Hoy, como cada año, los cederistas espirituanos transforman su cuadra en un escenario multicolor, para celebrar el 54 aniversario de la organización de masas más grande del país.
Quizá mientras algún vecino esté leyendo estas líneas, un toque en la puerta le obligue a cerrar la página. Al abrir, tal vez asomen dos o tres niños con cara inocente —esa expresión a la cual acuden como arma infalible si de conseguir algo se trata— para pedirle hojas en desuso, papeles de colores o un poco de harina para preparar el engrudo y hacer cadenetas.
Tal vez los pequeños no interrumpan la lectura, sino la comadre de enfrente, que viene recogiendo ajíes o viandas “porque este año la caldosa tiene que quedar como nunca, ¡bien sabrosa!”; o a lo mejor se trata de Fulano, el de la casa de la esquina, quien necesita ayuda para colgar el cartel gigante con el logotipo.
Estas y otras imágenes regresan cada año en más de un barrio espirituano, no como una especie de déjà vu, sino para dar vida a la estampa más popular de septiembre; esa donde las cuadras se arropan a fuerza de voluntad para permanecer en vigilia hasta la medianoche, música y alegría mediante.
Desde temprano comienza la sana competencia por lograr la zona más engalanada. Allí se cuelgan tiritas de tela de distintos colores en una suerte de arcoíris de retazos. También usan latas de cervezas convertidas en soles o faroles de aluminio, que resplandecen a la luz del mediodía. En la calle más arriba amarran pencas a las ventanas, exhiben plantas y pintan el borde de las aceras con cal. Al doblar de la esquina tienen la iniciativa de atar un muñeco grande a una hoguera, vestido con los colores de la bandera norteamericana, que arderá cuando el reloj marque las doce. En aquel reparto dibujan una estrella con el nombre de los héroes, y más abajo ponen carteles con frases alegóricas.
Aunque cada lugar pinta su propio paisaje cederista, en todos los barrios presiden la bandera y el escudo; en todos se prepara el fuego para la caldosa. Y se ve a las mujeres barriendo para tener la calle limpia o al borde del enorme caldero pelando calabaza, papa y malanga; a los hombres los sorprende la tarde cargando la mesa para la calle para recibir más tarde los flanes, pudines y otros dulces caseros elaborados por la abuela.
En la noche la gente baila, se da unos traguitos para celebrar. Los niños corretean, alguien los regaña… Cuando asoma la primera hora del día 28 llega el silencio para entonar las notas del himno nacional. Se escuchan palabras de júbilo, reafirmación y compromiso. Entonces se ensalza la cubanía y se cuece por completo la estampa más popular de septiembre.
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