Félix Báez, el médico cubano que se enfrentó al ébola con resolución de mártir, aseguró que regresaría a Sierra Leona para terminar la cruzada que había empezado
Solo cuando vi bajar del avión a Félix Báez Sarría, vivito, coleando y sin el traje de cosmonauta que lo aislaba del mundo; solo cuando la noticia de que estaba de alta y en camino hacia la isla aterrizó también por la terminal 3 del Aeropuerto Internacional José Martí, de La Habana; entonces y solo entonces logré zafar el nudo que me atascaba la garganta desde que en la mañana del 19 de noviembre un locutor atribulado leyó la nota del Ministerio de Salud Pública frente al estupor de Cuba: uno de nuestros médicos en África Occidental había dado positivo a las pruebas del ébola.
De sobresalto en sobresalto le había seguido la pista: desde que se encontraba en estado crítico y la prensa apenas decía eso: “estado crítico”; cuando comenzó a dar muestras de mejoría, a comer por sí mismo, a esperanzar al equipo de especialistas —unos 50— que lo atendían a tiempo completo; hasta que los últimos reportes del Hospital Universitario de Ginebra, Suiza, confirmaron su cura definitiva.
“Sus fluidos corporales ya están libres del virus”, certificaron tan rotundamente que no me atrevo a dudarlo, aun cuando recuerde haber leído en alguna parte que el ébola permanece en el semen de los hombres infectados hasta tres meses después de haberse restablecido. O son meras elucubraciones sensacionalistas de los medios, o tienen un fundamento científico que —me atrevo a asegurarlo— ya los expertos cubanos han valorado para no sumar nuevos síntomas al cuadro epidemiológico nacional.
De lo que sintió cuando la fiebre comenzó a invadirle el cuerpo, los dolores saltaron de los manuales hasta hacerse tangibles y su sistema inmunológico intentó repeler el virus podrá dar fe ahora, una vez libre de las cámaras herméticas, de los períodos de cuarentena y hasta de aquellas pérdidas momentáneas de conciencia, acaso los únicos instantes en que dudó.
“Siempre supe que iba a salir de esta”, ha confesado frente a las cámaras a su llegada a Cuba, y yo lo miro del lado allá de la pantalla, tan ecuánime, tan sereno, con la voz entrecortada de quien no sabe cómo lidiar con una notoriedad que no pidió.
Lo miro y me pregunto cómo pudo estar tan seguro; qué armas de héroe moderno esgrimió para recomponerse de a poco, lejos de casa y de sus compañeros de oficio; cómo consiguió sortear el maremágnum que le sobrevino y que el doctor Jorge Pérez, director del IPK y testigo de su recuperación en Ginebra, calificó como el Niágara en bicicleta, una frase que más bien pareciera esgrimida para aliviar la gravedad de la situación.
Pero no es esa frase sino el largo abrazo a su esposa, a su hijo mayor y a los funcionarios que lo recibieron en el aeropuerto lo que viene a apaciguar los nervios crispados de un país que, como yo, esperaba con devoción casi religiosa los partes médicos del Hospital Universitario de Ginebra o las notas del Ministerio de Salud Pública; que los perseguía y se quedaba con hambre de información, no al punto del morbo con que fue abordado en los medios el aislamiento de la sanitaria española Teresa Romero, pero definitivamente más que los escuetos párrafos que el noticiero colocaba de tercer o cuarto titular. Será que, al menos a mí, nada me interesó tanto desde el 19 de noviembre hasta el sol de hoy.
Por la determinación con que él mismo lo ha afirmado, no dudaría que la próxima noticia sobre el galeno cubano Félix Báez Sarría sea la de su viaje de vuelta hacia África Occidental, un paraje olvidado que comienza a pesar sobre la conciencia del mundo únicamente por sus recientes estadísticas de mortalidad: más de 6 000 fallecidos por ébola en poco más de un año.
“Yo termino lo que empecé”, ha dicho y se lo creo, deslumbrada como estoy con un hombre que se plantó frente al virus con resolución de mártir y, desde entonces, no ha dejado de conmoverme.
Periodista la felicito ha escrito tremenda crónica, muy bien elaborada, donde relata lo que usted sintió y siente de ese momento memorable para toda Cuba y para la historia de la medicina de nuestro país. Yo también le creo lo que anunció, hombres como él hacen historia y Revolución. Mis congratulaciones Giselle