La del 20 de diciembre de 1958 en Sancti Spíritus fue una noche de sobresaltos que dio paso a una madrugada gélida, en la que los moradores, al escuchar los tiros ya en las primeras horas del 21, confirmaron sus expectativas de que algo “grande” estaba por ocurrir, sensación que se les acrecentó al conocer de la toma de Fomento, la tarde del 18, por las tropas rebeldes.
Durante varias jornadas se habían ido concentrando en el cuartel de la localidad los soldados que cubrían algunas pequeñas guarniciones en comunidades del nordeste y el sur espirituanos.
Estos puntos no tardaron en caer en manos de los rebeldes, o fueron librados mediante combate, como Guasimal y Tunas de Zaza.
Según Maurilio Martínez Figueroa, entonces combatiente clandestino, “en aquellos días no se hablaba de otra cosa que del auge que había tomado la lucha guerrillera y cuando entran los rebeldes aquello fue tremendo. La gente tenía una fiebre de libertad irresistible”.
LA LIBERACIÓN TOCA A LAS PUERTAS
En la noche del 20 de diciembre se hizo un primer intento de liberar la ciudad. Bajo una luna esplendente, las tropas del capitán Erasmo Rodríguez —nombre de guerra del luchador proletario Armando Acosta Cordero— penetraron por el puente del Balneario y se reunieron con ciudadanos en la parte vieja de la villa.
A esos 46 hombres del Pelotón No. 6 del Movimiento 26 de Julio se les sumaron los del Comando Juan Pedro Carbó Serviá, del Directorio Revolucionario 13 de Marzo, que entraron casi simultáneamente por el llamado Camino de La Habana bajo el mando del Comandante Julio Pérez Castillo.
Distribuida en tres pelotones, la tropa de Erasmo inició el avance en dirección a la Colonia Española y la Iglesia Mayor, donde según informes, había soldados y policías enemigos, datos que resultaron falsos. Conscientes de lo que significaba perder Sancti Spíritus, avionetas ametrallaron la periferia y la parte antigua de la ciudad.
A continuación, los rebeldes empezaron su avance por la calle Independencia y tirotearon la Jefatura de Policía. El propio día 21, un pelotón rebelde se dirigió al puente de hierro, en la Carretera Central sobre el río Tuinucú, para intentar derribarlo, pero los soldados se lo impidieron. Al día siguiente, ya sin protección, el puente fue dañado, pero —por falta de oxígeno y acetileno— no se pudo echar abajo.
Después de un primer intento fallido el 21, fuerzas del 26 de Julio y del Directorio Revolucionario 13 de Marzo asaltaron y tomaron la Cárcel la noche del 22 y dejaron en libertad a los presos políticos.
Ahora los combatientes suman miles con la incorporación del pueblo espirituano. El luchador clandestino Sergio Martínez Toyos —ya fallecido— aportó a Escambray su testimonio: “Con un entusiasmo increíble la gente cavó trincheras e hizo barricadas en las direcciones por donde podría llegar un posible contraataque del Ejército que, por fortuna, nunca se produjo. Había una disposición y un ánimo tremendos… En aquel momento el pueblo era capaz de cualquier hazaña”.
CONTRA LA FERIA Y EL CUARTEL
Para entonces ya la ciudad estaba en manos de los rebeldes y solo faltaba rendir a los soldados concentrados en el cuartel, llamado Escuadrón 38 del Ejército de la tiranía. Se decide a la sazón incendiar las naves de la Feria de Sancti Spíritus, porque según referencias, allí estaban apostados más de 240 “casquitos”.
Ramón Meneses y Rigoberto Álvarez le proponen al Capitán Erasmo Rodríguez cruzar la cerca de la instalación y prenderle fuego a las naves, que arderían sin falta debido a su cobija de guano. El jefe rebelde autoriza la acción y ellos la ejecutan, pero los guardias se habían retirado del lugar. Aun así, el incendio en las instalaciones aledañas, aterrorizó a los sitiados en la fortaleza enemiga.
A través de un juez de apellido Mendigutía se habló con el jefe de la guarnición militar y se le intimó a que la rindiera. Este pidió una tregua hasta las tres de la tarde del 23 de diciembre, antes de dar su respuesta. Para vigilar a los sitiados ocupó posiciones frente al recinto un contingente al mando del primer teniente Denis Antúnez. Entretanto, grupos de alzados recorrían la ciudad y daban mítines preparando al pueblo para la ya cercana hora de la victoria.
Pero, poco antes de concluir el plazo de gracia, la aviación del régimen comenzó a ametrallar las posiciones rebeldes, momento que aprovechó la guarnición de cerca de 400 soldados para escapar por la Carretera Central rumbo a Jatibonico.
ESTALLA LA EMOCIÓN CONTENIDA
Como chispazos de luz iluminan el recuerdo de los testigos presenciales aquellos instantes irrepetibles de la victoria. El fotógrafo jubilado Elio Marín sintetiza: “Aquí había una alegría inmensa, el pueblo desbordado en las calles y, en medio del jolgorio, la reacción violenta contra todo lo que le recordara los días terribles pasados bajo aquel régimen”.
Para la ama de casa Carmen Rodríguez Pérez solo hubo un momento equiparable, y fue el 31 de diciembre de 1958, cuando, “pasadas las doce de la noche, se corrió la noticia de que se había ido Batista. La alegría fue enorme, la gente salía para la calle a darle vivas a la Revolución. Las fachadas de las casas se llenaron de banderas cubanas y del 26 de julio. ¿Cómo no me voy a acordar, si aquello fue lo más grande del mundo?”.
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