió aquella mano de Navas para detener el cuarto tiro de los griegos y sellar la soberbia actuación que ya había tenido en un partido, parándolo todo y de todos.
Ellos, que se creyeron en serio la osadía de desafiar y vencer, saben exactamente de dónde salió: de su sangre fría y su corazón caliente. Podrán haber crecido en las ligas europeas algunos de ellos como Ruíz o Cambell, pero lo ocurrido este domingo traspasa esas herencias y esas clases.
Podrán o no vencer a Holanda que en papeles vuelve a superarlos; pero estar por primera vez en cuartos de final y de la manera en que lo han hecho ya le dio a Costa Rica el derecho a la Copa y es, por tanto, más que la revelación, el orgullo de América.
Me rindo a los pies de estos niños, sin complejos, los mismos que ellos espantaron para exaltarse a la gloria.
Cuando al filo de las siete de la noche de este domingo vi mis venas a punto de estallar y mi corazón latir de más, respiré tranquila y me sentí, al fin, redimida de mis faltas y aplaudí la torcedura de mis vaticinios.
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