Palabras de René González Barrios, presidente del Instituto de Historia de Cuba, a propósito del cumpleaños 500 de Sancti Spíritus .
Destacan aporte de Sancti Spíritus a la historia de Cuba
Homenaje de los artistas espirituanos a la cuarta villa de Cuba (+ fotos)
(Por: René González Barrios, Presidente del Instituto de Historia de Cuba)
Era el 29 de diciembre de 1895. La noche antes, la columna invasora a las órdenes de los generales Máximo Gómez y Antonio Maceo arribaba a las cercanías del poblado de Calimete, al sureste de la provincia de Matanzas. La exploración detectó al enemigo, inferior en número —alrededor de 850 hombres—, pero muy superior en poder de fuego. Los cubanos, más de 4 000; la cuarta parte, desarmados.
Alrededor de las siete de la mañana los españoles rompen el fuego y, poco a poco, se desencadenó el arrebato. Sin conocer la valía de los jefes cubanos que enfrentaba, el jefe español de aquella fuerza decidió marcar su impronta y vender caro el resultado de aquel combate que Gómez y Maceo no deseaban, pues el objetivo principal era pasar a occidente.
La infantería española, retadora, dio la cara a la caballería cubana. Caló bayonetas y recibió la brutal embestida. Un general mambí, frenético, cargaba al frente. Chocaron con el cuadro. Caballos y hombres se confundieron en un amasijo de carnes ensangrentadas. El arma blanca cumplió su labor. Los españoles se repusieron al fuerte impacto y los cubanos se retiraron para reorganizarse.
De nuevo el cuadro español se alistó para resistir y la caballería cubana para atacar. El general mambí, maestro de profesión, normalmente apacible y calmo como todo un caballero, parecía un león herido y fiero. Rojo de ira, erguido sobre su caballo, levantó el machete y ordenó la segunda carga. Nuevamente el choque, más brusco y violento que el primero. Se peleó con desespero y bravura, pero los cubanos no lograron su cometido.
Empecinado, el general no cejó en el intento; reagrupó a sus endemoniados y maltrechos jinetes para emprender la nueva arremetida. Solo la presencia del general Máximo Gómez en el lugar para persuadirlo evitó su muerte inútil. Aquel valiente había nacido en la ciudad de Sancti Spíritus el 2 de julio de 1846; era Serafín Sánchez Valdivia.
El espíritu indomable y batallador del noble héroe no fue excepción entre los hijos de estas tierras a lo largo de la historia.
Fundada el 4 de junio de 1514, no lejos de su actual emplazamiento, la villa emergió como uno de los principales centros económicos, políticos y administrativos de la Cuba colonial. Enclavada estratégicamente en el centro de la isla, fue levantada por el trabajo de explotadas manos aborígenes. Bajo la espada y el fuete español se trazaron los cimientos de una ciudad que se convertiría en el eje de una rica zona ganadera.
Aquel desarrollo iba aparejado de la despiadada explotación negrera. Esclavos arrancados de las entrañas de África e, incluso, peones chinos fueron el sostén del desarrollo azucarero, sobre todo, en el valle de Trinidad.
De hecho, la bella y sureña ciudad creció casi hermanada a Sancti Spíritus, pues ante los embates de corsarios y piratas, más de una vez sus habitantes argumentaron su intención de refundirse con la villa espirituana. Así propusieron en 1532. Cuentan cronistas de la época, que para 1544 Trinidad se encontraba casi despoblada por el éxodo de sus pobladores a la villa del Espíritu Santo.
Por fortuna para la historia de nuestro país, arqueólogos espirituanos trabajaron en la búsqueda del primer asentamiento y todo indica haberlo hallado en un sitio de la margen izquierda del arroyo Pueblo Viejo, a unos 6 kilómetros y medios de esta ciudad. El singular hallazgo constituye uno de los principales descubrimientos arqueológicos de la historia de Cuba y augura un peregrinar solemne a las raíces, la identidad y la cultura de los espirituanos.
El 12 de mayo de 1867 la Reina de España concedió a la villa el título de ciudad. Apenas un año después comenzaría en Cuba la gesta independentista. Patriotas liderados por el médico y maestro Honorato del CastilloCancio lanzaron retadores el guante a España. En el caso espirituano destaca, como en pocos lugares de la isla, la presencia en los inicios de la guerra de un nutrido contingente de extranjeros residentes en el territorio que tomaron parte en la conspiración y fueron de los primeros en el levantamiento.
El venezolano Salomé Hernández, por ejemplo, era nombrado el 6 de febrero de 1869 jefe de las fuerzas espirituanas, con las que en muy poco tiempo desarrolló una intensa campaña contra las tropas españolas. Era mayor general cuando murió, a consecuencia de fiebres, en diciembre de 1871 cerca de Santiago de Cuba.
Lo secundaba el gallego Francisco Villamil, quien junto al polaco Carlos Roloff escribiera sus primeras páginas de gloria en la jurisdicción espirituana en los días iniciales de la guerra en 1869. Ambos ostentarían el grado de mayor general del Ejército Libertador. Villamil falleció en agosto de 1873 a consecuencia de heridas de guerra. Roloff, modesto y austero, se convertiría en un símbolo de la solidaridad y un incansable batallador por nuestra independencia en las tres guerras.
Cristóbal Acosta, venezolano y maestro del colegio El Salvador de José de la Luz y Caballero, devenido general mambí y jefe de la caballería camagüeyana, tuvo también mando en Sancti Spíritus en septiembre de 1869.
El alemán y oficial de la reserva del Ejército Prusiano, Otto Schmidt, desde mediados de 1868 se encontraba entre los principales conspiradores villareños. Como coronel mambí, secundó a Federico Fernández Cavada en el levantamiento de Trinidad, el 9 de febrero de 1869, fungiendo como instructor del Ejército Libertador durante los primeros momentos de la guerra. Sus tropas eran ejemplo vivo de disciplina.
Una céntrica calle de esta ciudad lleva el nombre de Diego Dorado, andaluz que aquí residía y uno de los jefes del levantamiento. Su vida insurrecta fue una leyenda. Para sus contemporáneos era Don Diego, el jefe del escuadrón de Caballería de la División espirituana. Murió de un balazo mientras combatía en la acción de Las Varas, cerca de Trinidad, el 5 de enero de 1872, el mismo día en que fue ascendido al grado de coronel.
Fue esta la tierra que vio pelear como bravo al angolano Lino Amézaga, Quirino para sus compañeros de lucha, el soldado que Serafín Sánchez enseñara a leer y a escribir en plena manigua durante la guerra de los Diez Años y que, simbólicamente, acompaña a Serafín en la obra monumental que enaltece la Plaza de la Revolución de esta ciudad.
En Sancti Spíritus mandaron también los hermanos Cavada, Federico y Adolfo, combatientes de la Guerra de Secesión y convencidos y radicales antiesclavistas caídos como mayores generales en el fragor de la guerra grande.
Aquí fue fusilado por España el 15 de julio de 1871 el general bayamés Francisco León Tamayo Viedman, veterano de la guerra en México contra el imperio francés de Maximiliano de Austria. A su lado caía abatido su ayudante espirituano Francisco Álvarez Cruz.
Sancti Spíritus fue, además, la última jurisdicción de Cuba en detener las acciones militares contra España durante la guerra de los Diez Años. Los hombres que junto al santaclareño Ramón Leocadio Bonachea protestaron en Hornos de Cal, el 15 de abril de 1879, no reconocieron el Zanjón y marcharon al exilio en son de guerra, con la promesa explícita de regresar a combatir por la independencia. No en vano nuestro José Martí, al referirse a Bonachea y sus hombres, reflexionaba: “El hombre de Hornos de Cal no tiene igual entre los que protestan de la paz. Con menos recursos que Maceo, menos prestigio, menos ascendiente, persistió por más tiempo, en el gesto supremo y no arrojó nunca un ápice de sombra sobre aquella página que no cede ni ante la hazaña estupenda de Baraguá”.
El 9 de noviembre de 1879 se alzó en la región de Sancti Spíritus el general Serafín Sánchez para dar inicio a la Guerra Chiquita en Las Villas y mantener latente la llama de la libertad.
Esta ciudad fue cuna de tres mayores generales, un general de división y siete generales de brigada del Ejército Libertador; excepcional privilegio del que gozan pocas localidades del país. Fue cuna también de jóvenes excepcionales, pues en los potreros de La Reforma, en plena manigua redentora, nació Panchito Gómez Toro el 11 de marzo de 1876 y en esta plaza en 1868, el joven César Salas Zamora, uno de los hombres de Playitas de Cajobabo, junto a Gómez y Martí.
Fue esta tierra de mujeres patriotas como la capitana Trinidad Lagomasino Álvarez, nacida en esta ciudad y que con el seudónimo de La Solitaria cumpliera, en el mayor silencio, innumerables misiones del General en Jefe a todo lo largo de la isla hasta ser descubierta, cuando se vio obligada a ingresar en las filas del Ejército Libertador.
De esta ciudad es oriunda también Isabel María de Valdivía, la ilustre heroína madre de Serafín y Tello, que se fue a la guerra con nueve de sus 10 hijos adultos para ayudarlos a hacer Patria.
Como colofón a los 30 años de cruenta guerra por nuestra independencia, muy cerca de aquí, en el poblado de Arroyo Blanco, el 27 de julio de 1898 tuvo lugar uno de los últimos combates de la guerra de Cuba.
A tal historia de gloria combativa se unen las de los obreros y campesinos a lo largo de la república neocolonial, en todas las luchas reivindicativas de sus derechos, incluidos los que se unieron al Ejército Rebelde o combatieron en la clandestinidad al Ejército del tirano Fulgencio Batista. Decisivo fue el apoyo espirituano al Comandante Ernesto Guevara en el Escambray y a Camilo Cienfuegos en Yaguajay, para que este lograra una de las victorias decisivas de la guerra de liberación.
Al triunfo de la Revolución, la región espirituana sufrió directamente los impactos de la guerra impuesta por el imperialismo norteamericano y sus lacayos a nuestro pueblo en el Escambray. Hijos de esta ciudad se sumaron a las milicias y a la lucha contra bandidos y combatieron en Girón, mientras que otros subían las montañas para llevar la luz de la sabiduría como alfabetizadores.
Aquellos años de entusiasmo febril y luchas gloriosas sirven de estímulo a las nuevas generaciones de espirituanos. Sorprende profundamente la revolución emprendida para arribar a esta gran fiesta de pueblo por los 500 años de vida, con una ciudad pulcra, reluciente y revitalizada. La fecha ha sido solo el pretexto para reafirmar la identidad y el orgullo pleno de ser cubanos de Sancti Spíritus.
Los hijos de esta ciudad y de esta provincia han engalanado la villa del Yayabo o de la guayabera, como ya es conocida en el mundo, para marcar con esta celebración el renacer de una nueva vida, en la que los jóvenes tomarán inexorablemente las banderas legadas por generaciones de combatientes y patriotas, para construir un futuro sólido, donde impere como guía el placer del sacrifico y la dignidad plena del hombre.
El festejo es un rayo de energía para emprender proyectos futuros, un estímulo a la creación y al desarrollo. Cada meta cumplida en este empeño no es más que la obligación de conservarla y superarla con creatividad y constancia.
En el amor a los valores identitarios está la clave del desarrollo integral y sustentable de la ciudad y la región, y de supervivencia del proyecto mayor que es la Revolución Cubana, en cuya defensa hoy las armas más potentes son la educación, las ideas y la cultura.
Espirituanos, en esta efervescencia de Patria y Revolución, de alegría por años de construcción de un presente de dignidad y plenitud, repitamos la frase inmortal e inspiradora del Glorioso héroe del Paso de Las Damas, cuando herido de muerte expresó: “Que siga la marcha”.
*Presidente del Instituto de Historia de Cuba
Comentario
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