Aunque el gobierno local ha intentado poner orden al Centro Histórico, las medidas se estrellan contra las habituales puertas abiertas a la impunidad
Reordenan centro histórico espirituano
Que los ajos o las papas no anden pregonándose al borde del parque Serafín Sánchez; que las carretillas ambulantes tampoco se estacionen en céntricas calles; que ningún vendedor expenda dulces, panes con jamón o pasteles a las orillas de las escuelas o los hospitales; que ni las mesas llenas de artesanías pueblen los portales del bulevar… es una prohibición gubernamental; pero Sancti Spíritus sigue siendo un bazar al aire libre.
Desde el primero de noviembre pasado, cuando entró en vigor esa especie de ordenanza moderna: Reglamento para el funcionamiento de las unidades, vecinos y transeúntes en el área del parque Serafín Sánchez y el bulevar de la ciudad de Sancti Spíritus —emitida por el Consejo de la Administración Municipal de este territorio—, el Centro Histórico espirituano debió comenzar a parecerse más a un templo que a una feria.
Y no lo digo en sentido peyorativo alguno —líbreme Dios—, sino por el sosiego y el orden que debían imperar y han terminado concretándose únicamente en la mencionada regulación. Hace dos meses atrás Escambray se hacía eco de unas pretensiones que ya tenían el estatus de ley: los portales públicos dejarían de ser puntos de venta y exhibición de artículos por cuenta propia; los vecinos del bulevar solo podrían limpiar determinados días y en determinados horarios; ningún vendedor ambulante plantaría quiosco en parques, plazas y en avenidas complejas en cuanto a circulación vial se refiere; las letras de los carteles también tendrían normas; a partir de los jueves las instituciones gastronómicas y culturales enclavadas en el bulevar abrirían hasta pasada la medianoche…
Dos meses atrás, con tales disposiciones enfrente, a Escambray ya le asaltaban no pocas sospechas: ¿se acatará obedientemente lo legislado? ¿Se dispondrá de nuevos locales para el trabajo por cuenta propia o habrá suficientes viviendas como para que los particulares se muden del portal a la sala? ¿Se disparará el número de inspectores?
Lo único que se sigue cumpliendo al pie de la letra hasta hoy son el stop de los triciclos con las patas de cebollas colgándoles, las yucas en la pesa, los tomates… allá por la calle 5ta. —y en otras arterias donde también se prohibía la venta, incluso, momentánea—; los alaridos de “Ven, tu pan con jamón aquí”; “La malta, la malta” y hasta “Tirantes de ajustadores” en las narices mismas del Hospital Provincial o los apagones culturales y gastronómicos de una ciudad de instituciones a puertas cerradas mucho antes de la medianoche.
Nadie puede impedir el mercadeo, se sabe, y menos ahora que se le suelta las riendas al trabajo por cuenta propia; pero ello tampoco podría traducirse en dejar que tome sin orden ni concierto cada rincón de la ciudad. Para eso deberían existir espacios, ¿los hay?
El bulevar, desde siempre, ha sido un área comercial que no quiere decirse que sea una fila de muñecos de yeso y de flores artificiales de una punta a la otra. Allí es donde únicamente, quizás, se han sentido más las nuevas restricciones; pero, en honor a la objetividad debo decirlo: prefería ver, de vez en vez, aquellas mesas artesanales tendidas en el medio de ese espinazo de granito que tener que bucear en los reducidos espacios de un paso de escalera para comprar unos aretes, como quien anda en algo prohibido. Eso también da imagen de cuchitril que es casi tan desagradable como el rostro del desorden. Y peor que eso incluso es el embotellamiento de carretillas en cualquier esquina que da esa sensación de aldea, de un agromercado por doquier.
Aplaudo con manos y pies todo lo que huela a ordenamiento, porque la ciudad, para verdaderamente serlo, no puede ser un sitio sin arbitrio alguno. Mas, lo estipulado en papeles difícilmente se acata en las calles si no hay una legión de inspectores y de organismos preocupados y ocupados por velar que las normas se cumplan, si los mismos transeúntes siguen botando desperdicios cestos afuera —que es también una agresión al entorno— y no pasa nada o si tampoco existen lugares idóneos para satisfacer la demanda de patentes sin dañar la armonía del pueblo. A la postre, tales desaciertos lo que acarrean es una sonrisa cómplice cuanto menos, o el irrespeto, cuanto más.
Sancti Spíritus tampoco es un pueblo totalmente patas arriba, lo reconozco. Pero lo que ha venido sucediendo hasta nuestros días es culpa de la permisividad o de esa maldita costumbre de abrir puertas a la impunidad y luego, de un día para otro, querer cerrarlas a cal y canto sin que funcionen todas las cerraduras. Con tantos cerrojos y seguimos en la calle y sin llavín.
darle seguimiento, es lo mejor de este trabajo de Dayamis, y si ella no estuviera porque pasa a otras funciones, la que que sustituya, se ocupe de revisar lo que ha publicado el periodico en los ultimos meses y seguir y seguir, dentro de un mes, volver a la calle para ver que esta pasando.