Los púgiles de la isla demostraron sobre el cuadrilátero la fuerza de la Escuela Cubana de Boxeo
Cuando los Domadores de Cuba comenzaron su bregar por un evento al que entraban por primera vez, muy pocos pensaron que meses después la pequeña isla se coronaría en la IV Liga Mundial de Boxeo.
Entre la novedad del pleito sin cabecera y sin camiseta, los cinco asaltos y las fanfarrias lumínicas y publicitarias del espectáculo, muchos pensaron que los nuestros se irían temprano a casa; también por la presencia mayoritaria de jóvenes en las filas boxísticas, no todos con la suficiente experiencia para transitar por un intenso organigrama donde la preparación física sería tan vital como el desempeño técnico.
Pero las luces no encandilaron a nuestros púgiles. Más bien encendieron sus puños para ir esculpiendo palmo a palmo el triunfo definitivo.
Hay que admitir, sin embargo, que los primeros choques fueron para Cuba una suerte de sparring donde los nuestros pasearon la distancia ante México, Polonia y Kazajistán, naciones con más rimbombancia en los nombres de sus franquicias que fuerza en sus puños y se fueron adaptando a los requerimientos de la justa.
Así enfrentaron con toda su fuerza a un Estados Unidos que se presentó, lastimosamente, con una armada inventada ya en cuartos de final con su USA Knockout.
Tampoco presentaron los rusos la batalla que se vaticinaba, aunque las semifinales ante ellos elevaron la exigencia a los nuestros en un evento que no llega a ser la carnicería del boxeo profesional, pero tampoco tan masivo como los campeonatos del mundo amateurs.
Esta Serie Mundial exigió de los atletas un alto grado de sacrificio, entrega y talento, y de los técnicos y directivos, una fina estrategia para mover las piezas con la precisión de ajedrecistas e imponer la disciplina como pilar del grupo.
Así, debieron moverse titulares y penalizar momentáneamente a dos campeones olímpicos como Rosniel Iglesias o Robeisis Ramírez; por su parte, ante la ausencia por lesión de Julio César La Cruz y el abandono del equipo de Marcos Forestal se buscaron variantes para llevar a quienes mejores condiciones mostrasen para cada salida.
Que no haya temblado la mano para sancionar en su momento a hombres de alcurnia muestra la seriedad con que trabajó la Federación Cubana de Boxeo y debe haber enseñado al resto que no habrá paños tibios ni para encumbrados.
La Serie Mundial enseñó que la bien llamada Escuela Cubana de Boxeo se renueva y cuenta con un futuro promisorio, luego de que los fracasos de la Olimpíada de Beijing 2008 y las constantes deserciones de boxeadores pusieran al buque cubano a punto del naufragio.
De la mano de los jóvenes anduvo el triunfo a lo largo de la lid y mucho más en la final, donde Cuba debió imponerse a fuerza de corazón en una sede contraria y con no pocos artimañas favorecedoras.
Pero los muchachos de Rolando Aceval, sin nada que perder y todo por ganar, tomaron Bakú. Y si Lázaro Álvarez y Yasniel Toledo no correspondieron con los pronósticos, el joven Arlen López (75 kilogramos) se vistió de grande y asumió el rol de ganador.
Tuvieron nuestros boxeadores un cierre brillante, espectacular. Julio César La Cruz sacó a flote su clase y empató en el penúltimo pleito para dejar la escena lista a un Arisnoidys Despaigne que desoyó el público para, con un cierre frenético, convencer a los jueces en un pleito de desempate donde los Azerbaijan Baku Fires se jugaban la vida misma.
Y aunque el triunfo tuvo sello colectivo, valga la mención al espirituano Yosvani Veitía, que asistió a su consagración con ocho triunfos y 1 172 puntos; Erislandy Savón, siete éxitos y 1 176; Lázaro Álvarez (1 032), La Cruz (885) e Iglesias (745).
Resultó el de Cuba un triunfo arrollador con 63 peleas a favor y 18 en contra, y eso es lo que cuenta. Por parte de la AIBA queda revisar el formato y, sobre todo, exigir por que concurran a esta serie hombres de mayor realengo que eleven el espectáculo más allá de las luces y los estridentes nombres de las franquicias.
Comentario
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