El polémico caso de dos ancianas rodantes, por demoras en la restitución de su techo dañado hace más de un año, sigue sacando chispas a la opinión pública
Antes, mucho antes de que seis familias de la cabecera provincial, agrupadas en una cuartería aledaña al Boquete del Pan, recibieran el beneficio de sus viviendas remozadas, las hermanas Dulce Amelia y Rosa Fragoso Rodríguez ya andaban lamentándose de los perjuicios que les ocasionó la obra.
Puertas y ventanas dañadas, un hueco en la pared y persistentes mojazones en días de lluvia fueron algunos de los sinsabores que terminaron el último día de agosto del 2013. Terminaron para dar paso a otros peores, porque justo entonces comenzó el peregrinar de las ancianas para facilitar, con su ausencia, la ejecución de las faenas que, en teoría, pondrían fin a sus angustias en un lapso relativamente breve.
El hecho fue descrito en la sección Cartas de los lectores, de esta publicación, el pasado 18 de octubre, donde una colega narraba la queja de las remitentes por la afectación a su cubierta al demoler una cuartería contigua. Reapareció en la edición del sábado 22 de noviembre con una noticia que hizo levantarse de sus asientos a las promoventes: los trabajos quedarían listos el martes siguiente y ellas, las víctimas de tanta dilación y de vicisitudes que pocos imaginan, estaban “conformes con la atención y la respuesta”. Encima de ello, se hablaba de una reunificación familiar que no venía al caso. Ese día los teléfonos de la Asamblea Municipal del Poder Popular se vinieron abajo y en nuestra redacción sucedió algo similar: nadie se explicaba que en la esquina de las calles Pancho Jiménez y Pan las obras estuvieran a punto de sellarse cuando permanecía enfrente el mismo montículo de gravilla de días atrás y tanto desde la morada de Dulce Amelia y Rosa como desde la de Milda Izquierdo Palacio, ambas con un techo común durante décadas, se podían ver el cielo y las estrellas.
Yoel Gallardo Silva, presidente del Gobierno en el municipio, quien rubricó el documento enviado a Escambray, invitó a este órgano de prensa a la reunión donde serían analizados los pormenores de tamaño dislate y en la que inversionistas, ejecutores, autoridades de las Direcciones Municipal y Provincial de la vivienda, entre otros asistentes, expondrían el porqué de tanta información distorsionada. “Nadie nos comunicó el cambio de fecha. ¿Acaso no se calculó el tiempo que llevaba cada acción, la disponibilidad de recursos, la presencia de fuerza calificada? Estábamos engañados con eso. Cuando se pierde la confianza en las autoridades de gobierno se ha perdido todo”, expresaba Gallardo Silva.
Un video y numerosas fotografías tomados en el lugar la tarde anterior y presentados en la cita arrojaban leña al fuego: vecinos afirmaban que hacía cinco días los constructores se habían retirado de allí y daban fe de frecuentes paradas por falta de materiales; Alfa Fragoso Chaviano, la sobrina que atiende a las ancianas en su actual y quinto alquiler (muy próximo al lugar), daba cuenta de compromisos incumplidos y subterfugios por parte de funcionarios específicos; el panorama todo de las moradas denotaba descuido, falta de seguimiento, irrespeto.
CRITERIOS ENCONTRADOS
“Esa obra nació prácticamente torcida, por indisciplinas de los propios moradores del lugar”, coincidieron en exponer representantes de la entidad constructora, la Unidad Empresarial de Base (UEB) Sancti Spíritus Centro, antes ECOA-49, perteneciente a la Empresa Construcción y Montaje Sancti Spíritus (Ecmss).
En el debate emergió una amplia gama de presuntas causas y consecuencias; entre las primeras, a juzgar por lo allí dicho, descolló la demora de Milda Izquierdo en abandonar su hogar, igualmente dañado (lo hizo el pasado 3 de septiembre), sin lo cual resultaba imposible acometer los trabajos. Andrés Viera, asesor jurídico de la Unidad Municipal Inversionista de la Vivienda, detalló aspectos relativos al emplazamiento a dicha moradora, visitada con anterioridad a comienzos de agosto, para que liberara el local; las razones para establecer una demanda al tribunal, que tendría en cuenta si había o no responsabilidad de los constructores y que finalmente, según sostuvo Vladimir Otero, director adjunto de la Ecmss, “no procedió e hicimos uso del Decreto 304, amigablemente”.
De acuerdo con lo informado por el jefe técnico productivo de la UEB Administración de Obras de la propia entidad, Gianni Oliver Valdivia, no fue hasta octubre que se incorporaron al lugar, pero en dos oportunidades — a comienzos de noviembre— solicitaron el cierre de la calle para montar las viguetas, sin conseguirlo. Luego mencionó la segunda aparente causa del descalabro: a la hora del montaje faltaban cinco de las citadas piezas que no aparecían en el proyecto y fue preciso paralizar las acciones.
El recuento podría aderezarse con disímiles “poquitos”: movimiento de los constructores hacia otras obras al correrse el programa de ejecución, la indicación de un funcionario “fantasma” a Alfa Fragoso para que tumbara el techo, sin que mediara aclaración de responsabilidad o nombre alguno; la fabricación de las viguetas ausentes, que también requería tiempo; el cruce de brazos ante la falta de materiales, la queja por una obstrucción de alcantarillado presumiblemente aparejada a las labores en la cuartería… De lo que menos se habló fue de ciertos ¿cabos sueltos?, como el origen del problema en sí y el porqué entre un septiembre y otro no se procuró, en serio, la liberación del inmueble cuando ya las principales dolientes lo habían abandonado.
EN LA CONCRETA
Ajenas a muchos de estos pormenores, Dulce Amelia y Rosa, de 81 y 91 años, respectivamente, deshojan las páginas de lo que bien pudiera constituir el diario de una horrible pesadilla. “Son 81 años trabaja’ os”, dice la primera, mientras se ahoga en un sollozo que poco a poco se convierte en llanto. Habla de aquellos tiempos en que se echaba sacos al hombro, chapeaba, guataqueaba y regaba las plantaciones de viandas y vegetales en Cultivos Varios Sancti Spíritus. “Del roce de las botas plásticas provienen las úlceras incurables en mis piernas”, detalla.
Rosa, en tanto, narra sus vivencias en el Plan Especial Banao, una experiencia apadrinada por Fidel que la marcó para siempre.
Tras el recuento de sus vidas, ambas emprenden el balance de gestiones, peloteos, esperas y angustias. En el caso de Dulce —dicen—, fue preciso llevarla a un salón quirúrgico debido a un dolor que, después se supo, estuvo ocasionado por el estrés. En estos casi 15 meses de existencia nómada se impuso separarse en ocasiones y desangrarse siempre en alquileres, con el apoyo de las sobrinas que ayudaron a criar, a falta de hijos propios. Algunos de los inmuebles no reunían las condiciones mínimas de higiene y albergaban riesgos a su integridad física; en Guasimal llegaron a convivir en una recría de terneros prestada por un pariente. “Y ahora alguien inventa cosas que no debe, pero ya se limpió…”, refunfuña Rosa.
“Le voy a decir la verdad: si aquí se hace una buena programación esto no dura un mes de trabajo, con los recursos que lleva, pero imagínese, mire cuánta gente estamos…aquellos dos allá arriba y yo abajo. Debería haber más”, apuntaba Félix Castillo, jefe de la obra, la mañana del viernes 28 de noviembre, a dos días de la reunión gubernamental. Acometían el cierre con ladrillos de los espacios entre viguetas. Después —explicaba — colocarían las tabletas de hormigón, a las que se les echaría “un mezclón o atezado”, luego desplegarían el papel de techo y encima de él, las tejas criollas. “Esto puede quedar muy bueno, el secreto es hacer las cosas con conciencia”, afirmaba.
¿Qué otros factores han influido en la demora, además de la falta de las viguetas?, se dice que han estado carentes de materiales…
“Sí, cómo no, nos han faltado materiales, recursos, pero, honestamente, aquí ha influido una serie de cosas que no están al nivel mío ni me corresponde decirlas.
¿Ha faltado apoyo?
«Completamente».
“Eso lo puedo corroborar yo, porque vivo ahí enfrente — interviene Rafael Morell Montiel, vecino de la calle Pancho Jiménez, quien nos había guiado por el vericueto de casas y puertas—. Si aquí hubieran traído todo lo que hace falta…, pero es una limosnita hoy, una limosnita mañana, y yo tengo un defecto, que es decir la verdad: es un abuso lo que tienen con estas pobres viejas, que han pagado 300, 400 y hasta 500 pesos mensuales de alquiler y lo que reciben de jubilación no les alcanza. Esto estaba un poquito malito, pero la cuartería fue lo que afectó bastante”.
PAN CALIENTE
Aunque nadie se ha pronunciado por indemnizar a las ancianas, cabe suponer que ante una demanda de ellas a la entidad constructora esta debería desembolsar una suma de dinero respetable, nunca suficiente para compensar los perjuicios ocasionados.
En tanto, como en el efecto dominó, siguen apareciendo daños colaterales. En visita posterior para precisar detalles, Escambray accedió a la vivienda de Paula Miriam León en Pancho Jiménez No. 78, la última de la cuartería en entregarse. En un borde del techo, en la cocina, un pequeño agujero deja entrever la claridad del día. “Hay otra familia afectada por allá atrás, pero ellos no han formulado queja”, comenta Paula.
Un joven presente en la sala aborda a la reportera con humildad evidente. Vive al lado. Aunque no lleva sus apellidos, sus facciones denotan la consanguinidad con Gerardo Echemendía Madrigal (Serapio, el inolvidable maraquero del Coro de Clave). Sucede que los escombros generados en la cubierta de Milda reposan sobre la placa de la casita marcada con el número 78 B, en la propia esquina, donde tenía el refugio su tío abuelo. “También hay un tanque de agua que cuando se desborda lo que se filtra por ahí es mucho. Ya lo comuniqué, me dicen que sin la propiedad no puedo hacer nada…”. En la morada del fallecido músico los ojos descubren un nuevo argumento para confirmar la frase que se le escapara al fotógrafo al término del diálogo con las ancianas: “Esto es pan caliente pa’ cualquier periodista”.
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