Quienes ven ese polvillo finísimo incrustado en los contenes de las aceras pueden creer, únicamente si están en trance, que se trata de paja de arroz. Quienes lo sufren puertas adentro, luego de sentir el repique de las herraduras en la calle y ver las pilas hediondas apostadas en cualquier esquina, no se confunden: es caca de caballos disecada —por decirlo elegantemente—.
En Sancti Spíritus el estiércol de los equinos tiene la rienda suelta. Y no es solo porque los animales aún no hayan aprendido a contenerse de hacer sus necesidades en plena vía, ni porque los cocheros anden con los sacos rebosantes de heces al trote y dejando huella; se debe también a que, al parecer, nadie —ni los organismos estatales— se hace cargo de los desechos ajenos.
Baste apenas un dato: los más de 1 000 cocheros que existen en la provincia —según el registro de la Oficina Nacional de Atención Tributaria— solo cuentan con un estercolero legal para botar los desperdicios, situado en la Terminal de Ómnibus Provincial en la cabecera espirituana; en los municipios, a falta de estos hay otros: calles, cunetas y, en el mejor de los casos, campo traviesa.
Tal carencia implica, al menos en la capital de la provincia, que los caballos que cabalgan desde la Unidad Militar hasta la Terminal, por ejemplo, tendrían que aguantar hasta la última parada para defecar o, en caso de incontinencia, los cocheros deben andar con los colectores llenos hasta allí.
Con el pie en el estribo, en la piquera del Parque de la Caridad —donde, por cierto, la vía hiede como un baño ferroviario— uno de los jinetes de ese medio de transporte reveló a Escambray: “Te exigen que tienes que andar con el saco limpio porque si no te pegan una multa de 150 a 200 pesos. A veces hay que sacudirlo tres o cuatro veces, depende de lo que cague el caballo, y si no tengo dónde botarlo… ¿qué hago con eso, me lo como?”.
Aunque los especialistas atestiguan las propiedades orgánicas de los excrementos equinos, pocos canteros del territorio se han beneficiado con este abono. Pudiera dar fe de ello la hilera que se desborda muros afuera del estercolero de la Terminal y donde hoy crecen los más disímiles hongos.
“Yo lo voy acumulando ahí en las orillas —sostiene escoba en mano Santiago Hernández Perdomo, quien todos los días limpia aquella piquera—. Aquí hace como dos meses que no recogen los organopónicos, que son los únicos que vienen. Me parece que a esto nadie le está tirando”.
Y no se equivoca. La Agricultura Urbana prefiere el compost que le descargan en las puertas de sus establecimientos y Servicios Comunales alega que sus camiones no cargan ese tipo de desperdicio.
“Comunales no recoge desechos sólidos de los cocheros, esa responsabilidad es de ellos que son los que lo generan —afirma Mayelín Borrego Concepción, subdirectora de esa entidad—. Los cocheros siguen depositando en las calles los excrementos y eso afecta el trabajo de los barrenderos, porque limpiar tales basuras no está en su contenido de trabajo y lo hacen. Por eso tienen que velar los inspectores”.
En leyes, todo un ejército de inspección debe andar poniéndoles freno a estas y otras indisciplinas. En las calles, los inspectores de la Dirección Provincial Integral de Supervisión —a tenor con el Decreto-Ley No. 272— han impuesto más de 6 800 multas a los cocheros debido a las afectaciones a la higiene comunal; y los inspectores estatales de tráfico solo han suspendido, en lo que va de año, una licencia operativa por deficiencias con el recolector.
Que quede claro: los cocheros no son inocentes. Los sacos tienen que estar sanos y, sin embargo, los colectores muchas veces parecen heridos de balas; deben andar limpios —o lo más vacíos posible— y siguen dejando rastro por doquier; y la falta de depósito tampoco es excusa para que muchos confundan las ciudades con un potrero.
Por los perjuicios a la salud, dado el inevitable flujo de vectores que acarrean tales desechos, no debiera dársele riendas al desentendimiento. Conscientes están las autoridades gubernamentales; mas, hasta hoy las soluciones padecen de no pocas orfandades.
“Si no hay quién los recoja no se pueden construir más estercoleros —aduce Isidoro Rodríguez González, vicepresidente del Consejo de la Administración Provincial—. Hay que organizar un mecanismo para que alguien se encargue de recoger esos desperdicios y aprovecharlos, porque lo que es un problema puede ser de utilidad”.
Mientras tanto en cualquier calle de cualquier territorio espirituano hay que andar en zigzag. Me resisto a creer que ponerles freno a las heces equinas sea tan imposible como pretender que los cocheros les compren pampers a los caballos o que los animales adquieran esa capacidad humana de avisar ante apuros fisiológicos. A lo mejor es que me equivoco y tal vertimiento en la vía deviene una novel alternativa para abonar las calles. Lo que sí no ayuda es esa sensación de estar escuchando el eco de aquella frase popular: “Ahí te queda tu…, gallego”.
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