Venido al mundo el 14 de junio de 1928, Ernesto Guevara fue un niño excepcional entre los de su edad, nacionalidad y clase social.
La imagen del niño inquieto y simpático cabalgando a los cuatro años en una perra enorme y dócil, y luego a los cinco en un burrito cordobés, difícilmente habría podido sugerir que se estaba en presencia de quien llegaría a ser mítico combatiente por la libertad y símbolo planetario de la juventud progresista.
El nacimiento de Ernestito el 14 de junio de 1928 en la ciudad de Rosario, en la provincia de Santa Fe, constituyó una casualidad pura y simple. El parto se le presentó a Celia de la Serna cuando se dirigían de la hacienda yerbatera de don Ernesto Guevara Lynch, su esposo, en Caraguatay, provincia de Misiones, en un vapor fluvial en busca de Buenos Aires, y debieron recalar en esa urbe ribereña por las urgencias del alumbramiento.
En Rosario permanecerían un mes en una residencia alquilada, para continuar viaje hacia la capital de la República Argentina, ahora con aquel bebé de piel muy blanca “y cabellos rubios como hilachas de maíz recién cortado”, tal cual lo describió el padre.
Muchos años después reconocería don Ernesto en su libro Mi hijo el Che, que aquel momento marcaría las vidas de su familia, que se nutrió luego con otros cuatro hijos: Celia, Roberto, Ana María y Juan Martín. La otra gran influencia sería la de la selva de Caraguatay en una geografía de paisajes grandiosos a la vera del imponente Paraná.
En ese sitio perdido de nombre guaraní, a 200 kilómetros de Posadas, la capital de Misiones, y a 1 800 de Buenos Aires, el matrimonio contrató a una niñera gallega llamada Carmen Arias, quien le puso al pequeño el sobrenombre de Teté, le enseñó el galaico y tuvo por él verdaderos sentimientos maternales.
Para la joven familia fue como bendición divina la presencia de Carmen, quien lidió con el niño en los días angustiosos de una neumonía y luego a partir de los dos años, cuando debutó con asma bronquial severa.
Descendientes de familias de aristocrático linaje, Ernesto y Celia abrazaron, sin embargo, una ideología definidamente progresista, algo que le llegó a Ernestito por relación filial, ya desde su más tierna infancia, cuando su progenitor devenido patrón terrateniente rompió en su hacienda las prácticas despóticas que aplicaban otros a los jornaleros “mensúes”, verdaderos peones-esclavos.
En ese ambiente se crió el niño, quien en virtud de su sofoco obligó a los suyos a trasladarse constantemente en busca de los lugares más apropiados para tratar su padecimiento. Se dice que hasta que el futuro Che dejó la Argentina en 1953, la familia vivió en al menos 12 diferentes domicilios en Buenos Aires, Caraguatay, San Isidro, Alta Gracia y Córdoba.
Pero aquella dolencia tuvo su parte positiva, pues, según sus biógrafos, lo hizo un extraordinario lector, un gran aficionado al ajedrez y generó en él un fuerte espíritu de disciplina y autocontrol. Rebelde ante lo mal hecho, no dudaba en acudir a los puños si lo creía inevitable, a discutir sobre cualquier tema, o a cuestionar prácticas y costumbres que consideraba absurdas o injustas.
Cariñoso con sus padres y hermanos, y fiel amigo, Ernestito se destacó siempre por su espíritu servicial y su gran corazón, dispuesto siempre a sacrificarse por el prójimo. Era la materia prima con que la historia labraría sobre el molde social americano el paradigma de un hombre único y el modelo que nuestros pioneros juran imitar.
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